El momento justo y el lugar adecuado

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La tan utilizada expresión “estar en el momento justo y en el lugar adecuado”, se suele emplear con una connotación claramente positiva. Por estar en dichas circunstancias, a uno le “cae” toda suerte de efectos favorables. En las presentes líneas se va a tratar de demostrar que, al menos desde el lado mas o menos irónico, lo de estar en un momento y en un lugar determinado, sobre todo al desempeñar ciertas funciones, no siempre tiene efectos precisamente favorables.

Con respecto a las cuestiones que no son jurídicamente “ni blanco ni negro”, más frecuentes en la práctica de los que sería deseable, conviene recordar que el art. 42-1 de la Ley del régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común, establece la obligación de resolver expresamente en todos los procedimientos, obligación que indudablemente afecta, aparte de a los titulares de las unidades administrativas a que se refiere el art. 41 de la misma Ley, a los funcionarios que tengan que emitir informe en el expediente. Es decir, hay asuntos de interpretación controvertida en los que hay que emitir informe para que se pueda resolver el expediente, debiendo pronunciarse en un sentido o en otro, ya que lo que no es de recibo es “salirse por la tangente”, y habrá que concluir tras los oportunos fundamentos si la actuación propuesta se ajusta o no a Derecho. Y ahí empieza uno a maldecir el hecho de encontrarse en ese momento y lugar.

Quedando claro ya que son gajes del oficio y que uno no puede estar obsesivamente pendiente de la cara que pongan los de uno u otro lado – y a veces los de los dos-, es innegable que esa clase de situaciones producen una “grima” especial, sobre todo cuando las presiones políticas suben mas allá de lo normal -si bien esto nunca debería ser normal- y no digamos cuando encima empieza a montarse “circo mediático”, declarando unos que en tal plazo y pese a lo que sea se va a aprobar tal cosa, o los otros que sería absolutamente ilegal eso mismo y se reservan el ejercicio de las acciones que correspondan, etc. En todos esos casos, como no haga uno lo que la “masa” quiere, está condenado de antemano. Pero se trata de elegir: o la condena de esa “masa”, o la de los Tribunales de Justicia y la de los propios sentidos de profesionalidad y responsabilidad.

Piénsese en cualquier asunto “estrella” tanto del gobierno como de la oposición de turno. Lo que para los unos es la panacea para todos los males -sobre todo para sus propios males- para los otros es una canallada enorme. Se sobrevaloran por igual los factores positivos y los negativos dependiendo del punto de vista de cada formación. Y en medio de todo ese pandemonio se pueden encontrar allí y entonces unos funcionarios que tendrán que informar objetivamente y que por ello envidiarán hasta a las moscas por no tener nada que ver éstas con el dichoso asunto, pues nadie comprenderá su conducta profesional, y en el mejor de los casos les acusarán de complicidad con el “enemigo” y de ahí para arriba.

Es frecuente en esos casos también que unos se escuden demasiado en lo que diga el funcionario o arremetan contra él, dependiendo del sentido del informe y de la postura de cada cual. En uno y otro caso, se puede aplicar la frase de que el político que se escuda en el funcionario es un mal político y una mala persona. Valga también lo dicho para el que se dedica a arremeter contra él achacándole ser un eslabón de una cadena de la que realmente no forma parte. Esta es otra manifestación de estar en el “momento justo y en el lugar adecuado”

Y no digamos nada de cuando cambia, en un sentido o en otro, el signo de la Corporación, es decir, la formación política que gobierne. Si de por sí el asunto es duro aunque se deba a “causas naturales”como pueden ser los resultados electorales, los efectos se centuplican cuando se debe a causas traumáticas como por ejemplo una moción de censura. La sensación que experimenta, al menos al principio, el funcionario que está allí y entonces, es la más parecida a la de la población civil tras el fin del asedio de una ciudad, cuando queda a merced de las iras de los vencedores, pero con dos diferencias, ya que en el caso que nos ocupa no hay escondite en el que meterse y además hay que hacer frente también a las iras de los vencidos. Claro está que me refiero a los funcionarios honestos y no a los hombres de corcho que flotan en todas las situaciones, sujetos dignos de estudio y que tendrían que ser objeto de al menos una reflexión monográfica dada la extensión que merece ese tema.

Todo esto no debería ocurrir jamás, pero en el estado actual de cosas, estado muy lejos de desaparecer y que goza de perfecta salud, y mientras subsistan ciertas formas de provisión de puestos de trabajo, ciertos puestos de trabajo en sí, y ciertas configuraciones de regímenes retributivos, la necesaria distancia entre los elementos político y profesional existirá cada vez menos, dando paso cada vez más a las generalizaciones inevitables para los ajenos al juego, y entonces, pobre del que se encuentre “en el momento justo y en el lugar adecuado”, aunque sea el más recto de los funcionarios.

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