La actual crisis de la democracia y de los distintos sistemas de partidos se debe a muchos factores pero considero interesante destacar tres de ellos que, en mi opinión, sobresalen y que están totalmente vinculados a la revolución de las tecnologías de la información que han ejercido de rotundo catalizador de todas estas transformaciones.
En primer lugar, la actual crisis política no se debe a un comportamiento heterodoxo de los partidos políticos o a una crisis de las democracias representativas. La actual crisis política va asociada a la crisis del Estado moderno (Bordini, 2016: 142) y en su incapacidad para resolver los problemas de los ciudadanos. Pero la insolvencia de los Estados viene también determinada por la incapacidad de la economía capitalista para resolver sus retos. Se ha roto la lógica que una alianza entre el Estado y la Industria como uno de los pilares más sólidos de la modernidad asegurando un equilibrio efectivo entre la conveniencia política, la satisfacción de las necesidades económicas, la protección del empleo y el control social (Bordoni, 2016: 142). Es obvio que todo está concatenado pero la lógica marxista de que la variable independiente es la estructura económica y la dependiente es la lógica de dominación política sigue siendo vigente. En este sentido, estamos ante un punto en que el modelo capitalista muestra impotencia para digerir la revolución de la información tecnológica ya que rompe sus principios y axiomas más fundamentales (Mason, 2016) y esta crisis del capitalismo genera una crisis en el Estado, en la política en general y en la propia concepción de la democracia representativa. Ni la política, ni la democracia, ni los partidos políticos son capaces de ofrecer respuestas solventes ante los retos del presente y del futuro como tampoco es capaz de dar respuestas el modelo económico capitalista. Estado y mercado en su sentido tradicional se muestran cada vez más impotentes y se retroalimentan en esta mutua incapacidad para resolver los problemas derivados de los desequilibrios sociales y laborales, del deterioro climático, de las migraciones globales, etc. La lógica de concatenación sería la revolución tecnológica que ha puesto en jaque a la economía capitalista, ambos han puesto en situación de crisis al Estado y todos juntos al alimón han generado una crisis global y local (glocal) de gobernanza.
En segundo lugar, la tecnología de la información ha estimulado redes colaborativas que han destrozado el monopolio del discurso ideológico y social en manos del Estado y de su representación política. El poder político también se ha transformado en líquido o en palabras de Castells (2005) el poder para que se hagan las cosas flota ahora en el “espacio de flujos”. Es inmune a las reglas fijadas a nivel estatal o local y circunscritas territorialmente, y muestra una resistencia formidable a todos los intentos dirigidos a controlar sus movimientos (Bauman, 2016: 129). Los ciudadanos tienen la capacidad de generar, en el espacio informativo global, sus propios discursos y concepciones. Un ciudadano moderno ya no consume solo los discursos y reflexiones globales generados por los actores de siempre tradicionalmente interrelacionados (Estado, grandes empresas, medios de comunicación y comunidad científica) sino que el mismo y de forma colaborativa produce y consume discursos alternativos, sus propios discursos. A nivel local están aconteciendo cambios muy significativos que están modificando las lógicas de dominación entre las instituciones públicas (democracia representativa, partidos políticos y administraciones públicas) y el mercado. En palabras de Bauman, 2016: 155): «Una de las condiciones necesarias para una convivencia humana pacífica y mutuamente beneficiosa (una condición burdamente ignorada cuando no imprudentemente pisoteada y reducida a la nada por esas fuerzas que flotan en el “espacio de flujos”) podría estar configurándose, día a día, en los edificios, calles y plazas de las ciudades». Estos espacios vienen a ser escuelas en la que los habitantes aprenden a aplicar de manera práctica nuevos sistemas de vida compartida. De todos modos, algunos autores ponen en duda que por la vía de los blogs o de Twitter los ciudadanos tengan capacidad de influir de manera decisiva. «El resultado es algo parecido a la cultura de los cafés de Gran Bretaña del siglo XVIII. Los chismorreos no suponen riesgo alguno. La agitación a pequeña escala es fácil y divertida (…) Hasta la fecha los blogs han tenido escaso éxito por lo que respecta a hacer responsables de sus actos a los funcionarios y a los políticos en el poder» (Lucas, 2015: 181). Es probable que estas dos visiones divergentes sobre el empoderamiento de los ciudadanos por la vía de la utilización de la red sean complementarias. Cuando una sociedad se encuentra en una situación de cierta tranquilidad la red sirve como válvula de escape para el desahogo de determinadas injusticias o insatisfacciones. Es probable que en este ambiente tranquilo el poder de las redes colaborativas no tenga que inquietar ni al poder político ni a las instituciones públicas. Pero cuando una sociedad está crispada por notables desequilibrios económicos, sociales o políticos entonces las redes colaborativas pueden tener una gran influencia y poner en serios problemas al poder político y a las instituciones públicas. La red colaborativa en momentos de crisis puede ejercer de catalizador para que estalle la bomba social.
En tercer lugar, la renovación tecnológica ha generado nuevas formas de control social cada vez más alejados del terreno político. Los rastreos de uso de los teléfonos móviles o de internet (big data), la presencia de cámaras y drones de vigilancia están modificando la lógica democrática clásica. La invasión de la intimidad es absoluta, se atesoran datos agregados que pueden favorecer no solo el control social sino mejoras en la investigación, en la prestación de servicios y, con ello, lograr un mayor confort social. El Gran Hermano de 1884 de Orwell que todo lo ve y todo los controla ya existe. No hay un único Gran Hermano sino varios: desde las agencias de inteligencia de EE.UU., hasta Google, Amazon, etc. El Gran Hermano cada vez es más tecnocrático, más alejado de la política ya que o bien está en el mercado privado o bien se presenta en los arrabales institucionales, como las agencias de inteligencia.