Decir que no

Cuando una persona tiene vocación política o se dedica a la política, probablemente posee alguna de estas características: 1) (perdón si peco de ingenuo), que quiere hacer cosas por los demás, tiene ideas y fuerzas y desea aplicar sus ideas para transformar la sociedad, mejorándola; 2) quiere que todo el mundo le reconozca, es decir, debe satisfacer al menos un cierto grado de vanidad. En la medida en que a uno se le reconoce, se le considera, se le tiene en cuenta. Uno se construye su imagen a través del reflejo de lo que transmiten los demás; 3) quiere sentir eso que llamamos “poder” cualidad que le permite, preponderantemente frente a otros, ordenar y/o reprimir comportamientos, decidir inversiones, organizar actividades, cuestiones que no puede hacer cualquier mortal. Eso que alguien llamó la erótica del poder; 4) quiere mantenerse a toda costa en ese poder, lo cual no se sabe si es en el fondo el único leiv motiv de sus acciones.

Esta última característica es la que hace que ese individuo que ostenta un poder dirija todas sus acciones a mantenerse en el mismo e, inconscientemente, reacciona ante cualquier circunstancia para caer bien a la gente. Qué mejor para ello que: a) esbozar siempre y en todo lugar una sonrisa. b) No decir casi nunca que no a nadie. Dos recetas, que bien empleadas, se transmiten al 'súbdito', ‘administrado’, ‘cliente’, ‘ciudadano’ o simplemente ‘elector’ y que es una corriente de ida y vuelta. Éste, mediante mensajes verbales y/o gestuales, intuitivamente indicará al político si va por buen camino o no, si le cae bien y si hay alguna posibilidad de que le vote.

Uno de los problemas con que un político recién elegido se encuentra nada más acceder al poder, salvo que ya esté bregado en la práctica de mando anterior o que tenga muchas aptitudes naturales, es enfrentarse con los problemas que inevitablemente van surgiendo día a día y poder decir que no tranquilamente, sin coste, al menos personal. Problema que tienen especialmente los Alcaldes y Concejales Delegados de servicios sobre todo de municipios pequeños y medianos por aquello de que todos se conocen y hay una especial implicación familiar,  de amistad, de partido o de simple conocimiento de vecindad. Situaciones cotidianas que se producen cuando ante el Alcalde se presenta alguien que dice necesitar una farola adicional cerca de su puerta, o quiere que se desplace un contenedor de basura colocado al lado de su casa y que a veces huele mal, que se repare la acera o que se prohíba aparcar en un lugar determinado. Es evidente que en muchas ocasiones no se puede acceder a lo que se solicita y el Alcalde, como cualquier persona, debería ser capaz de  decir que no, negarse a una petición no fundada o que no sea posible satisfacer, sin sentirse por ello culpable ni temer por el coste político que pueda tener.

Hace mucho tiempo leí un excelente libro de esos que muchos intelectuales de lo metafísico denostan por ser de autoayuda popular, pero que enfoca muy bien este problema y que casi debería ser de lectura obligada en la escuela. Mucho más para todos aquellos que tratan con  personas y que tienen que tomar decisiones: El libro se titula "Cuando digo no, me siento culpable", de Manuel Smith (Ed. Grijalbo). En él se explicitan los problemas psicológicos que a uno se le plantean cuando debe, simple y llanamente, decir que no ante determinadas situaciones, desde la situación en que un vendedor quiere que le compres una enciclopedia y si no la compras te quedas fatal pensando en que se está intentando ganar la vida y bastante difícil lo tiene. O cómo negarse a que te convenzan para que hagas algo que tú no quieres sin que de ello dependa la aceptación de los demás, apelando al lado sentimental; o cómo enseñar a los hijos a que puedan decir que no a situaciones de riesgo sin que por ello se deban sentir mal o excluidos de un grupo. Establece el autor los principios de la Terapia Asertiva Sistemática y desarrolla técnicas concretas y realizables.

He podido ver que en la actualidad se están empezando a organizar cursos para enseñar asertividad a los empleados públicos en algunas Comunidades Autónomas, hecho que es ciertamente elogiable, puesto que desarrollar técnicas de mejora psicológica es probablemente muchas veces más útil que formarse única y exclusivamente en la adquisición de conocimientos técnicos. Hay que aprender a relacionarse en los grupos y a aplicar las normas sin que por ello se creen conflictos personales o en la organización. Eso que Daniel Goleman ha llamado con notable éxito Inteligencia emocional en el best-seller del mismo título. Estos cursos deberían extenderse a los políticos locales y también a todos los funcionarios.

La asertividad y la inteligencia emocional son temas escasamente tratados en nuestra Administración Pública (quizás lo cotidiano y lo urgente nos hizo olvidar cualquier preocupación por la Ciencia de la Administración), al menos en los pequeños Ayuntamientos y que abarcan multitud de factores de los que conviene ser consciente. La asertividad implica una capacidad de comunicación, en la que nuestro pensamiento se manifiesta libremente, sin miedo a que los demás no compartan lo que pensamos y respetando los sentimientos y los derechos de los demás.

Un factor esencial de la atención al público es saber escuchar, empatizar con el problema del ciudadano, ponerse en su lugar. Creo que con técnicas sencillas y con un entrenamiento adecuado, se podrían lograr notables éxitos que repercutirían en una mejora de la atención al público y en una mejor eficacia de las relaciones personales que necesariamente se producen.

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