Es probable, por simple cuestión estadística, que usted haya nacido después de 1980. Rozará, por tanto, la cuarentena o la habrá sobrepasado con creces, que lo mismo da a nuestros efectos. El caso es que se sentirá inseguro – aunque no lo reconoce en público, faltaría más – ante los requerimientos de esta nueva sociedad digital que nos desborda, que nos aturde con su torrente desbocado. Los nuevos sistemas, los procesos, los conceptos, le confunden, y eso que realiza un esfuerzo por no quedarse atrás, por seguir al día. Es posible que maneje con soltura varias aplicaciones, plataformas y sistemas, pero eso, aunque le permite rendir en el trabajo a plena satisfacción, no logra disipar la pregunta vergonzante que le inquieta. ¿Me quedaré obsoleto?
Probablemente, también, goce de un puesto fijo en la administración local, pero eso tampoco le inhibe de la sospecha. ¿Seguiré siendo útil? ¿Vendrá alguien más capaz a sustituirme? ¿Seré reemplazado por una máquina, un sistema digital o por un robot? Esa sutil angustia nos corroe a todos. Es cierto que no de una manera angustiosa, pero sí como trémula desazón. Nos dicen que el secreto es la formación y a ella nos aplicamos, con la esperanza, probable, de no quedarnos atrás en la lucha darwiniana de la supervivencia digital. Sabe que resulta inteligente apostar por su propia formación y se aplica a ello, con la esperanza de que las nuevas herramientas le ayuden a poner en práctica algunos de sus talentos. Un momento, ¿por qué hablamos de talento e inteligencia? ¿Qué tienen que ver en esta batalla? Pues mucho, tanto en su dimensión personal como en la dimensión colectiva de la organización a la que pertenece.
Definamos de manera muy elemental talento e inteligencia, sabedores, como somos, de que existen muchos tipos de talentos y de inteligencias y que, por tanto, estas definiciones no son más que aproximaciones al asunto. Pero vayamos a ello: ¿qué es el talento? El talento es la facultad de hacer algo especialmente bien. ¿Significa lo mismo el talento que la inteligencia? No. La inteligencia se expresa al elegir la alternativa más adecuada para alcanza el fin propuesto. El talento se demuestra, por tanto, haciendo algo de manera destacable, mientras que la inteligencia eligiendo la mejor de las alternativas. Cada persona atesora un potencial innato de talento e inteligencia, pero si no se ejercita, con práctica y esfuerzo, quedarán adormecidas por falta de uso. Desgraciadamente, muchas personas nunca lograron descubrir talentos que atesoraban.
Existen personas con talento y organizaciones talentosas, que son aquellas que consiguen sus fines y objetivos de manera brillante y eficiente. Sin entrar en mayores profundidades, podríamos afirmar que en cualquier organización – sea empresa, ONG o ayuntamiento – coexisten dos tipos de talentos. El individual reside en cada una de las personas que en ellas trabajan, mientras que el talento colectivo radica en su sistema de organización, en los procedimientos y controles que la hacen funcionar. El primero aporta creatividad y productividad personal, y el segundo, todavía más importante si cabe, hace funcionar a la organización, orientado a la consecución de sus fines. En una organización talentosa, el talento total resultante, de cara a la consecución de sus objetivos, debe resultar muy superior al de la suma del que poseen sus componentes individuales.
El talento, ¿nace o se hace? Pues como personas, el talento nace y se hace. Como organizaciones la respuesta es más compleja, ya que, al ser una construcción humana, en teoría se hace. Pero, en el caso concreto de los ayuntamientos, nos encontramos con una administración con grandes inercias del pasado, muy regulada por leyes superiores, por lo que su talento, en parte, le viene puesto. Por tanto, también en las organizaciones, nace y se hace. Construir una organización talentosa es una responsabilidad básica de sus gestores y, en el caso de los ayuntamientos, de sus responsables, tanto políticos, como directivos, así como de sus trabajadores. ¿Son talentosos los ayuntamientos españoles en su conjunto? Pues visto lo visto, podemos afirmar que, en general, sí. Prestan sus servicios a los ciudadanos razonablemente bien, les ofrecen representación de sus intereses, definen y concretan el proyecto de ciudad, la hacen funcionar… y todo ello con unas cuentas públicas sensatamente equilibradas. Si las comparamos con otras organizaciones públicas, probablemente sean las más talentosas en términos generales y las menos expuestas a críticas en sus fundamentos esenciales.
Parte de este buen hacer municipal se debe a las leyes generales que regulan su funcionamiento y a los modelos de financiación que nutren a sus arcas. Pero en gran parte, también, al quehacer talentoso de las personas que trabajan en el ámbito municipal, cercanas al ciudadano y que realizan un notable esfuerzo de adaptación a los requerimientos de los tiempos. Es cierto que todo es mejorable y que de todo hay en la viña del señor, pero, y a pesar de ineficiencias puntuales y personales, los ayuntamientos, como organización, funcionan de manera prudentemente talentosa.
Y terminamos como empezamos. El talento general de los ayuntamientos, su eficacia y rendimiento como organización, descansará de una manera creciente en la tecnología, en los sistemas digitales que regulan y ejecutan sus múltiples y variados procedimientos, en la gestión de la ingente masa de datos que le interrelacionan con sus ciudadanos, en la Inteligencia Artificial que gestionará campos crecientes en los servicios y sistemas. En el ayuntamiento, como en cualquier otra organización moderna, el talento humano convive con el talento de la máquina, con la inteligencia de sus sistemas digitales, lo que generará seguras tensiones e inevitables desajustes. En la elección inteligente de los sistemas digitales residirá gran parte del talento medible del ayuntamiento del mañana. O sea, que, en gran medida, el talento municipal dependerá del acierto en las decisiones a tomar en la materia. Y a eso se le llama inteligencia, inteligencia municipal si se quiere, que se concentra en sus órganos de decisión. Ojalá acierten en la encomienda, por su bien y por el mío.
Todo ello reta a nuestro talento e inteligencia individual, lo que nos anima e inquieta por igual. Nos anima porque la modernidad nos atrae, con el vértigo de su fascinación digital. Pero, al tiempo, nos preocupa. ¿Sabremos adaptarnos a tantos cambios? ¿Aplastará la silenciosa eficacia de la máquina nuestro talento individual? ¿Podremos expresarlo o quedaremos atrapados en la extrema rigidez de sus procedimientos? Pues ya veremos. Mantengamos el optimismo y seamos realistas al tiempo. Todo cambiará muy rápido y, en gran medida, nuestra capacidad de adaptación vendrá determinada por nuestra actitud, predisposición y esfuerzo, pero, también, y mucho, del acierto de los responsables de las trascendentes decisiones digitales que habrá que adoptar cada día. Ojalá sepan acertar en la elección de los mejores y más adecuados modelos, sistemas y procedimientos, en un ejercicio lúcido y necesario de lo que conocemos como inteligencia municipal.