Maimónides y la tormenta económica que se cierne sobre nuestras cabezas

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Será por los calores, por el alboroto digital o por el deshoje de la margarita de nuevas elecciones sí, nuevas elecciones, no, el caso es que está el patio extraño, muy extraño. Todo se agita convulsiva, espasmódicamente. Y, atención, que entre tanto revuelo es la economía la que lanza las señales más preocupantes. Y no se trata tan sólo de la economía doméstica, que se desinfla por momentos, sino que – y esto es aún peor – es la economía global la que parece tambalearse, amenazándonos con la fuerza de un tsunami. Ojalá, se trate tan sólo de una marejada pasajera, aunque, atención, atención, los viejos marinos advierten de mar de fondo. Ya veremos por donde rompe la energía de la ola y si se conforma con asustarnos o, si, fatalmente, nos quiere arrastrar con ella. Y, ante la tormenta que barruntamos, tratamos de localizar puerto seguro sin que, desgraciadamente, terminemos de encontrar ninguno.

Las grandes instituciones financieras internacionales también parecen sumidas en el desconcierto. Bajan los tipos de interés, cuando, en teoría y según nos dijeron, deberían haberlos subido. Hablan de continuar, e incrementar, incluso, los estímulos monetarios cuando estábamos advertidos que se reducirían a lo largo del presente ejercicio. Nada parece ser como debería haber sido. El panorama económico se complica y nosotros, tan confundidos como lo están los bancos centrales, navegamos sin rumbo en el océano agitado que se abre ante nosotros. Ojalá estuviera entre nosotros el gran Maimónides, el médico y filósofo sefardita-cordobés, que escribió para iluminar el siglo la obra famosa de “Guía de Perplejos”. Pero como no encontramos a ningún Maimónides entre gobernantes y gobernadores, nos tocará capear el temporal como bien podamos, sin guía ni manual de instrucciones.

Veamos el oleaje: Alemania ya coquetea con la recesión, Reino Unido ya cayó en ella y, de Italia, mejor ni hablar, porque lleva años con las constantes vitales instaladas en el cero absoluto. En EEUU todo parece ir bien, pero los mercados y Trump exigen a la FED más estímulos y más rápidas reducciones de los tipos de interés. ¿Por qué ese nerviosismo? Un análisis de urgencia achacaría esta inestabilidad a la guerra comercial entre los dos colosos actuales, China y EEUU, pero nos tememos que las causas son más profundas y graves. Analizaremos someramente lo del enfrentamiento comercial para después apuntar las otras dos bombas de espoleta que nos amenazan, la de la adicción de nuestra economía a las ayudas de los bancos centrales y la del abultadísimo endeudamiento que soportamos y del que no sabemos como liberarnos.

Que la guerra comercial es mala para la economía global es obvio y comprobable. ¿Se podrá evitar? Algunos confían en que EEUU y China lograrán recuperar la cordura suficiente para alcanzar la paz o, al menos, una tregua sólida. Pudiera ser, aunque nos parece poco probable. ¿Por qué? Pues porque, en primer lugar, una honda desconfianza ha anidado entre las partes, y bastará cualquier chispa, por mínima que sea, para inflamar la materia combustible que conforma su relación. Pero, en segundo lugar y sobre todo, esto no ocurrirá porque China hace ya tiempo que comenzó la partida para alcanzar la hegemonía mundial y eso, claro está, Estados Unidos no se lo permitirá. Por eso, la guerra comercial no nace de un calentón tuitero de Trump sino que responde a la estrategia bien definida de debilitar a China por donde más le duele, su economía exportadora. Geoestrategia en estado puro, vamos, avalada por ThingTanks, estrategas y centros de estudios diversos. O sea, que los juegos de guerra fría han comenzado y, en vez de tanques y cazabombarderos, usarán aranceles, divisas y trabas aduaneras. A medio plazo, nos tememos, habrá vencedores y vencidos. O gana el modelo USA o triunfa el modelo chino. Las tablas, a estas alturas, no serán aceptables para las partes implicadas. Esto ha llegado para quedarse y no habrá tregua posible hasta que uno de los dos contendientes finalice vencedor y el otro exhausto, como ya ocurriera en la anterior Guerra Fría, EEUU-URSS. O sea que, por este frente, tendremos inestabilidad a medio y largo plazo.

El otro frente de turbulencia y el más complejo, sin duda, es el derivado de la sobredosis causada por los estímulos de los bancos centrales. En efecto, debemos preocuparnos por el descomunal globo financiero inflado los bancos centrales desde 2008, bajo el argumento de ayuda para salir de la crisis. Estímulos que debían hacer cesado ya, pero que se prolongan agónicamente sin que nadie termine de explicarnos el porqué. Cada vez más dinero en incentivos, más fondos para compra de activos y nuevos anuncios de bajada de tipos de interés, que continúan engordando una pelota que cualquier día podría explotar sin que existan, a estas alturas, instituciones capacitadas para gobernar su gigantismo. Dependientes como somos de esos estímulos, cada vez nos resulta más complicado el desengancharnos del chute que nos mantiene vivos. Nuestra economía ya no es una economía real, sino que está sostenida por la respiración artificial que le insufla unos bancos centrales con la maquinita de hacer dinero a tope de revoluciones. Y, mientras esto sucede, la inflación continúa en mínimos históricos, lo que supone todo un misterio y un desafío para los modelos macroeconómicos tradicionales, que afirmaban que, si se ponían mucho dinero en circulación, la inflación subiría con rapidez. Pues, bien, los estímulos fiscales están a tope sin que la inflación esté ni se le espere. O bien los dineros se drenan por alguna fisura ignorada o bien es que entramos en una nueva dinámica económica gobernada por leyes macroeconómicas desconocidas hasta ahora. El caso es que algo debe funcionar mal en las entrañas del sistema para que necesitemos, como necesitamos, la hiperventilación de los bancos centrales para poder seguir pedaleando.

La deuda sería el tercer frente a analizar. La deuda mundial está en niveles récord. Nunca jamás antes debimos tanto. Estados, empresas y familias estamos entrampados hasta las cejas, fruto, en gran parte, de las políticas expansivas de los bancos centrales. Así, pues, tenemos el patio. Guerra comercial sin cuartel entre China y EEUU por una parte, drogodependencia del maná de los bancos centrales, por otra, y, por si fuera poco, encadenados a unas deudas colosales que no hacen sino crecer. ¿Cómo gestionar esto? Pues esta, precisamente, es la cuestión angustiosa del momento. Y mientras no aparezca, como decíamos, un Maimónides que nos ilumine, continuaremos sumidos en esta inquietante perplejidad.

Y para muestra de uno de los anómalos daños colaterales que ya advertimos, bien vale un botón. Un banco danés ya concede hipotecas al -0,5%. Es decir, que el banco paga intereses cada año al cliente endeudado. El mundo al revés, vamos. Y no es en el único lugar. Los estados, véase Alemania, también se financian a tipos negativos. Es decir que quien le presta dinero a los alemanes también les abona una prima. Un sinsentido, vamos. ¿Cómo debe de ver el futuro alguien que prefiera asegurar una pérdida suave que arriesgarse en busca del beneficio? Lo asombroso se empeña en convertirse en cotidiano en estos tiempos de desvarío.

Todo está raro, muy raro, sin que dispongamos de una Guía de Perplejos que nos oriente y guíe, que le vamos a hacer. Mucha suerte en la singladura, que falta nos hará.

1 Comentario

  1. Lo más probable es un estancamiento económico de la eurozona, debido al exceso de estímulos que mantienen zombificada la economía. Se producirá un periodo muy largo de mantenimiento de intereses próximos a cero para que los Estados puedan seguir pagando su deuda.
    En definitiva una transferencia de riqueza de sectores productivos a sectores improductivos, fundamentalmente a consecuencias de la arrogancia de la banca central. Lástima que en las facultades de economía no se estudie en profundidad la escuela austriaca y la teoría del capital de Böhm Bawek, en cambio se da importancia al ingenuo multiplicador de Keynes, una pura falacia, un juego matemático desconectado de la realidad.

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