Ya lo hemos dicho muchas veces, aquí y en otros foros especializados, la transparencia en las Administraciones públicas no debería ser un trámite más, sino una conversación dinámica y continua con la ciudadanía. Debemos pensar – aunque nos cueste mucho hacerlo – en nuestros Portales de Transparencia, no como bibliotecas polvorientas llenas de documentos en PDF, sino como espacios vivos e interactivos que se retroalimentan con el pulso de nuestra sociedad.

Actualmente, muchas instituciones públicas entienden la transparencia como un ejercicio de cumplimiento: publican información porque están obligadas, no porque realmente quieran comunicarse con quienes están al otro lado. Es como si un amigo estuviera organizando una fiesta donde los invitados solo reciben una invitación super formalita, pero realmente no se les está haciendo sentir que se cuenta con ellos para pasarlo bien en ésta. No tendría ningún sentido, ¿verdad?

La publicidad proactiva representa un cambio radical en esta mentalidad. No se trata solo de mostrar datos, sino de contextualizarlos, interpretarlos y hacerlos accesibles. Significa transformar información cruda en narrativas comprensibles, gráficos intuitivos y experiencias digitales que inviten a la ciudadanía a explorar y comprender. Es lo que ahora los modernos llaman “contar historias”, y los de toda la vida lo conocemos como rendición de cuentas, pero en plan bien.

Pensemos en nuestros Portales de Transparencia como ventanas abiertas, no como muros de contención. Cada dato publicado debería responder preguntas antes de que la ciudadanía siquiera las formule. La tecnología nos ofrece herramientas increíbles para conseguirlo. Querer es poder: sistemas de actualización automática, interfaces adaptativas y diseños centrados en el usuario pueden convertir la transparencia como deber legal en una experiencia prácticamente conversacional con la ciudadanía.

La inteligencia artificial es ya un aliado esencial en esta revolución de la transparencia pública. Imagina sistemas que no solo publiquen datos, sino que los analicen, interpreten y presenten de manera intuitiva. Los algoritmos pueden identificar patrones complejos en el gasto público, generar informes automáticos que traduzcan la complejidad administrativa y los representen en lenguaje claro.

Las distintas herramientas de procesamiento del lenguaje natural pueden traducir instantáneamente documentos oficiales a múltiples idiomas, incluyendo lenguas cooficiales, haciendo la información verdaderamente accesible para todos los ciudadanos. Pero la innovación tecnológica no se detiene ahí. El blockchain, por ejemplo, podría garantizar la trazabilidad absoluta de los procesos administrativos, creando registros inmutables que cualquier ciudadano podría verificar. Imaginemos un sistema donde cada euro de inversión pública pueda ser seguido desde su origen hasta su destino final, con total transparencia y sin posibilidad de manipulación. La combinación de la IA, el citado blockchain y sistemas de visualización de datos podría convertir la transparencia, de un concepto abstracto, a una experiencia tangible y comprensible.

Todas estas tecnologías no solo mejoran la transparencia, sino que democratizan el acceso a la información pública. Las Administraciones españolas tienen ahora mismo una oportunidad única de posicionarse a la vanguardia de la innovación social. No se trata de implementar tecnología por seguir el último hype, sino de crear ecosistemas digitales que realmente acerquen la gestión pública al ciudadano. En este sentido, tanto la inteligencia artificial como, en general, toda la innovación tecnológica, pueden ser los puentes que transformen la desconfianza tradicional entre la ciudadanía y los poderes públicos en una relación de colaboración y comprensión mutua.

En todo caso, el desafío no sería publicar más, sino comunicar mejor. Necesitamos menos documentos PDF y más historias que conecten. Menos lenguaje administrativo y más narrativas que expliquen el verdadero significado de cada política pública. Implantar esta visión de la transparencia requiere un cambio cultural profundo. Pero, después de más de 10 años desde la primera ola normativa que impactó contra nuestras instituciones, bien vale la pena hacer un esfuerzo por mejorar lo que hemos conseguido.

Los empleados públicos deben entender que la transparencia no es una carga, sino una oportunidad de generar confianza. Cada dato compartido es un puente construido entre la Administración y la sociedad.

La proactividad significa anticiparse, no esperar a que nos pregunten. Significa crear sistemas que no solo respondan consultas, sino que proactivamente ofrezcan contexto, comparativas y explicaciones claras.  

En el fondo, se trata de humanizar la información pública. Convertir números en experiencias, datos en conversaciones, y documentos en conexiones significativas. La transparencia no debería ser un requisito legal, sino un compromiso ético con la ciudadanía.

La tecnología, la innovación y la voluntad política son nuestras principales herramientas para esta transformación. Cada clic, cada visualización, cada dato contextualizado es un paso hacia una democracia más abierta, más cercana y comprensible.

Es el momento de repensar nuestros Portales de Transparencia. No como archivos digitales, sino como plataformas de diálogo continuo. Porque la verdadera transparencia no se mide por la cantidad de información publicada, sino por la calidad de la conversación obtenida.

Una nueva ola está a punto de atravesarnos si no nos preparamos bien. La inteligencia artificial nos está avisando y no nos va a dar tanto tiempo como en su día nos dieron la Administración electrónica o la misma transparencia, porque tanto sus dinámicas envolventes como su carácter revolucionario transformará, para siempre, la forma de entender la gestión pública y, en general, nuestras Administraciones. O nos preparamos para surfearla con todo lo que tenemos o será el último baño que nos demos antes de naufragar.

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