Los buenos propósitos

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Los buenos propósitos

Todos los años nos planteamos un montón de buenos propósitos nada más tragarnos, que no comernos, las uvas: hacer deporte, llevarnos mejor con la familia, aprender inglés, dejar de fumar, etc. Y todos los años, conforme avanza el calendario, vamos perdiendo el ímpetu y buen ánimo de las campanadas, y volvemos poco a poco a la rutina, la costumbre, los malos hábitos…. así hasta la siguiente Nochevieja en que repetimos otra vez el ritual: buenos propósitos, mucho ánimo, decaimiento, etc. Este ciclo puede llevarnos a una situación de resignación, indiferencia, preocupación… no sé, a una amplia variedad de sentimientos dependiendo del ánimo de cada uno, pero no salen de la esfera personal, familiar a lo sumo, y no tiene mayor trascendencia.

Lo que me preocupa mucho es que los políticos, que también son humanos aunque muchas veces no lo parezca a juzgar por las decisiones que toman y las explicaciones que dan, también pueden sufrir estos ciclos en el ámbito profesional, y ahí la trascendencia es mucho mayor: caer en la rutina tiene consecuencias graves, y mucho más cuando la economía está en una situación crítica.

En particular, me preocupa mucho que el gobierno pueda perder pronto el fuelle y ánimo con el que deseablemente debería comenzar el año; que con la euforia del cava  (para que no se enfade nadie) de las campanadas de fin de año olvide pronto los malos momentos que ha pasado nuestra economía en este infausto 2010: al menos dos veces, que sepamos, nuestro país ha rozado los límites del impago, y no han variado las circunstancias de fondo que originaron tal situación.

Las agencias de calificación cargan con la mala fama de ser agoreros, y se hacen impopulares en los países cuya nota rebajan; haciendo por el momento abstracción de la responsabilidad que hayan podido tener por calibrar rematadamente mal el riesgo de los productos derivados de las hipotecas basura y, por tanto, su parte de culpa en la crisis actual, no cabe ninguna duda de que garantizan la ortodoxia en los mercados financieros, aunque le pese a la mayoría de los políticos. Al fin y al cabo, juegan el papel del profesor exigente que a final de curso examina a los alumnos que no han trabajado durante el año y se presentan con la materia cogida por alfileres a ver si les toca el gordo del aprobado.

En nuestro caso, debemos reconocer que han dado muestras sobradas de paciencia frente a los vaivenes de la política económica nacional y autonómica, y que han sido comprensivos con el brutal impacto de la crisis sobre nuestra economía; pero no se puede pedir que sigan haciendo caso omiso a los datos. Si la economía no cambia de dirección, y sigue por la pendiente de deterioro en que se encuentra instalada desde hace tres años, tendrán que rebajar aún más la calificación de nuestra deuda, con las consecuencias negativas que ello acarreará.

A este respecto, conviene señalar que las políticas de inversión habituales en los fondos y compañías de seguros establecen los porcentajes de la cartera total que pueden estar colocados en títulos de diferente calidad; y la variable calidad suele estar ligada a la nota que las agencias internacionales de calificación asignan al emisor, en este caso, el Reino de España, o la Comunidad Autónoma X. Si dicha nota cae por debajo de determinados rangos, variables según el perfil de riesgo del fondo o de la compañía de seguros, puede incluso darse el caso de que se deba vender obligatoriamente estos títulos, aunque sea con pérdida, provocando una mayor caída del precio del activo.

En este sentido, convendría que nuestros políticos no olvidasen que se han comprometido con “los mercados financieros” a adoptar una serie de medidas tendentes a corregir el abultado y creciente déficit de nuestra economía. Para entender este compromiso, puede servir el ejemplo de quien tiene que renegociar un préstamo con alguna entidad financiera cuando su situación económica empeora, bien sea por el paro, o por la reducción de las ventas, o cualquier otra de las muchas circunstancias adversas que esta fase del ciclo económico depara. En estos casos, lo normal es que si la entidad en cuestión acepta la renegociación, exija al cliente un compromiso de generación de ingresos, si es que puede (más ventas en su negocio, o que trabaje más, si es posible, para ganar más dinero, o que se desprenda de activos de la familia, si encuentra comprador) y, en todo caso, que reduzca los gastos significativamente (a igualdad de ingresos, sólo se cierra la brecha reduciendo los gastos); asimismo, el director de la oficina estará, o debería estar, muy atento a la situación real del cliente, para comprobar que cumple el programa acordado, y se alarmará sobremanera si comprueba que los signos externos del cliente apuntan en la dirección contraria. Digo que se alarmará, por no decir que padecerá una crisis de nervios viendo peligrar su propio empleo.

Pues algo parecido sucede con los países: si estando en una situación difícil, por no decir crítica, conseguimos una prórroga sobre la base de que vamos a enmendar los errores que nos han llevado a esa situación, y pactamos un plan de saneamiento con las entidades a las que debemos dinero (resto del mundo en este caso), y nada más firmar la prórroga volvemos a las andadas pensando que hemos engañado a todos, mal vamos: podemos tener éxito con esa estratagema una o dos veces, pero no siempre, porque no se puede engañar a todo el mundo siempre, y tarde o temprano perderemos el prestigio, el crédito en este caso.

Entre los buenos propósitos de nuestros políticos para este año debería figurar el de cumplir los compromisos que han asumido frente a los mercados financieros, porque seguimos necesitando su apoyo, su ahorro, para salir de esta profunda crisis: si incumplen la palabra, y pasada la resaca del cava vuelven a las andadas, que no culpen luego al profesor del “cate” que nos dará, porque la culpa será sólo suya.

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