Pandemias estacionales y prevención: normas y sentido común

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Entramos en el final de la bonanza climatológica, lo que, además, con el cambio horario parece que percibimos más y es época de resfriados, gripes y otras hazañas generalizadas de esos virus, familiares como las moscas de Machado, pero mutantes cada año.

Curiosamente, las medidas preventivas que más se manejan, incluso normativamente y hasta a nivel europeo y mundial, son la higiene, particularmente de manos y la vacunación. Y se echa en falta, por una pudorosa concepción del respeto a la intimidad y a la libertad de movimientos, alguna regulación alusiva a los contagios, particularmente fuera de recintos sanitarios, donde sí suele haber protocolos para profesionales y usuarios.

Con respecto a la gripe, la Comisión Europea nos dice que “la vacunación es fundamental para proteger a las personas contra la gripe. Se calcula que, en la Unión Europea, la vacunación contra la gripe estacional evita por sí sola hasta 37.000 muertes cada año” y recomienda “encarecidamente la vacunación (…) a los grupos de riesgo. Entre ellos se encuentran las personas de edad avanzada, las mujeres embarazadas y los niños, y los adultos cuyos sistemas inmunitarios están debilitados o que padecen enfermedades crónicas, que son más propensos a desarrollar una forma grave de la enfermedad”. No obstante, se ha constatado que, en ningún país de la UE, se ha llegado al 75% de vacunaciones de estos grupos más vulnerables y, en algunos casos, el porcentaje es alarmante por reducido.

Cuando surge una pandemia, la Comisión Europea ayuda a los países de la UE a coordinar su respuesta, básicamente con medidas relacionadas con la vacunación. En 2009, participó en la elaboración de estrategias nacionales de vacunación contra la pandemia de gripe H1N1 («gripe A»). Y el 29 de marzo de 2019, 15 Estados miembros y la Comisión Europea firmaron con la empresa Seqirus contratos marco para la producción y el suministro de vacunas contra la gripe pandémica en el marco del Acuerdo de Adquisición Conjunta de Contramedidas Médicas de la UE.

La Comisión también colabora estrechamente no sólo con la Agencia Europea de Medicamentos (EMA), sino también con el Centro Europeo para la Prevención y Control de las Enfermedades (ECDC, European Centre for Disease Prevention and Control).

Como muy bien resume el Gobierno de Canarias y es bien sabido por la mayoría de la población, aunque haya no pocos inconsecuentes, “el virus de la gripe se transmite fundamentalmente de persona a persona vía aérea, mediante gotitas de Flügge (> 5µm) expulsadas por los individuos infectados al toser o estornudar. Estas partículas no permanecen suspendidas en el aire y para su transmisión es necesario un contacto cercano (1-2 metros). También puede transmitirse por contacto indirecto con superficies comunes en las que el virus se deposita a partir de secreciones respiratorias en manos sin lavar. En estas superficies comunes el virus gripal puede persistir durante horas/días, especialmente en ambientes fríos y con baja humedad”.

Al margen de las recomendaciones de lavabo o de los desinfectantes colocados en hospitales y centros de atención primaria, la prevención básica radicaría en no regalar esas gotitas contagiosas al prójimo. Y de eso, estamos a años luz. No es fácil entrar en este terreno por afectar al ámbito personal –aunque más importante es el social- y porque se puede contagiar cuando el afectado aún no está seguro de llevar consigo el trancazo.

Pero sí echo en falta más recomendaciones –y quizá algo más- para no acudir (o ausentarse debidamente) de trabajo o centro educativo cuando la gripe o el resfriado se ha manifestado palmariamente en una persona. Si, en el ámbito laboral, no hay más altavoz por miedo al absentismo, la cautela es un arma de doble filo, porque un trabajador enfermo puede contagiar a media plantilla y producir más bajas que una batalla.

Lo mismo digo de quienes tienen responsabilidades culturales o hasta religiosas: las toses y estornudos reiterados en un teatro o cine, pueden acarrear un murmullo o un carraspeo de desaprobación; máxime cuando enturbian, por ejemplo, un aria de Tosca o de La flauta mágica. Pero los virus siguen en la sala, en mayor número que los figurantes de la representación.

Y en las iglesias… ¿Alguien ha visto u oído a un oficiante aconsejar que los enfermos se queden en casa –o usen, al menos, mascarilla- cuando están en manifiesto riesgo de contagiar a sus vecinos de banco? En los templos, en los tiempos actuales, la proporción de personas mayores es superlativa y todos sabemos de alguien que, tras un regalo viral, no volvió nunca o lo hizo tras una hospitalización con complicaciones. Y uno piensa que estas conductas, fervorosas pero irresponsables, que por el celo religioso pueden dañar o incluso matar al prójimo, entran dentro del quinto mandamiento. Pero, repito, aunque algún caso habrá, está claro que la mayoría de presbíteros no reparan en esta prevención elemental.

También es cierto que, creo que cada vez más, hay personas responsables que alertan de su enfermedad para que no nos aproximemos a saludarlas con algún tipo de contacto. Y, en fin, repito, por tercera vez, que no es fácil introducir el Derecho y las normas prohibitivas en conductas que aparentan íntimas. Pero no nos engañemos: es de sentido común que el problema de las pandemias –y la Historia es bien elocuente al respecto- proviene, antes que nada, de los contagios. La higiene y la vacunación son fundamentales pero esta última sería casi innecesaria si no donáramos nuestros virus a todo el que se nos acerca.

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