Titulación universitaria y acceso a la administración

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«Hoy firmo una orden que obliga al Gobierno federal a reemplazar el desfasado sistema de contrataciones basado en títulos por otro basado en habilidades», explicó el presidente. «El Gobierno federal ya no estará tan centrado en la universidad a la que hayas ido sino en las habilidades y talentos que te han llevado al puesto». Iniciativa de Donald Trump de hace solo unos días que aquí a muchos debe de haber sorprendido. Esta iniciativa intenta sintonizar a la Administración pública con las tendencias recientes en la contratación de los empleados impulsadas por determinadas empresas privadas.

En primer lugar, hay que destacar que no es extraño que esta iniciativa surja en EE.UU. que es un país con un sistema universitario muy peculiar (muy injusto socialmente por los elevados costes de la educación superior), un modelo laboral público en franca desventaja, a nivel de incentivos, con el modelo laboral privado, etc. Hay quien quiera ver esta iniciativa (y seguramente con razón) una expresión más de una presidencia populista que intenta socavar la influencia de unas universidades preñadas de intelectuales que suelen criticar las políticas de Trump. Otros van incluso más lejos y ya anticipan que los nuevos sistemas de selección pueden contribuir a reverdecer el tradicional sistema de spoils system que conceptualizaron e impulsaron los americanos durante buena parte del siglo XIX.    

Más allá de estas consideraciones autóctonas totalmente pertinentes deberíamos ampliar la mirada y analizar esta iniciativa, libres de capturas conceptuales. Creo que aquí juegan dos elementos cruciales: el cambio en los sistemas de contratación en el sector privado más dinámico y el papel que juegan las universidades en el contexto de este nuevo mercado laboral.

Es un hecho que las empresas más dinámicas e innovadoras cada vez dan menos importancia a las titulaciones universitarias y van orillando el fetichismo del glamour de las universidades más prestigiosas. Esta es la consecuencia lógica de contratar vía competencias reales adquiridas por los candidatos y no por el currículum formal de los mismos. Por ejemplo, un empleador de una empresa española de tecnología reconocía públicamente que jamás miraba si los candidatos tenían titulación o no. Afirmaba que para él era más importante que un candidato tuviera la experiencia de jugar a los videojuegos miles y miles de horas antes de que hubiera dedicado su tiempo a estudiar una carrera universitaria. Pero claro que el valor no era limitarse a jugar, sino que su valor de mercado consistía en que había diseñado un programa para poder jugar y ganar on line a otros jugadores que también habían elaborado programas haciendo trampas. Es decir, el juego on line ya no era entre jugadores con pericia sino entre programadores que eran capaces de diseñar robots que eran diestros en vencer a otros robots. En este caso no hay dudas que un contratador prefiera a este candidato que a uno con un rutilante título universitario.

Pero este caso es todavía excepcional tanto en el mercado privado como en el público. Es decir, nuevos paradigmas de contratación que orillen las competencias universitarias se van a limitar a unos determinados puestos de trabajo. En todo caso sería bueno que la Administración pública atendiera a estos cambios y dejara un conjunto de puestos de trabajo excepcionales y específicos en los que solo se evalúen las competencias y se marginaran las titulaciones.

En cambio, en la mayoría de los puestos de trabajo de elevado nivel es normal, lógico y razonable que las Administraciones exijan un título universitario como requisito previo. Pero hay que andar con cuidado en hacer pivotar todo un proceso selectivo en función del título y de las capacidades memorísticas (que no deja de ser una competencia de naturaleza universitaria y en su dimensión más primaria). Hay que ir abandonado la adicción que tiene este país hacia la titulitis. Hoy por hoy poseer un título universitario tiene cada vez un menor valor predictivo sobre las potencialidades de un candidato. Es para mí doloroso reconocer que un porcentaje significativo de los titulados universitarios son mediocres ya no solo como potenciales empleados públicos sino propiamente como estudiantes universitarios. La universidad ha perdido su función de filtro profesional si es que ha retenido esta facultad alguna vez.  Otro problema de fondo es que puede detectarse que la Universidad propone e impone un itinerario académico que, aunque basado en competencias, funciona descontextualizado del mercado laboral. Un sistema interno de incentivos sobre la selección y carrera de los profesores universitarios está generando una Universidad cada vez más alejada del mundo real. Los profesores monjes (totalmente teóricos y enredados en la endogamia y en la dogmática de un discurso meramente académico) imponen sus condiciones y agreden despiadadamente a unos menguantes profesores guerreros que intentan formar a sus estudiantes para que puedan competir en el mundo laboral real. Esto también está sucediendo en la disciplina de Administración pública o de gestión pública. La realidad de las administraciones públicas va por un camino y buena parte de los académicos por otro. Desde hace años estoy detectando esta crisis. En los congresos, jornadas y cursos profesionales en materia de gestión pública la presencia de profesores universitarios está menguando de una manera dramática. No es en absoluto un problema de fobia hacia los académicos. Si el mercado de innovación en la gestión pública no reclama a los profesores universitarios es por qué ha detectado que no aportan nada o, en todo caso, aportan menos que las reflexiones que presentan determinados funcionarios de trinchera y, marginalmente algunos consultores. Es un síntoma que la Universidad, a nivel mundial, anda perdida atendiendo solo a su ombligo teórico (que es obvio que no hay que descuidar) pero desatendiendo de una manera casi obscena el mundo real y logrando ser una institución yerma en transferencia del conocimiento al mundo práctico. Sí los profesores universitarios carecen de auctoritas en la dimensión profesional es imposible que sus estudiantes y futuros titulados sean atractivos en el mercado laboral sea este privado o público.

Hay que reorientar a la Universidad para que, sin abandonar la legítima misión de renovar su relato estrictamente teórico (no hay buena práctica sin una sólida e innovadora base teórica), no desatienda totalmente las nuevas necesidades sociales, económicas e institucionales. La función docente de las universidades no tiene solo el ingrediente estrictamente teórico sino también el de la transferencia del conocimiento traducido mediante competencias prácticas imprescindibles para enfrentarse a un mercado laboral muy dinámico e incluso convulso.

3 Comentarios

  1. Porque en españa para un grupo b de funcionarios , te exigen técnico superior , pero con un título universitario no, puedes presentarse al grupo b ?
    Los estudios universitarios no son superiores al de técnico .
    Hay sentencias , que no han permitido presentarse a un diplomado o con carrera a. Oposiciones del grupo b .

  2. Estimado Profesor Ramió, como en otros muchos de sus breves pero interesantísimos artículos no puedo estar más de acuerdo con Vd. Vaya por delante que soy Titulado Universitario, con dos licenciaturas (ciencias del trabajo y derecho) y más de 32 años de servicio en varias áreas de la Admnistración Local, los últimas 10 en el Área de Función Pública (o recursos humanos, aunque de ésto gestión poco o casi ninguna). Como decía en estos últimos años en mi nueva posición, he vista ya unos pocas de convocatorias, e incluso yo mismo he pasado por alguna, y todas ellas siguen el mismo patron, que no nos podemos saltar marcado por leyes (en el ámbito local al menos) de años tales como el 86 (el TRRL y los contenidos mínimo de los temarios) 95 (RGIIPP) y el algo más remozado TREBEP, y que nos marca inexorablemente a prubas tediosas, memorísticas y que luego no nos deja en nuestra organización a los mejores trabajadores. En la nuestra se está dando un caso, desde hace tiempo y es que se presentan a puestos técnicos muchas personas que a su vez se han preparado oposiciones a Habilitados Nacionales, en muchos casos, tras presentarse varias veces y no sacar plaza en dichas oposiciones, o en otros hacen tiempo en tanto se convocan, los últimos 10 técnicos que han entradao tienen este perfil. En unos casos, aprueban y al poco aprueban la opocición de Habilitados, y si su destino es de agrado se marchan dejando nuestros departamentos (ya muy mermados) de nuevo en cuadro, en otros caso estos que se fueron vuelven, al ver que no les compensan el marchar a según que localidades o bien que al final ven que el puesto de Habilitado no es como pensaron, y nos ponen de nuevo en un apuro, pues su acomodo luego no es fácil. Y por último, y los más complejos, los que se quedan en nuestra organización, y que en sus puestos se convierten en feroces interventores, secretarios o auditores, sin que esa sea su función, llegando al caso de ser (en muchas ocasiones) más «inquisidores» que nuestro Secretario y nuestro Interventor (y eso que los nuestros son ya difíciles). En definitiva, son personas que no hacen el cometido para el que se supone que es su puesto, y que en ve del «plus» de unos conocimientos más amplios en diversas materias, nos encontramos con personas que buscan una excelencia administrativa rayana en el paroxismo o un control ecónomico cual si fueran «black men» de la Troika comunitaria. No sólo eso, si no que imbuidos en ese espíritu de cuerpo que tienen (aún sin pertenecer muchos a los Habilitados Nacionales) «hacen rancho aparte» y no permiten a otros (mi caso) el llevar a cabo nuevas iniciativas, en proponer novedades por ejemplo a la hora de buscar candidatos idónes. Mi Director de Área, por ejemplo, un hombre jovén (de edad) con amplísimos conocimientos de derecho administrativo y de función pública, pero que (éste si aprobo con una plaza de Secretario Interventor, pero volvió), mantiene una mentalidad cuasi decimonónica de la Función Pública, y donde las pocas iniciativas en gestión de recursos humanos que habíamos implantado han ido desapareciendo, donde otras habilidades que no sean conocer al dedillo los artículos de la normtiva aplicable o que los informes o resoluciones estén enmarcados perfectamente en el formato oficial de nuestra organización, no son bien recibidas… en fin, lo más lastimoso de todo ello, es que como digo es gente joven, con mucho tiempo de carrera por delante, pero que mantiene una mentalidad arcaica y donde todo lo que no sea un exámen con muchos temas y mucha memorieta de por medio, parece que no casa con los principios Constitucionales que deben regir todo el proceso de admisión a la Función Pública. Así que arduo y muy complicado veo el futuro para que esto cambie, pues con este tipo de personas y sobre todo con muchísimos Jueces de lo Contencioso Administrativo en defensa de las «sacrosantas» oposiciones memorísticas, veremos pocas novedades en este sentido y mucho me temo que este sistema pervivirá por muchos años.

  3. La Universidad se está quedando atrás, efectivamente, y permítame que añada a su análisis una referencia a la figura del Profesor Asociado. El legislador entendió muy bien la necesidad de que la Universidad «teórica» se aproximara a la realidad laboral a través del Profesor Asociado, un «profesor externo» que con experiencia en el mundo profesional, unas pocas horas a la semana, y con una remuneración casi «honorífica», intenta integrar en el ámbito académico el conocimiento profesional.
    Pero una vez más la endogamia histórica de la Universidad española, y con la crisis económica todavía más, en mi opinión pervirtió esta figura para dar de «amamantar» a sus cachorros becarios. Así, se utiliza esta figura, que en teoría está bien diseñada, para acabar dando un trabajo estable, bien remunerado, con dedicación amplia y principal, a académicos sin experiencia en la vida real, profesional.
    Una oportunidad perdida para la Universidad.

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