Durban y los municipios

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La cumbre sobre el clima celebrada en Durban (República de Sudáfrica), en cuyas sesiones he estado presente como miembro del Parlamento europeo, no ha concluido con acuerdos especialmente relevantes pero sí ha tratado asuntos relevantes.

Aprovecho para decir en este Blog -porque no suele explicarse en las publicaciones convencionales- que estas magnas asambleas propiciadas por las Naciones Unidas tienen mucho de espectáculo y un “formato” -como ahora se dice- que es francamente mejorable. Se concentra demasiada gente en ellas, en esta ocasión unas quince mil personas que van y vienen, que celebran cientos de reuniones y conciliábulos, que emiten comunicados, también que hacen propaganda, venden, trafican, comercian … Me gustaría un poco más de contención y un esfuerzo por concentrar los focos en los verdaderos negociadores que son quienes representan a los Gobiernos de los Estados participantes. Los demás en buena medida sobran -sobramos, dicho con más precisión-. Al fin y al cabo de lo que se trata es de llegar a un acuerdo internacional y para ello lo sustancial es disponer de textos para la discusión bien escritos, buenos especialistas, hábiles diplomáticos y eficaces intérpretes. El decorado importa menos.

El clima es -como asunto científico y humano- bien polémico. En Durban todos creían en las perturbaciones que este vive como consecuencia de las emisiones de CO2 y, en general, de la acción del hombre en la Tierra. Pero hay voces destacadas que han formulado objeciones a estas ideas y que forman el grupo de los que podemos llamar científicos “heterodoxos”. 

Carezco de autoridad para terciar en esa formidable polémica. Pero sí creo tenerla para afirmar que el problema con el que se enfrenta la Humanidad no es solo el del cambio climático sino algo mucho más de fondo. Consiste en preguntarnos si podemos convivir siete mil millones de ciudadanos en el mundo subidos a un carrusel desenfrenado de consumo. Todos -obviamente- con las mismas oportunidades, tal como exigen reglas elementales de justicia: los europeos, los africanos, los asiáticos etc. Esta es la cuestión que merece la pena plantear y para cuya respuesta deberían aprestarse los adecuados foros internacionales.

 De lo escuchado en Durban me quedo con la relevancia de la eficacia (eficiencia) energética y el ahorro. En un continente como Europa tan pobre en recursos energéticos es indispensable distinguir entre el consumo necesario, que impulsa la economía, y el superfluo. Una afirmación que para España adquiere aún -si cabe- mayor peso. Pues bien, es en este planteamiento donde adquieren especial protagonismo las ciudades, donde la presencia municipal se hace sencillamente determinante.  Es más: está ya en circulación el concepto de “ciudad inteligente” referido básicamente a aquella que sabe conjugar, en el marco del exigible respeto al medio, sus disponibilidades con sus necesidades.

Dicho de otra forma: sin el apoyo de los alcaldes no hay política energética. O mejor: cualquier diseño, por bien trabado que esté, quedará en una nadería, ayuno de cualquier aplicación práctica. Sin medidas que afecten al tráfico, a los transportes, a la iluminación de las calles y plazas, a los espectáculos, a los establecimientos comerciales etc, todo lo que se plasme en grandes normas europeas, en leyes de los parlamentos y en reglamentos de los gobiernos será papel mojado. O una bombilla fundida ya que hablamos de energía.

Por donde vemos cómo, desde la grandiosidad de las Naciones Unidas, acabamos recalando en lo más pequeño, es decir, en los municipios y en sus autoridades y funcionarios. Es algo conocido: también la ciencia médica, con todos sus brillos, de nada serviría si al final no hubiera un humilde enfermero que sabe poner una inyección.

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