Horror vacui

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Todos hemos oído en algún momento esta expresión. Miedo al vacío, miedo a no-ser, vértigo ante la inanidad; en el arte, necesidad de que todo espacio esté “relleno” de algo. Yendo un poco más allá, esa sensación de la nada existencial. Natura abhorret vacuum, diría Aristóteles. Psicológicamente, esa necesidad que nos lleva a tratar de llenar cada momento de nuestras vidas. Miedo al silencio. Muchas personas que viven solas, necesitan tener encendida la radio o la televisión, el silencio atruena.

Este horror vacui creo que es un elemento intrincado y es un factor más que puede explicar el sistema que llamamos Estado del Bienestar. La tendencia de los últimos ochenta años en el mundo occidental es que todo debe estar regulado. Eso de que lo que no está prohibido debería estar permitido es una boutade. No hay parcela alguna de la actividad humana que pueda quedar al albur de la iniciativa individual sin más. Ya se pretende regular hasta quién hace las tareas del hogar.

Un comentario bastante absurdo oído estos últimos días, a propósito del minisubmarino turístico (“Titán”) que implosionó en las profundidades abisales del Atlántico Norte, es el que hizo algún comentarista todólogo-tertuliano que se preguntaba si la empresa que llevaba a los fulanos a visitar el Titanic a 3800 metros de profundidad tenía las licencias que debía tener. Uno se pregunta qué maldita licencia tenía que tener o iba a tener un minisubmarino experimental para operar en aguas internacionales. La propia empresa, les hizo firmar a los excéntricos ricachos (que pagaron 250000 € per cápita) varios documentos en los que informaba de los riesgos y se des-responsabilizaba de lo que pudiera ocurrir, o sea, si vienes, allá tú. O ¿es que tendríamos que regular, mediante un tratado internacional un montón de aspectos? Como los materiales, el protocolo de actuación, la homologación del artefacto, de sus motores, del sistema de suministro de oxígeno, de los protocolos de salvamento, la titulación y experiencia de los operadores y quién sabe qué más. Lo mismo ocurriría para viajes espaciales o para actividades individuales de aventura. Alguien que decidiera dar la vuelta al mundo en patinete y tabla de surf en solitario no podría hacerlo. Nos plantearíamos controlar un montón de cosas.

Pues eso nos está pasando en nuestro mundo occidental hiperprotector. Hay un horror vacui a que haya algo no regulado. De hecho, el Gobierno ha dicho que, habiéndose disuelto las Cortes, se han quedado unas 59 leyes sin tramitar. La imaginación y el metomentodismo de nuestros diputados son excelsos.  España (¿o debo decir “este país”?) es un clamoroso ejemplo de país licenciante o licenciador. Que no se mueva nadie. Nadie podría ni debería hacer nada sin que haya una administración que advere la pertinencia o bien la inocuidad de la actuación. Adverar en el sentido que indica la RAE: asegurar, certificar, dar por cierta alguna cosa. He leído -aunque sin prestar mucha atención- que en Estonia abrir y domiciliar una empresa (e-Residence) es una cuestión de minutos, todo a través de firma electrónica. Y por supuesto, muchas empresas se están organizando a través de Estonia. La Directiva de 2006 a propósito de las actividades sometidas a licencia o a declaración responsable, a pesar de su trasposición al derecho español, es obvio que no ha calado en nuestro sur. Nuestra mentalidad es la del control cuasi total, partiendo del hecho de que el ciudadano es a priori un ser que trata de engañar por principio. No ha calado ese sentimiento del centro y norte de Europa (¡cuánto daño hizo la contrarreforma!) que parte de la presunción de responsabilidad individual y de la ética del trabajo.

Así, no podemos más que concluir que:

1. Somos una sociedad infantil. Nadie es responsable de nada.  Siempre hay alguien que debería haber hecho algo. Es necesario, imprescindible, regularlo todo. Ahora se ha regulado y se están regulando hasta las relaciones interpersonales básicas.

2. El Estado nos quiere sumisos y controlados. Hay que pedir a la administración que nos permita hacer cosas. Que la Administración nos “conceda”, tras mil y una trabas, la licencia para hacerlo. Y pagar tasas, claro, por el control que ejerce. Y, por supuesto, callar.  

3. Sería imprescindible atemperar el sistema de responsabilidad patrimonial de la Administración, ya nos hemos referido a esto en otras ocasiones. La gente hace, hacemos cosas y somos responsables en muchas ocasiones de los fregados en los que nos metemos. Vivir es peligroso, porque uno se puede morir. Y no siempre hay un tercero al que echarle la culpa.

4. Bueno sería que los gobiernos se mentalicen de que la gente no es (no somos) tan trapisondistas, la gente es normal, quiere vivir, hacer cosas y que no le compliquen demasiado la vida. Así que control, de acuerdo. Pero ni tanto ni tan calvo. Ya lo dijo Sidharta Gautama: lo mejor es el término medio.

5 Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo con la visión manifestada en el artículo. Y la tendencia es a una infantilización total en cada una de las facetas personales y profesionales. Necesitamos gente racional, crítica y madura y para ello la responsabilidad personal es imprescindible

  2. Coincido en las conclusiones aunque el proceso por el que al ciudadano no se le enseña a ser responsable de sí mismo tiene que ver con varios factores, la historia de la administración española es poco conocida y tiene poco que ver con Estados Unidos por ejemplo donde el país se creo precisamente como una sociedad de hombres libres, sin feudalismo, con el oeste como salida siempre y protegida por Dios. En España con las 17 comunidades educativas que tenemos no se pueden fabricar ciudadanos, no hay coordinación, ni maestros adecuados que sólo estudian didácticas y no contenidos y tienen planes de estudios endogámicos. El Estado del bienestar en España tiene 30 años y en cuanto empezó a unificar el país en torno a valores ciudadanos comunes de una constitución fue fracturado por la incapacidad de nuestro sistema político, una ley electoral basada en la lealtad recíproca y la deslealtad de los nacionalismos.

  3. Excelente. He sabido de ayuntamientos que por querer regular las cuestiones más peregrinas se han atado a sí mismos de pies y manos estúpida e inútilmente. Por ejemplo, añadiendo trámites legalmente innecesarios a la contratación menor, o creando mecanismos de participación ciudadana que casi rebasan los límites que impone la propia LRBRL. Si hay una burocracia de considerables dimensiones por imperativo legal, no la aumentemos con un mal uso de la potestad reglamentaria.

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