Regreso de un breve viaje a Villanueva de la Serena, Badajoz, donde participé como conferenciante en la XVI Jornadas Técnicas de ACOPAEX, una importante cooperativa agraria de segundo grado. Debatimos sobre el futuro de la agricultura en estos tiempos de complejidad cuántica. Postulé que, por diversos motivos, la subida de precios de los alimentos continuará, porque la temida venganza del campo ha llegado para quedarse, por un tiempo, al menos.

Los agricultores, ganaderos y pescadores han sido despreciados y olvidados durante décadas por una sociedad urbana altiva y prepotente que se creyó que los alimentos aparecían por generación espontánea en el supermercado. Craso error. Los alimentos se producen en el campo y para ello hay que labrar, abonar, cosechar, almacenar, procesar y distribuir. Una cadena compleja y delicada que fue ignorada, cuando no atacada, durante demasiado tiempo. Y es por eso que, ahora, la producción agrícola se resienta y sus precios suban, más allá de sequías y avatares meteorológicos. Los mismos que protestan por los incrementos del coste de los alimentos, callaron mientras se aprovechaban de precios de derribo, con la consiguiente ruina de los agricultores, a los que, por si fuera poco, trataron como enemigos del medio ambiente. En fin, un despropósito que pagaremos caro, porque, al final, el campo, desde tiempos bíblico, siempre se vengó de idéntica manera, con la carestía de alimentos y la inevitable subida de sus precios.

Pero no querría reflexionar en estas líneas sobre agricultura, sino sobre municipalismo. O, más concretamente aún, en el caso excepcional de la fusión de dos ayuntamientos pujantes y de población creciente. Un prodigio en esta España cainita, acostumbrada al desgarro y desmembramiento. Además, esta innovadora dinámica se produce en una zona de gran dinamismo agrícola, en el corazón de la zona regable del Guadiana, lo que incrementa su valor de ejemplo para otras zonas, tanto de la España vaciada como de la habitada.

Las jornadas se celebraron en el palacio de congresos de Villanueva de la Serena, y fueron inauguradas por su alcalde Miguel Ángel Gallardo así como por el del vecino Don Benito, José Luis Quintana. Ambos municipios, como es bien conocido por su alto seguimiento en los medios de comunicación, están inmersos en una inédita y positiva fusión que dará lugar a Vegas Altas, que será la tercera ciudad en población de Extremadura y la segunda en dinamismo económico. El referéndum, aprobado en ambos municipios, ha dictado la suerte favorable a una experiencia histórica que debemos apoyar. Como es normal, ante una iniciativa de esta entidad, persiste una resistencia al cambio minoritaria, pero ruidosa, que pretende dificultar, si no impedir, la fusión democráticamente aceptada. Por supuesto, hacen bien en manifestar su opinión, pero esperemos que la fusión continúe por el bien de propios y de extraños, porque todos de ella aprenderemos. Marca un camino que otros muchos municipios – algunos en vía de extinción – podrían seguir por pura cuestión de supervivencia o de impulso hacia el futuro.

¿Y cómo ha sido posible que dos ciudades dinámicas y con fuerte personalidad y peso histórico hayan dado un paso tan colosal? Pues por varias razones. Y de entre ellas sólo querría resaltar dos: en primer lugar, la geográfica, ya que ambos núcleos urbanos son prácticamente colindantes y, en segundo lugar, la sociología de ambos pueblos, abiertas a los cambios. ¿Por qué? Pues aquí, sin duda, la agricultura, actividad fundamental de ambos municipios, ha sido especialmente dinámica e innovadora durante décadas. Su población, acostumbrada al cambio permanente en sistemas de producción, ha interiorizado el valor de la innovación, la inversión y la construcción permanente de futuro. Sin este precedente fundamental, la fusión no hubiera sido, ni siquiera, planteada. El terreno cultural y sociológico estaba abonado y la semilla enraizó y fructificó con vigor de futuro. Nuestras sinceras felicitaciones por todo ello.

La nueva ciudad, Vegas Altas, encabeza, además, una comarca rica, también, en patrimonio cultural. Por ejemplo, Medellín, cuna de Hernán Cortés, con su espectacular castillo dominando el vado histórico del Guadiana, que nos asombra con su teatro romano y con la riqueza de su necrópolis tartésica. Visita obligada para todo aficionado a la historia y la arqueología.

Pero, además del gran Medellín, aprovechamos el viaje para conocer una localidad realmente singular, Magacela. Magacela es un pueblo blanco que descansa sobre la falda de un inesperado roquedo que reta a la llanura de la Serena. La provocación vertical y sus posibilidades de oteo condujo a la inevitable edificación del castillo que corona la cresta a modo de diadema de piedra y poder. El castillo amenazante, faldeado por la cal nívea de Magacela se advierte desde la lejanía. Llegamos desde Villanueva de la Serena con la intención de visitar la laguna de los Santos, la de las leyendas de luces misteriosas, según escribiera en 1684 Diego Bezerra de Valcárcel, prior de Magacela. Estas luces, según nos cuenta, partían desde sus aguas hasta una piedra con caracteres antiguos que se encontraba junto a la Ermita de nuestra Señora de los Remedios. Esa ermita, hoy en ruinas, se conoce como la de los Santitos, donde se celebra la popular romería del mismo nombre cada 8 de julio.

Pero, ¿y la piedra plana con signos antiguos? Pues, se trata, nada más ni nada menos, que la de un gran dolmen, cuyos ortostatos de granito se levantan a escasos metros de la ermita. Un dolmen de cámara, antecedida por un corredor que se perdió en el trasegar de los siglos. Un cartel informativo nos lo data, con acierto, pero sin demasiada precisión, en el neolítico-calcolítico. Durante más de cuatro mil años ha velado el sueño de la laguna a los pies de la peña de Magacela, confiriendo al lugar un áurea de evocación y magia. No en vanos, una de las posibles acepciones de la toponimia de Magacela nos remite a un lugar de cielos mágicos. Quién sabe.

Nosotros regresamos de nuevo a Villanueva de la Serena. Atravesamos sus barrios nuevos, polideportivos, parques y jardines, toda una inmersión en el siglo XXI. La historia nunca se detiene y el futuro se construye en Vegas Altas con esta fusión proverbial entre dos municipios valientes y dinámicos, que pronto dejarán de ser para ser, de inmediato, aún más prósperos y habitables. El regadío lo hizo posible. Y es que, la agricultura, pese a quien pese, es y será un poderoso motor de progreso a poco que apostemos por ella.

1 Comentario

  1. En primer lugar, enhorabuena a esos dos municipios valientes y, ojalá, que esta fusión suponga una sinergia y una mayor potencia de sus economías.

    Siendo sólo un simple aficionado a la etimología y la toponimia, me atrevería a decir que Magacela procede de los étimos «Mega-«, grande, que habría derivado en «Maga-» (quizá por esa admiración mágica que inspira al observador) y «-cella» con el significado de celda (o de sus muchas variantes de hoquedad, espacio confinado, bodega…), haciendo así referencia al espacio que queda dentro de los ortostatos.

    Otra posibilidad que me convence menos es que en vez de «-cella» se trate de una corrupción del étimo «-stella» con el significado de «piedra funeraria».

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