La tiranía de la meritocracia: hacia una mejor igualdad en el empleo público

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Este año ha aparecido un libro de Michael Sandel con el impactante título “La tiranía del mérito: ¿qué ha sido del bien común?”. Su argumento es neurálgico: las sociedades avanzadas han sacralizado tanto el mérito que han generado un conjunto de externalidades sociales y políticas muy negativas. El mundo ahora es más dual que nunca: una minoría social y económicamente triunfadora y una gran mayoría empobrecida tanto a nivel económico como de estatus social. Las sociedades contemporáneas son cada vez más clasistas y expulsan del éxito social y económico a la mayor parte de la ciudadanía. Solo los que poseen estudios universitarios muy extensos (un grado no es suficiente y es necesario obtener una maestría, y si es en un centro prestigioso a nivel internacional mucho mejor) y logran el desempeño de una óptima carrera profesional son los que se salvan. El resto, que obvio que es la gran mayoría, se tienen que conformar con trabajos precarios, pésimamente retribuidos y con muy baja imagen social. Por tanto, la mayor parte de la sociedad está obligada a convivir con el fracaso económico y social perdiendo incluso su dignidad personal. Este modelo tan excluyente, como es lógico, genera una enorme insatisfacción social que es la que alimenta a los líderes y partidos de naturaleza populista y demagógica y que ponen en jaque a nuestro modelo democrático. El reto sociológico y politológico es, por tanto, colosal ya que es un imperativo suavizar de manera urgente esta discriminación social por injusta y por que nos aboca a una disfuncional crisis social, económica, política e institucional.

¿En el ámbito de las administraciones públicas cuál es el impacto de esta perspectiva de análisis? Hay que tener en cuenta que la meritocracia es uno de los elementos más distintivos de las instituciones públicas. Los principios de igualdad, capacidad y mérito son una de sus esenciales señas de identidad. El problema reside en que las administraciones públicas pueden replicar en el presente y en el futuro la discriminación social antes relatada. El nuevo modelo de gestión pública que se está gestando de la mano de la inteligencia artificial, de la robótica y de un paradigma de cogobernanza público-privado pueden generar una administración radicalmente elitista. No parece descabellado imaginar una Administración pública del futuro dominada por empleados altamente cualificados ya que la automatización y las externalizaciones van a expulsar a la mayoría de administrativos, auxiliares y personal de apoyo. Es probable que en el futuro el noventa por ciento de los empleados públicos sean titulados universitarios con altas competencias (incluso podrían quedar fuera los egresados universitarios sin atributos académicos o profesionales adicionales).

Ante esta situación dos reflexiones que son contradictorias. Por una parte, la Administración pública no pude quedar al margen de la introducción de las tecnologías emergentes y de los nuevos modelos de gestión acordes con las mismas. Si en el futuro solo hace falta personal altamente cualificado hay que responder a esta necesidad con contundencia y sin mayores matices. No podemos priorizar una cierta equidad social en detrimento de las capacidades y del elevado rendimiento que se espera de las instituciones públicas. El valor social y los servicios a los ciudadanos son nuestra razón de ser y ninguna opción pude ir contra estos principios sean éstos elitistas o no. Pero, por otra parte, una Administración que solo posea empleados públicos pertenecientes a una determinada élite social (que coincide en muchos casos con una élite territorial) es una institución pública abocada al fracaso. Las administraciones públicas son de todos/as para todos/as y si no agrupan todas las sensibilidades sociales y territoriales están arrimadas a diseñar políticas públicas y a gestionarlas no para toda la sociedad sino solo para una pequeña parte de la misma y van a perder uno de sus principales valores: la legitimidad social. La mayoría de los ciudadanos no se van a identificar con este modelo de Administración pública e implicaría el punto de inicio de la decadencia definitiva de las instituciones públicas.

Si la sociología de los empleados públicos del futuro puede ser parecida, por ejemplo a la de los actuales altos cuerpos del Estado (de la AGE), tendremos un gran problema. El modelo elitista de los grandes cuerpos del Estado representan, en su mayoría, a una única clase social dominante y, además, con una enorme concentración territorial. Son por su naturaleza incapaces de captar el amplio espectro de sensibilidades sociales y territoriales e implica que la mayoría de la sociedad cada vez se sienta más excluida y distante de esta Administración.

Por tanto, ahora que surge una necesidad imperiosa e ineludible para transformar los sistemas de selección atendiendo a los nuevos perfiles de empleados públicos que se requieren para la Administración del futuro y a la necesaria atracción de nuevo talento es el momento de introducir esta nueva sensibilidad social que rechaza las lógicas elitistas de carácter social y territorial. Hay que cambiar los parámetros de la igualdad, la capacidad y el mérito.

  • Capacidad y mérito: es una evidencia que los sistemas de selección basados en exclusiva en las competencias memorísticas de los candidatos tiene que renovarse. Los sistemas de selección deben reorientarse de evaluar solo lo que se sabe a evaluar las destrezas y capacidades que su pueden aprender en el futuro en unas organizaciones públicas que van a cambiar las fórmulas de trabajo de manera acelerada y turbulenta. Todo parece indicar que los mejores sistemas de selección van a ser aquellos que evalúen la inteligencia y la personalidad de los candidatos. También los que evalúen, de manera complementaria, las destrezas potenciales de los candidatos. Por tanto, una prueba tipo test y una prueba tipo práctica (pero de verdad y no solo en teoría).
  • Igualdad: pero no solo hay que atender a los principios de capacidad y mérito sino también en transformar o reinventar el ingrediente de la igualdad como mecanismo para evitar al máximo las externalidades negativas antes argumentas por Sandel. En primer lugar, hay que destacar que las nuevas pruebas de selección antes propuestas tienen la ventaja de ser mucho más igualitarias socialmente que las tradicionales. Por ejemplo, se supera al filtro social de las pruebas estrictamente memorísticas a las que solo pueden acceder determinadas capas sociales si lo vinculamos al dilatado tiempo de preparación y de sus costes económicos y familiares. Una prueba de inteligencia, de personalidad y de potenciales habilidades prácticas es de fácil acceso para todos los estratos sociales que posean un grado universitario. No es una igualdad social absoluta (la igualdad absoluta es desgraciadamente una utopía) pero sería más igualitaria que antes. Este cambio de modelo selectivo socialmente más igualitario (y técnicamente más robusto que los sistemas tradicionales memorísticos) debería ir acompañado de una mayor difusión institucional para superar la endogamia social y, quizás, también de una potente política de becas de naturaleza social y económica para aquellas maestrías orientadas hacia la gestión pública. Finalmente, habría que imaginar otras estrategias orientadas a fomentar y lograr la máxima igualdad social de acceso a la Administración pública para poder descartar los dudosos mecanismos de acceso por la vía de cuotas del tipo que éstas sean.

3 Comentarios

  1. A mi parecer, el planteamiento de la tiranía del mérito en nuestra sociedad, que plantea Sandel, exige retomar los valores humanistas que se han perdido. Los órganos de representación de los ciudadanos han perdido su poder en la adopción de decisiones, es decir, los ciudadanos se han convertido en consumidores, un simple mercado para los grandes poderes que se refugian en las grandes compañías. Y las administraciones también están tratando así a los ciudadanos.
    Un sistema de selección como el propuesto por el autor de esta entrada en el blog, no va a solucionar el problema. La cuestión es mucho más honda: reside en los valores sociales. Las máquinas, por más que las llamemos intelegencia artificial, no deben sustituir al ser humano. Con esto no quiero decir solamente que deben ser controladas por personas, sino que la atención, el estudio de los asuntos, etc. que llevan a cabo tanto las organizaciones públicas como las privadas, deben ser realizados por seres humanos, por individuos capaces de integrar razon y emoción, e incorporar aquello que nos hace humanos, a veces demasiado humanos.
    En esos momento, la neofilia, en su versión de tecnofilia, está destruyendo las administraciones públicas (también las organizaciones privadas, la verdad). A pesar de tanta tecnología, las personas integradas en las categorías de administrativos y auxiliares no sólo son necesarias, sino que debemos hacerlas necesarias. Este deber ser forma parte de los valores humanistas.
    Un saludo.

  2. No sé hasta qué punto una persona con recursos bajos no va a opositar a juez o notario…Desde luego una persona rica no a va a hacer semejante esfuerzo, una amiga hija de notario siempre lo decía: ese esfuerzo lo hace el pobre para subir o el hijo a su vez de otro notario..
    Evidentemente, puede que sea necesario residir en una capital para tener acceso al preparador…pero salvo casos de pobreza muy extrema, los cinco años de «aguantar en casa» pueden ser llevaderos para muchos estratos sociales…

  3. Coincido con el comentario de Alfonso, la deshumanización imperante en la sociedad, se ha traslado a las organizaciones, tanto públicas como privadas, entendiendo como deshumanizar dos acepciones del término; es decir, la sociedad, ha dejado de pensar en la persona, en valores humanos, para centrarse en otros conceptos: mercado, ingresos, política de la peor estofa… pero se ha deshumanizado, también en cuanto a desechar los conocimientos que nos humanizan, que nos hacen pensar, plantearnos las cuestiones y nuestra realidad, así no tenemos nada más que ver el paulatino arrinconamiento de materias tales como la filosofía, la ética, la propia literatura, en los estudios actuales. No quiero con esto hacer un discurso anti modernidad, ni anti tecnología. Todo lo contrario, pero como decía aquel anuncio «la tecnología sin control no sirve de nada». Un poco esto es lo que el investigador Gerd Leonhard hace en sus últimas obras, donde se plantea este debate, donde sostiene que nos encaminamos hacia un hellven (contracción de hell, infierno, y heaven, cielo), en el que tendremos acceso a tecnologías maravillosas que pueden mejorar nuestras vidas, pero que también nos pueden despojar de lo que nos hace humanos. Con todo, es optimista. Habla de digitalización, automatización, pantallización (revolución de los interfaces), desintermediación y movilización. No obstante confiesa, que el secreto está en la creatividad, la curiosidad, la intuición, la imaginación y la ética. Las empresas más punteras, dice, ya no hablan de transformación digital: el foco ahora es la humanidad.
    Esto último, pero aplicado a los recursos humanos lo llevo escuchando desde mis inicios en este campo, vamos desde mis primeros años en la carrera, siempre se nos hace hincapié en que el foco está en la plantilla, lo mejor de una organización es su componente humano, el factor diferenciador de una empresa/Administración es su personal…. todo muy bien, pero a la hora de la verdad, nada de esos planteamientos son ciertos, somos estrujados, usados, exprimidos inmisericordemente, hasta que dejamos de ser útiles, así nos encontramos con empresas cerradas, con eres, etc… incluso en la Administración Pública nos encontramos con todo esto, y nos lo encontramos casi a diario, cuando las distintas organizaciones pública, no miran hacia el desarrollo de sus empleados, cuando a veces la carrera profesional y la promoción interna brillan por su ausencia, cuando las ideas avanzadas (no siempre tecnológicas) quedan arrinconadas, donde el no plegarse a los designios políticos o de los altos cargos supone el destierro laboral, o el caso de los muchos laborales e interinos que tras 15 o 20 años de estar trabajando, acaban en la calle en algunos casos sin indemnización. Eso lo vivimos dia a dia en las organizaciones públicas, y no podemos quejarnos en función a lo que está pasando en el ámbito privado. Por otro lado, la existencia de estas élites administrativas, ya están (de hecho han estado presentes) en nuestras organizaciones públicas; no conozcco especialmente bien el ámbito autonómico y el estatal, pero en el ámbito local, hay en muchas organizaciones un auténtico clasismo alrededor de los funcionarios con habilitación nacional. Me explico, no tenga nada contra dichos funcionarios, que hacen una labor fundamental en las organizaciones, muchos son bellisimas personas que se lo han trabajado y mucho hasta llegar hasta ahí, y sufren muchas presiones en muchas ocasiones. No obstante elllo, en gran parte de las ocasiones (y he tratado a muchos/as) a lo largo de mi experiencia laboral, alrededor suya montan un aura de elitismo, de estar por encima de según que puestos y titulaciones, que desgraciadamente trasciende también a otras partes de las organizaciones. Concretamente desde hace unos años, veo como en mi ámbito territorial, los funcionarios de habilitación nacional parecen como alejados de la realidad que nos rodea, inmersos en una maraña de procedimientos, informes, idas y venidas de expedientes…. y todo ello además trufado con una sensación de que los demás simples técnicos o jefes de unidad/departamento son simples menesterosos por no ser licenciados en derecho, empresariales…. pese a que tengas un máster internacional en gestión de organizaciones, o lleves «más mili» hecha en esa organización que el palo de la bandera del balcón consistorial.Todo esto lo hablábamos algunos compañeros de varios entes y ayuntamientos y todos coincidíamos. Pero lo peor es que está llegando una hornada de nuevos funcionarios, todos cortados por el mismo patrón, procedentes de oposiciones a funcionarios de habilitación nacional que o bien han suspendido varias convocatorias y se ha presentado a alguna oposición, o bien lo hacen entre tanto sale alguna convocatoria a los habilitados. Pues bien, estas personas, traen ya el «gen habilitado » en su trato a los demás, basado en que lo que no está en las normas no existe, el real decreto y el texto refundido antes que cualquier artículo de gestión, etc…. y lo peor es que suelen ser gente joven (25-30 años de media). Y sobre todo, donde esté una buena oposición con 150 temas, dos exámenes de cinco horas cada uno y un oral ante tribunal, que se quite cualquier otra milonga, que lo único que persigue es hacer entrar a la Administración a quien no se ha trabajado la Ley 39 y 40/2015 y demás compendios normativos. Por supuesto, de humanismo (tanto en cuanto al trato personal, como al conocimiento humanista) mejor no hablemos. Evidentemente no todo es así, pero puedo asegurar que esto lo vivimos desde hace unos años, varios compañeros/as de generación y estudios en muchos ayuntamientos, entes y diputaciones. Un saludo.

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