Lo siento. Mi imaginación no da para más; ya sé que el título no es nada original, pero describe muy bien lo que está pasando en Grecia y, en consecuencia (¿o por culpa de sus dirigentes?) en toda Europa.
Puede que todavía haya quien recuerde las circunstancias por las que al final de la década de los 90 un conjunto de países heterogéneos decidieron sustituir sus monedas nacionales por una moneda común, y comenzar desde entonces la creación de una zona económica con una moneda única, y con una clara voluntad de unir sus destinos. Eran los famosos criterios de convergencia de Maastrich, que durante varios años fueron la guía de las decisiones de los gobernantes de esos países europeos que decidieron converger. Por cierto, y antes de que se moleste algún lector, en todos esos países había una gran variedad de corrientes políticas en el poder, dependiendo del ciclo electoral y circunstancias propias de cada nación. Incluso puede que todavía alguien recuerde que España partía de una posición muy retrasada en la carrera de la convergencia, pues salía de una crisis económica profunda, y las apuestas estaban en contra; no obstante, toda la sociedad compartía la ilusión de incorporarse al elegante club que se estaba formando, y el esfuerzo general (empresas, sector público, particulares) permitió llegar a tiempo a la meta. Pero ello requirió grandes esfuerzos, como, por ejemplo, venta de empresas públicos (privatizaciones) con plusvalías que se aplicaron a reducir la deuda pública en circulación, y rigor en los presupuestos del estado, para disminuir el déficit público (es decir, más impuestos y menos gastos).
Cada uno tendrá una opinión personal de si ese esfuerzo mereció o no la pena, dependiendo de cómo le hayan ido las cosas desde entonces; pero no cabe ninguna duda que gracias a que España pasó el corte a tiempo, registró después la serie de años de mayor éxito económico que se conoce en nuestra historia, utilizando una moneda respetada en el mundo entero, y con una llegada de inversión foránea igualmente cuantiosa, que ha permitido elevar considerablemente el nivel de vida general.
Algo parecido ha sucedido en Grecia, que también arrancaba desde una posición retrasada, y pasó el corte…. pero con cierta ayuda arbitral, si se me permite emplear un símil tan de moda; sus gobiernos no consiguieron el objetivo de cuadrar el presupuesto público, ni empleando la contabilidad creativa que varios países desarrollaron para los exámenes: lejos del equilibrio presupuestario que se exigía, cerraron lo últimos presupuestos con saldo próximo al –3% del PIB, que era el mínimo aceptable; claro que los jueces apreciaron el mérito que tenía el alumno, pues venía de ejercicios finalizados en el intervalo -14% a -8%.
El otro indicador esencial para entrar en el nuevo club era que el importe de la deuda pública viva medido en términos porcentuales del PIB no superase el 60%. Aquí los jueces hicieron un auténtico ejercicio de fe y entusiasmo europeísta, porque el alumno griego no consiguió que esa cifra bajase del 100%, y emplearon el argumento de que se había estabilizado y se iría corrigiendo con las medidas que tomarían los gobiernos griegos (del signo que fueran) para continuar convergiendo hacia la media europea; también hicieron un poco la vista gorda sobre la ya mencionada contabilidad creativa, que permitía diluir parte de la deuda que estrictamente debería haberse computado como pública en apartados ocultos a los inspectores europeos durante algún tiempo.
Creo que no hace falta recordar los otros criterios, pues estos dos eran los más importantes y, desde luego, la evidencia posterior ha demostrado que estaban bien definidos. Ni tiene sentido que ahora nos preguntemos si no hubiera sido preferible rechazar a este socio, o invitarle a que volviera a presentarse al examen un par de años después, con los deberes bien hechos, ¿para qué, si la historia no tiene marcha atrás?
Así pues, como los gobiernos griegos no tomaron las medidas necesarias para estar a la altura de lo que se exigía en el club del euro y dejaron pasar la ocasión confiando en que los años buenos del ciclo económico durarían mucho tiempo, no sorprende que la terrible tormenta financiera que sufrimos haya zarandeado especialmente a Grecia. Sólo dos datos, para no marear con demasiadas cifras: ni uno sólo de los años buenos (2000 al 2007) Grecia equilibró su presupuesto público, presentando déficits del -4 o -5 % del PIB, lejos por tanto del objetivo de la zona euro (desde entonces, la serie es peor: -6% y -15%); y para cubrir el desfase que generaban las medidas estructurales no tomadas, la deuda pública fue creciendo en términos del PIB hasta el 125% a 130% es decir, más del doble de lo permitido.
Quienes compraban esos títulos, lo hacían porque el emisor era socio del club, y se suponía que su comportamiento económico se iría pareciendo al núcleo central del mismo: rigor en la contabilidad pública, presupuestos equilibrados, reducción del peso del sector público en la economía… en una palabra, ortodoxia económica. Claro, al ver que la realidad no ha sido ésa, y que la tarea está pendiente, no quieren más títulos de Grecia, y si pueden los venden al precio que sea; en ese momento es cuando se disparan todas las alarmas, porque el gobierno griego no tiene dinero para pagar sus compromisos, tanto con los inversores extranjeros, como con los empleados públicos y empresas dependientes del presupuesto nacional, viéndose abocado a la suspensión de pagos si no encuentra nuevos prestamistas.
Y llegados a esa situación, no queda más remedio que hacer ahora lo que se tenía que haber hecho en su momento: vender activos del sector público para conseguir fondos (si encuentran comprador); vender infraestructuras nacionales a empresas extranjeras que sigan dando el servicio, y paguen un buen precio por adquirirlas; subir los impuestos; luchar contra el fraude fiscal, para que haya alguien que pague los impuestos directos; bajar los gastos públicos; y como dice la canciller alemana Angela Merkel, en su calidad de presidenta del gobierno que más paga en el rescate, reducir las vacaciones y retrasar la jubilación; o sea, una auténtica tragedia griega.