Hablamos y hablamos de la España vacía o vaciada, mientras observamos, impotentes, cómo año a año envejece y se desangra en población y actividad, sin que hasta ahora hayamos sido capaces de revertir el proceso. Para una minoría, eso significa el triunfo de la naturaleza, que se muestra magnífica en los extensos despoblados de la España profunda, en la que el lobo ya vence al hombre. Pero, para la mayoría, ese vaciado supone la pérdida de la cultura rural y el abandono de pueblos antiguos y hermosos, con su carga de dolor y melancolía. La sociedad se va concienciando de esta desgarradora sangría y parece que, entre todos, estamos dispuestos a invertir recursos e inteligencia para tratar de revertir, al menos parcialmente, el éxodo de jóvenes desde el campo a la gran ciudad. El ideal: el conseguir calidad de vida, profesiones estimulantes y servicios adecuados para fijar población en el entorno rural, con actividades que respeten, e incluso mejoren, al medio ambiente.

Y, para conseguirlo, vamos a tener la oportunidad de los fondos de reconstrucción europeos. Parece que una de sus prioridades comulga plenamente con lo hasta ahora expuesto, debemos pues, aprovecharlos con inteligencia y tino. Leemos que se invertirá en cobertura de red, servicios sanitarios e inversiones en energía renovables, entre otros muchos conceptos de inversión. Nos parece muy bien. Pero desde estas líneas, queremos defender el que la arqueología también se convierta, además de fuente científica de conocimiento, en dinamizador cultural y social de las zonas rurales, en el que, además de atraer turismo, pueda mantener científicos y profesionales cualificados asentados en zonas que hoy parecen despoblarse sin solución de continuidad.

España es toda una potencia arqueológica, con un potencial de desarrollo inimaginable para quiénes no conozcan su profundidad y riqueza. Y, en gran parte, ese enorme patrimonio arqueológico se localiza en el mundo rural que, en la mayoría de las ocasiones, no ha sabido, o no ha podido, rentabilizarla social, cultural ni económicamente.

Muy brevemente. Es obvio que los yacimientos arqueológicos atraen a un turismo que vivifica restaurante y casas rurales, al tiempo que genera empleo y riqueza. Hasta ahí de acuerdo. Pero la arqueología puede suponer beneficios aún más importantes, en cuanto genera una actividad excitante e intelectualmente estimulante que ayudaría a fijar población cualificada. Atraer talento joven a las zonas rurales será del todo imprescindible para lograr revivificarlo social y culturalmente. En la sociedad del conocimiento y del teletrabajo, la actividad de los arqueólogos enriquece un ecosistema social que favorece la investigación, la innovación y la transferencia de conocimiento.

El pasado que fuimos dejó su huella en forma de ruinas, de restos materiales ocultos bajo tierra que la arqueología se empeña en rescatar del olvido. Antes, los arqueólogos buscaban piezas, tesoros, obras de arte. Después, soñaron con encontrar grandes tumbas, ciudades perdidas y templos de civilizaciones desaparecidas. Hoy, sobre todo, buscan información, el comprender cómo vivimos en aquel pasado remoto que nos conformó tal y como hoy somos.

La arqueología es, pues, una ciencia. Investiga, propone tesis y las demuestra con las pruebas y los datos, únicos notarios válidos para certificar el avance científico. La arqueología se desenvuelve, básicamente, en dos espacios físicos. El primero, en la excavación, el segundo, el laboratorio. Si importante es el primero, imprescindible el segundo. Los arqueólogos, en verdad, precisan de equipos multidisciplinares que aúnen conocimientos de materias bien distintas, como geología, geomagnetismo, biología, tafonomía, biotecnología, entre otros, a los que habría que sumar una docena larga más de profesionales y científicos. Es cierto que la arqueología también se bate en universidades, congresos, libros y medios de comunicación, pero, es en la excavación donde obtiene los datos básicos y en el laboratorio donde los investiga. Los fondos europeos, pues, deben financiar programas integrales de investigación arqueológica, que conlleven excavación, investigación, consolidación, mantenimiento y gestión de los yacimientos, lo que dará vida y actividad en toda la cadena de valor

Además de con los fondos europeos y los presupuestos públicos, deberíamos contar con la palanca de la colaboración público privada, que pueda financiar, por una parte, programas de excavación e investigación y, por otra, ayudar a gestionar los yacimientos excavados. Cooperativas y pequeñas empresas locales ya atienden a las visitas en algunos de ellos, modelo que podría extenderse con éxito a otros muchos lugares. Una buena ley de mecenazgo que facilite la financiación privada de la investigación y excavación – siempre bajo la tutela y el control público – podría resultar de extraordinario beneficio tanto para el trabajo de campo como el de laboratorio.

Y, en el capítulo de intangibles, la arqueología también genera poderosos imaginarios, que incrementan el orgullo y la autoestima local, alimento moral necesario para unas poblaciones en horas bajas.

En resumen, que la arqueología puede convertirse en un motor de cultura, actividad, riqueza y empleo cualificado para la España vaciada, razón más que suficiente para que los fondos europeos la apoyen e impulsen. Y, para catalizarlo, un consejo para los ayuntamientos. Contraten a un arqueólogo municipal, porque, según lo expuesto, no se trata de un gasto, sino de una inversión de extraordinaria rentabilidad.

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