¿Puede la inteligencia artificial secuestrar a la democracia? (I)

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Si no se define un buen modelo de gobernanza pública de la inteligencia artificial y de la robótica esta tecnología puede finiquitar la dirección y gestión pública mediante un proceso inexorable de privatización y/o pérdida de relevancia de las administraciones públicas. Por tanto, es imprescindible apostar por un vigoroso sistema de gobernanza pública de esta tecnología. Si la respuesta de las instituciones públicas es la inhibición o muy reactiva no solo está en riesgo la gestión pública sino también la esencia de la democracia representativa tal y como ahora la reconocemos.

La aplicación de la inteligencia artificial en la gestión pública agrupa muchas dimensiones conceptuales e instrumentales. También afectará a la política y puede alterar las ideas que ahora asociamos a la democracia. Analicemos, por ejemplo, la noticia que apareció en los medios en 2017 sobre la implantación en Dubái de la Inteligencia artificial: El verdadero gobernador de Dubai es un programa. Dubái, ha creado recientemente una plataforma que combina big data con inteligencia artificial, para poner ese programa informático al servicio tanto de los gobernantes como de los ciudadanos. Se trata del verdadero gobernador de su ciudad. Además, la plataforma que aúna toda esa información (en forma de open data, o sea, disponible para todos los actores implicados en la vida de la ciudad), llamada Smart Decision Making Platform, ha sido también puesta al servicio de los ciudadanos: Un empresario que se plantea abrir un nuevo local en la ciudad y no sabe dónde. Una familia a la que se le ha quedado pequeña la casa y busca un nuevo lugar para sus planes vitales. Cualquiera puede acudir a esta plataforma inteligente, plantearle sus preferencias, y obtendrá una respuesta. Dubái tiene como guía la felicidad de los ciudadanos, y para ello ha adoptado varias tecnologías. Entre ellas, ha engarzado la tecnología móvil en la misma gestión pública. Es lo que llaman m-Government. Tiene una aplicación llamada Smart Majlis. Majlis es el nombre de las asambleas en las que la comunidad decide qué hacer. Con la aplicación, cualquier ciudadano puede sacar una foto de algún servicio que le gusta, enviársela al gobierno de la ciudad, y explicar las razones por las que cree que debería adoptarse. Los funcionarios tienen que responder en dos semanas. Si tras estudiarse, se adopta el servicio, el ciudadano recibe una compensación. Desde que se gestiona la digitalización de la ciudad desde un punto de vista “holístico”, este sistema ha permitido ahorrar cuatro dihrams (la moneda local) por cada dihram invertido en el desarrollo de este sistema. En total, en diez años Dubái (que tiene 17.000 empleados públicos), ha ahorrado el equivalente a casi 1.500 millones de euros.

Los elementos conceptuales e instrumentales a destacar de esta noticia tienen dos niveles uno de gestión y otro político. Las ventajas técnicas sobre la dimensión de gestión se utilizan como una coartada para justificar sutil y subliminalmente lo que puede ser una perversidad política:

  • En la dimensión de gestión todo son ganancias tanto a nivel conceptual, como a nivel instrumental: un sistema holístico, transparente, con rendición de cuentas, participativo y colaborativo, que aporta una gran eficacia en la gestión junto con una gran eficiencia mediante un espectacular ahorro para las arcas públicas. Todo absolutamente impecable. Es un buen ejemplo de como la inteligencia artificial puede contribuir a la mejora de la calidad institucional y a la mejora de la gestión de las administraciones públicas.
  • En la dimensión de la política implica la robotización de la misma: con la introducción de la inteligencia artificial se accede al argumento de una dimensión política tecnocrática, donde no gobiernan políticos sino la tecnología: El gobernador de Dubái es un programa. Además, se le imprime una lógica comunitaria, al ser un programa abierto (open data) y que, al facilitar y reclamar la colaboración ciudadana, está abierto a la inteligencia colectiva y le asignan el elemento simbólico tradicional de que es como una asamblea comunitaria. Desde un punto político este discurso tiene su enjundia ya que, en este caso, la inteligencia artificial es utilizada como un mecanismo para justificar, modernizar y blanquear un sistema político autocrático. Dubái, que realmente es una dictadura medieval, aparentemente se transforma en un sistema político tecnocrático y comunitario. Eso sí inquietantemente parecido a Un Mundo Feliz de Huxley (1932). En este sentido, no sería nada extraño que las actuales dictaduras (por ejemplo, China) intentaran legitimarse mediante la inteligencia artificial como mecanismo para modernizar y consolidar sus modelos autocráticos. Por otro lado, algunas democracias débiles (por ejemplo, Rusia) podrían utilizar la inteligencia artificial como una excusa para imprimir una deriva más autoritaria.

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