Es posible que algunos conozcan lo que voy a contar, mientras que para otros sea una novedad. Lo comento porque los administradores o los juristas siguen, por propia lógica de trabajo, unos determinados planteamientos sobre el urbanismo (generalmente técnicos, o de atención de necesidades sociales), mientras que en otros contextos se siguen otros enfoques distintos, sobre dicho urbanismo. No deberían producirse tratamientos tan dispares, por el hecho de trabajarse en uno u otro ámbito.
Llamo la atención, pues, primeramente, en tal sentido sobre ciertas publicaciones sobre urbanismo procedentes del sector del ensayo intelectual. Se desarrollan ciertos conceptos (desigualdad, gentrificación, hormigón, violencia, derecho a la ciudad…). Conviene en todo caso no desconocer estas publicaciones porque suscitan reflexiones o, cuando menos, curiosidad. Uno puede pasarse toda una vida, en el mundo técnico del urbanismo, trabajando en el sector desconociendo estas sorprendentes afirmaciones de otros. Acaso, a estos enfoques de los que voy a informar no les vendría mal conocer mejor la realidad técnica del urbanismo. La disparidad de conclusiones, por el hecho de proceder el análisis de uno u otro ámbito, no parece entenderse, y algo falla.
Es muy habitual el discurso del capitalismo opresor, afirmando que las ciudades se hacen para satisfacer los intereses de especuladores al margen de los ciudadanos. Pero en este trabajo no hablamos de opinión público o periodistas, sino de estudiosos e intelectuales, en sus valoraciones sobre el “urbanismo” (Rem Koolhaas, La ciudad genérica, Edit. Gustavo Gili, 2006; Rem Koolhaas, Estudios sobre (lo que en su momento se llamó) la ciudad, Edit. Gustavo Gili, 2021; Richard Sennett, Construir y habitar. Ética para la ciudad, Editorial Anagrama 2019; Uriel Fogué, Las arquitecturas del fin del mundo. Cosmotécnicas y cosmopolíticas en un futuro en suspenso, Ed. Puente, 2022; Manuel Castells, La cuestión urbana, Ed. Siglo XXI 2006).
Un concepto que sirve para desarrollar las críticas es el de “hormigón”. Las ciudades, para satisfacer al capitalismo, se llenan de hormigón. “El hormigón encarna la lógica capitalista. Es el lado concreto de la abstracción mercantil. Producido de forma industrial y en cantidades astronómicas, con consecuencias ecológicas y sanitarias desastrosas, ha extendido su dominio por el mundo entero, asesinando las arquitecturas tradicionales y homogeneizando todos los lugares con su presencia. Monotonía del material, monotonía de las construcciones que se edifican en serie conforme a algunos modelos” (A. Jappe, Hormigón, Arama de construcción masiva del capitalismo 2020 en francés, Ed. Pepitas de calabaza; del mismo autor, La descomposición del capitalismo y sus críticos, Ed. Papitas de calabaza, 2011).
El discurso habitual de las publicaciones culturales en materia de urbanismo nos dibuja un escenario de atropellos y ganancias fáciles de empresarios. Para Andy Merrifield, La nueva cuestión urbana, Ed. Katrakak 2019, la política urbana ha cedido a intereses económicos; el derecho a la ciudad ha desaparecido y solo prima un espíritu destructor. Hace falta rebeldía anticapitalista. La ciudad debe ser objeto de reflexión por la filosofía.
En la búsqueda de cómo atacar el urbanismo, un concepto es el de gentrificación. Para Martha Rosler, Clase Cultural. Arte y Gentrificación la especulación inmobiliaria lleva a que la gente humilde pierda sus derechos y sufra la codicia de los más ricos. Se expulsa de los barrios a la clase trabajadora para crear áreas urbanas a satisfacción de los ricos, todo ello con la connivencia de políticos para que así pueda haber ganancias fáciles de los empresarios. Este concepto, gentrificación, se convierte en el ”concepto base” para desarrollar los reproches sociales al “urbanismo de la desigualdad” (Colección Futuros Próximos (traducción: Gerardo Jorge), 2017. Sobre el tema: N. Bailey y D. Robertson, Housing Renewal, Urban Policy and Gentrification. Urban Studies, 34(4), (1997); H. Capel, Capitalismo y morfología urbana en España, Los Libros de la Frontera, 1983; I. Díaz Parra, “Desplazamiento, acoso inmobiliario y espacio gentrificable en el caso de Sevilla. Encrucijadas”, Revista Crítica de Ciencias Sociales, 2, 2011; Vittorio Aureli, La posibilidad de una arquitectura absoluta, Puente editories 2019; J. Hackworth, y N. Smith.”The changing state of gentrification. Tijdschrift voor economische en sociale geografie, 92(4), 2001; D. Harvey, El derecho a la Ciudad. New Left Review, 53, 2008; Daniel Sorando y Álvaro Ardura, “Procesos y dinámicas de gentrificación en las ciudades españolas”, Papers 60; “El bello arte de la gentrificación” («The fine art of gentrification«), revista October, 31, 1984, trabajo clásico porque fue de los primeros en denunciar la relación entre los pioneros de la gentrificación y la clase artística).
Destaca Neil Smith, La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación (Ed. Traficantes de sueños 2012), con un estudio de la política de gentrificación que se realiza en distintas ciudades contra los pobres (a los que se expulsa de sus barrios) y a favor de los ricos que desean implantarse allí, para vivir o para implantar negocios. El concepto sirve para realizar una crítica a la “burguesía” hablándose de haussmanización por alusión al arquitecto francés Hausman. Se compara el fenómeno de la gentrificación con la vieja colonización en Norteamérica cuando se desplazaba a los indígenas a favor de colonos. La gentrificación supone la destrucción de puestos de trabajos y de servicios sociales, pero nuevos recursos para el empresariado elitista. Lejos de ser algo excepcional, es una política “al servicio de clase”.
«La gentrificación es un proceso que implica un cambio en la población de los usuarios del territorio tal que los nuevos usuarios son de un estatus socioeconómico superior al de los usuarios previos, junto con un cambio asociado en el medio construido a través de una reinversión en capital fijo» (E. Clark, “The order and simplicity of gentrification: a political challenge”, en R. Atkinson, y G. Bridge (Eds.), Gentrification in a Global Context: The New Urban Colonialism 2005).
Según estas publicaciones, numerosas, lo que se pretende es hacer persistir la desigualdad social, según expuso David Harvey, Urbanismo y desigualdad social (Ed. Siglo XXI, 1977). El rasgo común a los seis ensayos que componen este volumen es el deseo de formular una teoría del urbanismo capaz de dar cuenta de la forma en que la ciudad (la planificación urbana) refleja la desigualdad social, contribuye a reproducirla o incluso la refuerza y profundiza.
Una obra influyente ha sido “Muerte y vida en las grandes ciudades” (The Death and Life of Great American Cities, 1961) de Jane Jacobs. La autora y activista critica duramente las prácticas de renovación urbana de los años 1950 en Estados Unidos, cuyos planificadores (planificación urbanística, diseño urbano) asumían modelos esquemáticos ideales que según ella condujeron a la destrucción del espacio público. Utilizando métodos científicos innovadores e interdisciplinares (procedentes tanto de las ciencias sociales como de las ciencias naturales), la autora identificaba las causas de la violencia en lo cotidiano de la vida urbana, según estuviera sujeta al abandono o, por el contrario, a la buena alimentación, la seguridad y la calidad de vida. Sus ideas sobre la autoorganización espontánea del urbanismo fueron aplicadas en el posterior concepto de sistemas emergentes. Además de por su obra literaria, Jacobs destacó por su activismo en la organización de movimientos sociales autodefinidos como espontáneos (grassroots), encaminados a paralizar los proyectos urbanísticos que entendía que destruían las comunidades locales. Primero en Estados Unidos, donde consiguió la cancelación del Lower Manhattan Expressway; y posteriormente en Canadá, a donde emigró en 1968 y donde consiguió la cancelación del Spadina Expressway y la red de autopistas que pretendían construirse. A Jacobs se le atribuye, junto con Lewis Mumford, la inspiración del movimiento del Nuevo Urbanismo.
El derecho a la ciudad reacciona frente al impacto negativo sufrido por las ciudades en los países de economía capitalista, con la conversión de la ciudad en una mercancía al servicio exclusivo de los intereses de la acumulación del capital. Como contrapropuesta a este fenómeno, Lefebvre construye un planteamiento político para reivindicar la posibilidad de que la gente vuelva a ser dueña de la ciudad. Frente a los efectos causados por el neoliberalismo, como la privatización de los espacios urbanos, el uso mercantil de la ciudad, el predominio de industrias y espacios mercantiles, se propone esta perspectiva política. Tomada por los intereses del capital, la ciudad dejó de pertenecer a la gente, por lo tanto Lefebvre aboga por «rescatar al ciudadano como elemento principal, protagonista de la ciudad que él mismo ha construido». Se trata de restaurar el sentido de ciudad, instaurar la posibilidad del «buen vivir» para todos, y hacer de la ciudad «el escenario de encuentro para la construcción de la vida colectiva». Esta vida colectiva se puede edificar sobre la base de la idea de la ciudad como producto cultural, colectivo y, en consecuencia, político. La ciudad es un espacio político donde es posible la expresión de voluntades colectivas, es un espacio para la solidaridad, pero también para el conflicto (H. Lefebvre El derecho a la ciudad (1968); Georg Simmel, La metrópolis y la vida mental, 1903 (original); M. Beaumont, El caminante, encontrarse y perderse en la ciudad moderna, edit. Alianza, 2021).
Todo esto es fruto de mutaciones que explica el mismo Henri Lefebvre, es decir, la sustitución del mundo industrial por el mundo urbano, en el que el espacio pasa a ser el código de estructuración de una realidad capitalista que se define por el ocaso del campo y la ciudad, fundidos y sustituidos por algo nuevo: «lo urbano» (La revolución urbana, Ed. Alianza Editorial, 1970; El derecho a la ciudad (1968) y La producción del espacio, 1974).
Obviamente el discurso negativo sobre el urbanismo contrasta con el positivo del medio ambiente. Que, en este contexto, lleva a hablar de “arte ecológico” (Paul Ardenne, Un arte ecológico. Creación plástica y antropoceno, Ed. Adriana Hidalgo, 2022).
Estas posiciones, que asocian el urbanismo a una determinada imagen de capitalismo, marginan la impronta del Estado social en el urbanismo y cómo este se concibe como un medio de realización de fines sociales. En el urbanismo lo típico son figuras jurídicas tales como las cesiones de suelo (pueden representar incluso, de facto, un 50% de suelo gratis a la Administración, entre viales y el 10% de cesión obligatoria). Los patrimonios públicos de suelo tienen la finalidad de hacer vivienda de protección pública. Se trata de aspectos puramente sociales, a los que pretende darse respuesta por el Derecho urbanístico. La propia Constitución española de 1978 prevé que la comunidad participa de las plusvalías que generan los procesos urbanísticos. Por otro lado, la expropiación forzosa es una técnica que, igualmente, sufre una gran transformación, ampliándose su objeto, para justificar expropiar por interés social más allá de por utilidad pública. Además, hay cesiones de suelo gratis a la Administración que pueden considerarse como una expropiación a coste cero. El urbanismo del futuro debe ser un medio para realizar la estética en las ciudades. Esta afirmación es una articulación del Estado de la Cultura sobre el urbanismo (sobre la estética a través del urbanismo, extensamente Santiago González-Varas Ibáñez, Tratado de derecho administrativo, tomo 4, urbanismo y ordenación del territorio, Madrid, 4 edición, 2020).
Al autor de este trabajo le gustaría conocer qué opinión provocan estas posiciones de intelectuales, que me limito a describir porque aportar conocimiento siempre es bueno. Como conclusión, acaso representen un cierto o relativo desánimo estas valoraciones, procedentes del mundo intelectual, sobre el urbanismo, de forma no infrecuente, ya que, por contrapartida, trabajar en el urbanismo supone trabajar en un sector que requiere un enorme esfuerzo y dedicación, pero que no se valora. Un sector donde, el día a día, lejos de lo expuesto, deben satisfacerse problemas técnicos muy difíciles de resolver, y donde uno se parte la cabeza. Acaso una solución es seguir trabajando y hacer caso omiso de estas “valoraciones”. Pero conviene tenerlas en cuenta. No deberían producirse opiniones tan dispares, por el hecho de proceder de un ámbito cultural (donde se genera una especie de discurso obligado) o de otro. Obviamente, el técnico o el jurista no tiene nada que ver, incluso, con este urbanismo, si es que es como se pinta por estos autores. Los técnicos, funcionarios, juristas, obviamente, desconocen estos pormenores, y hacen su trabajo lo mejor que pueden.
Mencionas al capitalismo como causante del «hormigón», ¿es que los países socialistas no han caído también en ese sistema de desarrollo urbanístico? Nada más hay que observar los desarrollos urbanísticos de la meca del socialismo, la URSS.