Siguiendo con el ejemplo del mal peluquero de hace unos días, hoy me gustaría señalar otro aspecto del problema del coste de la crisis de los mercados de deuda, o mejor dicho, el problema de quién debe soportar ese coste. En mi opinión, la crisis ha puesto de manifiesto un aspecto muy curioso del comportamiento asimétrico de los inversores, y en este grupo debemos incluirnos todos, no solo aquellos a quienes asociamos mentalmente con la clásica figura del especulador malicioso; no, inversor es toda persona que dispone de ahorro, es decir, que no consume toda la renta que genera y, por tanto, coloca temporalmente ese ahorro en destinos rentables y seguros según su propensión al riesgo.
En nuestra faceta de inversores más o menos racionales, buscamos la mayor rentabilidad posible al ahorro disponible, con unos niveles de liquidez teórica suficientes para hacer frente a los imprevistos que nos depare la vida, es decir, queremos ganar lo máximo posible, disponiendo del dinero en cuanto lo necesitemos, y sin penalizaciones de ningún tipo. La industria financiera se encarga de preparar una oferta de inversiones muy variada, para que encontremos algún producto que se adapte a nuestras preferencias.
Según cuáles sean las condiciones de los mercados, esa industria financiera tiene más o menos dificultades para atendernos, y la situación resulta especialmente complicada cuando los tipos de interés son extremadamente bajos, porque disminuye el número de alternativas posibles. Recientemente hemos podido comprobar esta situación: para superar la crisis, los bancos centrales han mantenido unos tipos de intervención muy bajos, de manera que las rentabilidades en general de los activos financieros también han sido bajas; si no hubiera sido por la encarnizada lucha de las entidades españolas para conseguir depósitos de clientes, las remuneraciones de los plazos fijos y depósitos en general, no deberían haber superado el 2 o 3%; sin embargo, hemos visto ofertas de 4 o 5%.
Cualquiera puede entender que si una empresa compra su materia prima al 4 o 5% necesita vender los productos que fabrica a un precio (rentabilidad) mayor, para que le salgan las cuentas, pues de lo contrario, cuanto más dinero captase, más perdería. Ahora bien, en un contexto de crisis profunda, impagos generalizados, y dudas acerca de la capacidad de pago de casi todos los clientes, es muy difícil encontrar inversiones seguras con esos niveles de rentabilidad. Bueno, es difícil, salvo en el caso de que se coloquen los saldos disponibles en deuda pública de países europeos.
A este respecto, conviene recordar que, en teoría, los países europeos gozan de una historia de solvencia suficiente como para que pensemos que, llegado el vencimiento, devolverán el dinero que toman prestado de los inversores; si esto es así, el negocio empieza a salir más o menos aceptablemente, o al menos, a igualar coste con rentabilidad: tomamos dinero al 4 o 5% y lo colocamos a plazos más largos a una rentabilidad parecida, o ligeramente superior; y, además, si es necesario porque los clientes quieren recuperar su inversión, se puede vender esos activos en el mercado sin grave pérdida.
En teoría. Porque cuando se extiende la duda sobre la seriedad del gobierno de algún país, de su voluntad de resolver los problemas de las cuentas públicas, o de afrontar las medidas de reforma necesarias para que la economía funcione mejor, el dinero huye, los inversores intentar recuperar su inversión, están dispuestos a vender incluso con pérdida (antes de que el desaguisado sea mayor), nadie quiere comprar más títulos de ese país…. en fin, se produce el círculo vicioso que ya hemos visto dos veces y media en Europa, Grecia e Irlanda y, en parte, Portugal: problemas para sostener la deuda, coste de nuevas emisiones muy elevado, dudas sobre la estabilidad de la zona euro, el Banco Central Europeo tiene que adquirir los títulos de esos países para que no se produzca el impago, etc. Es decir, alguien tiene que pagar el coste de salvar a los países que peor encaran la crisis, y de los cuales se teme que no saldrán de la adversidad por sus propios medios.
Y llegados a este punto, viene la pregunta de quién debe pagar la ronda, y se me ocurre que hay bastantes protagonistas: el gobierno del país en cuestión, por no haber tomado a tiempo las medidas necesarias (e impopulares) para corregir la situación; las entidades financieras de ese país, por haber comprado la deuda pública con rentabilidades teóricas muy altas, como si no fueran inversiones de riesgo; los clientes de esas entidades financieras, por haber colocado su ahorro en establecimientos que ofrecían rentabilidades superiores a las de mercado como consecuencia de los mayores riesgos asumidos; los fondos de inversión y compañías de seguros, por haber comprado títulos de países que podrían entrar en serias dificultades, para obtener más rentabilidad para sus clientes; las entidades de otros países (incluidas las alemanas) por invertir en deuda con rentabilidad superior a la de su propia nación, pero de más riesgo; los bancos centrales, por el efecto contaminación que esas inversiones puedan tener en sus resultados, en su imagen internacional, y en la inflación de la zona euro ; los políticos de otros países europeos, por consentir que sus colegas pongan en riesgo la estabilidad del club; etc.
Me parece que la lista de quienes deben asumir el coste de la crisis es muy amplia y se podría completar con más agentes; pero todos tienen una cosa en común: buscando el bien propio, la mejor posición individual, mediante las mejores rentabilidades posibles, han asumido un riesgo superior a la media; y la contrapartida de esa mayor rentabilidad es asumir la proporción correspondiente en el coste del salvamento.
Es decir, que a lo mejor se pone de moda ir todos por la calle de las ciudades europeas con un buen trasquilón.