En mi ya larga trayectoria profesional como Secretario-Misionero-Interventor-Tesorero en una localidad pequeña me he visto envuelto en diversos sucedidos acaecidos con motivo de nuestra convivencia con animales de todo pelaje, plumaje y condición. Aunque la relación es extensa, y será objeto de alguna otra aportación resumiré alguna anécdota.
La última ha sido o por mejor decir, está siendo, ver cómo solucionamos los efectos que para la fauna provoca una señora con presunto Síndrome de Noé, que viene a ser lo mismo que el síndrome de Diógenes. En vez de acumular basuras, quien lo padece acumula bichos, generalmente perros y/o gatos. Si uno busca en internet encuentra información de qué es esto. Una entrada describe este síndrome como «una patología que lleva a acumular en casa un número desmesurado de animales de compañía a los que no se da una siquiera atención no ya adecuada, sino incluso mínima: ni alimentación, ni agua, ni alojamiento, ni atención veterinaria, ni condiciones higiénicas. El enfermo no reconoce que sus animales están mal incluso ante niveles críticos y evidentes de desnutrición, deshidratación, infestación parasitaria, proliferación de enfermedades, ataques entre los animales, canibalismo y cría incontrolada, todo ello en un espacio lleno de cosas, orinas y heces. El enfermo suele creer que está «salvando» animales, sigue recogiendo y llevándose a casa sin freno, y además se opone ferozmente a separarse de ninguno de ellos». Así pues estamos ante una enfermedad psiquiátrica que se debería tratar.
El síndrome se suele dar en individuos que se sienten solos, habitualmente personas mayores sin familia ni redes sociales de cualquier tipo. A veces se debe a una manifestación sintomática de problemas psicóticos o de un trastorno obsesivo-compulsivo, y en ciertas ocasiones forma parte de un cuadro depresivo.
Pues eso. El problema existe. Y ¿qué se puede hacer en un Ayuntamiento pequeño ante este problema? Pese a que echamos imaginación para ir resolviendo el día a día, en este caso los instrumentos legales con los que contamos son mínimos. O, en cualquier caso pasa por adoptar medidas que desconocemos si van a ser contraproducentes para una persona psicológicamente trastornada. Todo ello presuntamente, claro. Porque el problema tiene dos caras: hay que eliminar el acúmulo de perros en penosas condiciones por razones higiénicas vecinales y también por lo que se ha dado en llamar el “bienestar” animal. Se podría aplicar la normativa sobre bienestar animal e iniciar un expediente por la Comunidad Autónoma o el Ayuntamiento.
Pero es que paralelo al problema que sufren los animales, estas personas necesitan de algún tipo de atención social e incluso psiquiátrica. Y el problema es que esas personas no reconocen que tengan un problema, por lo que se presume que están en sus cabales y a nadie se le puede obligar a recibir tratamiento en contra de su voluntad salvo que se trate de un incapacitado y con la intervención de la Fiscalía. Así que ¿actuamos desde el punto de vista sancionador y mediante ejecución subsidiaria si es preciso y generamos en la susodicha un agravamiento de su patología? Pues no lo sé.
Efectivamente.
Y la paradoja (SOCIAL) es que hay mejor marco normativo para actuar en defensa de la salud animal que para abordar problemas PRESUNTAMENTE de salud mental.
Para hacérnoslo mirar…
A este pas no sólo van a ser sagradas las vacas, sino también los perros, los gatos y hasta las pulgas amaestradas…todo, menos las personas.