¿En qué gastamos el dinero (con crisis o sin crisis) los españoles? Pues básicamente en cinco cosas: la casa, el coche, la comida, la ropa y el ocio… Habría algunas más, no menos importantes, como la educación, la telefonía móvil o los impuestos, las cuales por cierto darían cada una de ellas para comentarios a parte. Pero a los efectos del presente la conclusión por adelantado es que se produce una paradoja: damos pero recibimos. Sin embargo, aunque suene muy bonito y equilibrado, no lo es tanto si se compara lo que se da (euros) con lo que se recibe (disgustos). Nuestra opinión personal es que hay algún fallo en el sistema. Vamos por partes:
– Casa. La compramos (suba o baje) casi siempre carísima, nos vincula a una hipoteca vitalicia, y como la crisis está políticamente «imputada» al sector de la construcción (lo cual es parcialmente cierto), nos dicen “así aprenderán”. Pues no, quienes deberían aprender no aprenden, porque precisamente el sector inmobiliario es el que más beneficios está dando ahora mismo a los «ricos» (Bancos y personas con grandes rentas), grandes beneficiados de esta «crisis del ladrillo», que a veces es mundial, y a veces made in Spain (según convenga). En cuanto a los recibos de luz, agua, gas, escalera, seguro, etc (a los que habría que sumar el IBI)… parece que suben sin fin (véase nuestro artículo “A sangrar al consumidor”, publicado en este blog el 24/09/2009). Luego “vestir” la casa: muebles, electrodomésticos… que siempre cuestan un ojo de la cara. Por su parte, vivir en alquiler puede ser una solución para todo esto, pero la casuística dice que hay numerosísimos conflictos entre arrendador y arrendatario. En cuanto a los Administradores de Fincas, personalmente pienso que son una mafia (excepciones habrá, pero no conozco ninguna).
– Coche. Los coches suben o bajan según mande el mercado, pero todos sabemos que comprar un coche siempre es una mala inversión. Quizá por ello las modalidades de renting o leasing ya empiezan a proliferar, no solo en empresas sino también en particulares. Multas: no se puede circular más allá de los 120 km/h en los tramos más rápidos (autopistas y autovías), porque de lo contrario nos puede caer una multa que, en el mejor de los casos, es un “palo” económico, y en el peor conlleva la pérdida del permiso de conducir o incluso de la libertad, pero lo cierto es que cada vez hacen los coches más rápidos, ¿para qué? Si su velocidad máxima fuera 120 km/h nadie la sobrepasaría. Coches eléctricos: desde hace muchos años podrían estar comercializados, pero los empresarios del petróleo compran las patentes y los diferentes “intereses económicos” provocan que nos dejemos un dineral al mes en gasolina. Luego nos hablan de sostenibilidad y medio ambiente, menuda hipocresía. Peajes: otra forma de sacar dinero; en algunos tramos de vía proliferan hasta la saciedad.
– Comida. Comer fuera de casa, sobre todo con frecuencia, está al alcance de pocas economías. La restauración (sector que, evidentemente, también tiene que vivir) presenta un pobre balance calidad-precio. Por su parte, la compra del supermercado se caracteriza por arrojar una cuenta siempre más elevada en caja de lo que íbamos sumando mentalmente. ¿Verdad que han visto muchas veces que las personas deciden en caja que finalmente no compran cosas que llevaban en el carro? Pues anda que no saben los supermercados: mucho “pague dos y llévese tres”, pero a veces habría que pensar que solo nos hace falta “uno”, y pagar “uno” es más barato que pagar “dos” (aunque te lleves “tres”). Yo me entiendo.
– Ropa. ¿Me puede alguien explicar cómo un traje de 500 euros puede valer “en rebajas” 150? Es algo mosqueante, sobre todo si lo has comprado cuando valía 500. Otras veces compra uno una prenda, la paga, sale de la tienda (normalmente unos “grandes almacenes”) y se va a casa… En casa comprueba con disgusto cómo el (o la) dependiente olvidó quitar el chip se supone que avisa a seguridad si una prenda robada intenta salir del recinto. Pues ya ha salido, pero pagada, así que toca volver con el ticket para que nos quiten el aparatejo (el cual sólo puede ser retirado con una maquinita especial, ya que de ser forzado por el presunto ladrón destroza la tela al tiempo que suelta una tinta horrible) y ¡entonces pita! Hay que enseñarle el ticket al vigilante para demostrarle que no intentamos introducir en el local una prenda robada, y luego repetir la operación con el dependiente, el cual se deshace en disculpas (y no es para menos). En cuanto a los “papás”, sale rentable tener varios hijos de diferentes edades escalonadas: así se van pasando la ropa de unos a otros, porque con lo que crecen… ¡Eso sí, a los 30 que se lo paguen ellos!
– Ocio. Hay una cosa buena en el ocio y es que, a pesar de todo, parece que aún se venden bastantes libros. Sin embargo… el cine es de bajo nivel y políticamente tendencioso, si bien la entrada ya cuesta entre 7 y 9 euros. La música resulta que por un lado se puede descargar on line y por otro si lo hacemos somos unos piratas y le robamos a los artistas su pan. De la SGAE ya ni me apetece hablar, pero atención en este sentido a la resolución de 1 de Marzo de 2010 del Consejo de Ministros de la UE sobre el respeto de los derechos de propiedad intelectual en el mercado interior… Pues si tan mala es la descarga que no se pueda hacer. Es exactamente igual que lo de los coches rápidos: primero nos ponen la zanahoria en la boca y luego nos llaman burros. Finalmente, en “ocio” también entran las vacaciones. Ya saben: estaciones (de autobús y tren) saturadas, aeropuertos y compañías que retrasan y/o anulan vuelos y pierden maletas, agencias de viaje de tercera división, hoteles que te cobran 5 euros porque has cogido una botellita de agua del minibar, pícaros que tratan de timar a los turistas… En cuanto a las playas, de momento son gratis (por eso quizá presentan una saturación insana, que personalmente no me motiva nada), pero los gorrillas en el parking y los vendedores y masajistas ambulantes en la arena intentan hacer su agosto. Dan ganas de que llegue agosto, ¿verdad?,
En fin, alguien dirá: también hay cosas buenas en la vida de un español (o española) medio. Por supuesto, las hay. De hecho somos verdareros privilegiados, habitantes del llamado Primer Mundo, lo cual ya es como para dar saltos de alegría (y alguna donación solidaria)… Lo bueno no es poco, pero uno dice en voz alta lo malo, que es lo que hay que denunciar. No obstante tranquilos, que saldremos de esta (y seguramente de otras peores), y de estas cosas no se muere nadie… pero que no nos tomen más el pelo por favor. Gracias.
El español medio, con su zafiedad, ramplonería, mal gusto y estilo de vida destructivo, canallesco, desfasado, mezquino, chabacano e indecente, es quien hace el «sistema» del que luego tanto se queja, cuando a él particularmente le salpica.