Los problemas de la meritocracia

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La meritocracia es la esencia de la Administración moderna desde los postulados de Weber. Es el mejor mecanismo para superar una gestión pública clientelar y capturada a nivel social y político que desagua de manera inevitable hacia una Administración pública mediocre. Otro ingrediente de la meritocracia, más implícito que explícito, es el de lograr una Administración socialmente diversa que acoja en su función pública los mejores profesionales que es capaz de generar la sociedad de un país. Es en este ámbito es donde la meritocracia se puede asociar a otro de los principios básicos de la función pública: la igualdad. La meritocracia como mecanismo que facilita en la máxima medida posible la igualdad. Todos sabemos que la igualdad en un contexto socioeconómico desigual es un planteamiento utópico pero la ambición debería ser lograr acercarnos lo máximo posible a la igualdad. Por ejemplo, no hay ninguna duda que en la Administración hay una notable presencia de empleados públicos con orígenes sociales modestos que, con su esfuerzo y tesón, han logrado alcanzar puestos de elevado nivel en los organigramas profesionales. El objetivo es que estos perfiles sociales dentro de la Administración incrementen o, al menos, no disminuyan en el futuro.  

Recientemente la literatura académica se ha dedicado a criticar el modelo social que se basa en la meritocracia. Sandel argumenta que la meritocracia como valor social genera todo tipo de patologías sociales y políticas. No me explayaré en sus argumentos ya que fueron analizados en otra entrada de este blog. Resumiendo: la sacralización social de la meritocracia he generado que una parte de la sociedad se sienta descastada. Las personas que no avanzan o que naufragan en la escala social se sienten y son vistos como unos fracasados perdiendo incluso la dignidad. Nuestras sociedades son cada vez más piramidales y se asientan sobre una amplia base de ciudadanos descastados o que se sienten de una casta claramente inferior que agudiza los problemas de identidad de las sociedades modernas. Esta situación genera un malestar y una indignación social que empuja a que prosperen opciones políticas demagógicas y reaccionarias. Se trata, en definitiva, de un análisis sobre las consecuencias de maximizar una lógica meritocrática en unas sociedades que son, en esencia, desiguales.

Recientemente una tesis doctoral elaborada por un sevillano (Carlos Gil Hernández), que ha ganado el premio a la mejor tesis europea, ahonda en el análisis de las disfunciones del modelo meritocrático. Parte del argumento que teóricamente la meritocracia tendría que lograr saltar las barreras de una sociedad desigual. Las personas de origen humilde que más se esfuerzan y atesoran mayor potencial deberían poder escalar posiciones sociales y, en cambio, las personas de origen social elevado que no se esfuerzan y/o que carecen de competencias y habilidades deberían bajar en el escalafón social. Pero este investigador demuestra que este ascensor social que sube y baja esta averiado. Los ciudadanos, que proceden de cuna, de estratos sociales elevados que no se esfuerzan y que no son muy competitivos no suelen bajar en la escala social. Su entorno familiar y social les protege y les auxilia para que puedan mantener su estatus social. Por ejemplo, si uno es un estudiante mediocre existen mecanismos para poder superar este inconveniente. Acceder a una escuela privada en la que se le acompaña y refuerza e incluso se baja el listón de exigencia. Lo mismo sucede cuando accede a la universidad. Además, las familias acomodadas tienen buenos mecanismos para explorar donde se encuentran sus competencias más potentes de su prole y encauzar un itinerario educativo y profesional que se ajuste a las mismas. Mantener el estatus social para personas carentes de competencias en un marco supuestamente meritocrático es cuestión de dinero y de estrategia familiar. Es obvio que todos estos apoyos son totalmente inexistentes para los ciudadanos que proceden de clases modestas. Pero el problema reside en que la meritocracia se canaliza mediante unas cuotas sociales muy restringidas y si las clases acomodadas no ceden ningún espacio es muy difícil que los ciudadanos de origen humilde esforzados y preparados logren escalar socialmente en un contexto social (e incluso institucional) que sigue mostrando ingredientes de carácter clientelar.

Todas estas reflexiones ponen en duda que el modelo meritocrático, que es la esencia de la Administración pública, sea un buen camino para lograr una Administración socialmente diversa y esencialmente igualitaria. No es un problema propio de la Administración sino un problema social. En todo caso lo que no puede hacer la Administración es estimular esta dinámica con perversos desequilibrios sociales. Ahora mismo los sistemas de selección que utiliza la Administración pública se caracterizan por ser injustos socialmente y, también, por ser endogámicos.

Cuando la Administración opta claramente por el modelo meritocrático lo hace quebrantando el principio de igualdad de oportunidades. Para que un candidato se puede preparar con ciertas garantías las oposiciones requiere de un potente acompañamiento económico y emocional por parte de su familia. Las familias modestas carecen de estos recursos y a pesar que han logrado, a duras penas, superar las desigualdades del sistema educativo logrando que sus hijos tengan formación universitaria ven como, en la práctica, las puertas de la Administración están lejos de sus posibilidades. Por otra parte, cuando la Administración, por motivos bien diversos, abre la puerta a la coaptación de empleados públicos extramuros del modelo meritocrático (algunos interinos y algunos laborales, no todos obviamente) el mecanismo suele ser endogámico: son los familiares de los propios empleados públicos los que poseen la información formal e informal para optar para estos puestos. La Administración pública sigue siendo una institución desconocida socialmente por su complejidad y por su falta de transparencia y los sectores sociales sin contactos con la misma carecen de mecanismos para acceder a ella como una opción laboral.

En un momento en que estamos debatiendo si hay que cambiar y cómo hay que transformar los sistemas de acceso al empleo público considero que estos análisis sociológicos deberían tenerse en cuenta. Transformar los procesos de selección no debería realizarse únicamente mediante reflexiones tecnocráticas sino también con análisis más amplios de carácter social. Y esta amplitud de la mirada va ser más necesaria que nunca cuando se dibuja una Administración de futuro en que la mayor parte de su personal va ser cualificado y se van a perder los puestos de trabajo de carácter más modesto y asequibles para las capas más humildes de la sociedad. Hay que intentar evitar una Administración de futuro elitista socialmente ya se configurará de manera inevitable un sistema institucional cada vez más alejado de los problemas sociales reales y, además, atesorará menor legitimidad social.

1 Comentario

  1. Es una reflexión muy interesante, y completamente cierta, pero creo que la méritos son el único resquicio para que pueda optar todo el mundo…Creo que la educación online facilitará el acceso a la preparación de oposiciones, puesto que los residentes en pueblos y ciudades sin preparadores podrán ahorrase el coste de una estancia fuera de casa..
    ¿ Qué otras opciones hay?

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