EEUU ha comenzado la guerra contra China, fría si se quiere, pero guerra, al fin y al cabo, como bien sabemos. Y decir EEUU es decir Occidente, donde España milita por derecho propio, brazo armado de la OTAN incluido. La globalización, tal como la conocíamos desde finales del XX tras la caída del Muro de Berlín está siendo dinamitada sobre todo por su propio y principal creador, los Estados Unidos de América, convencidos de que, con sus reglas de juego de fronteras abiertas, serían amplia y prontamente superados por la emergente China. Fue en el mandato Trump cuando comenzaron a erigirse las primeras protecciones arancelarias, continuadas y acrecentadas ahora por el gabinete Biden, protagonista de los actuales juegos de guerra de tan incierto resultado.
La aquilatada maquinaria de la globalización ha dejado de funcionar, por tanto, con la perfección de reloj suizo a la que nos habíamos acostumbrado. Los desajustes de materias primas, transportes y productos intermedios, golpean la cadena de suministro y a las economías en forma de carencias, desaceleración e inflación. Hasta que un nuevo equilibrio y orden mundial se consiga, tendremos que acostumbrarnos a estos desajustes y sobresaltos, que para unos serán ruinosos y para otros, puerta hacia la fortuna.
Nos adentramos en una guerra, en principio fría, de incierta duración, alcance y desenlace. Parte del pensamiento norteamericano considera que el enfrentamiento por el dominio mundial resultaba del todo inevitable y que, por tanto, debía abordarse cuanto antes, dado que cada año que pasaba, China se hacía más y más fuerte. “Si ya vencimos a la URSS – repiten -, también ahora podremos vencer a China. Es cuestión de apretar hasta que salten sus contradicciones y limitaciones internas”. Puede ser. O no, quién sabe, reflexiona el observador sabio.
Esta polarización mundial conforma la nueva geopolítica, en la que los países, de una manera u otra, tendrán que posicionarse. La guerra en Ucrania o el súbito e inesperado cambio en la postura española con respecto al Sáhara Occidental, a Marruecos y al Polisario, deben ser enmarcadas en esta nueva dinámica geopolítica. Y uno y otro contendiente tratarán de atraer a su bando a los países aún no alineados, tarea a la que dedicarán esfuerzos, recursos e imaginación.
Pero no sólo el poder económico y político están en juego, sino también los valores que lo sustentan. Poco se ha reflexionado sobre esta materia ideológica, que consideramos de primera magnitud y relevancia para tratar de atisbar el mundo por venir. La URSS fue un poderoso rival militar y político para Occidente, pero nunca económico. La actual China rivaliza en economía y poder militar, o sea un rival aún más colosal que lo fuera el antiguo bloque comunista. Además, oferta unos valores, ideas, filosofías y políticas diferentes por completo a las del mundo occidental. Cuando Fukuyama postuló aquello del fin de la historia se refería precisamente al éxito sin aparente alternativa del modelo de democracia liberal occidental. China, sin embargo, ofrece al mundo un modelo político y de valores alternativo y, según lo visto hasta ahora, viable y expansivo. ¿Será sostenible durante las próximas décadas? Eso sólo el tiempo nos lo dirá. Nos gusta más el nuestro, pero…, ¿a cuál de los dos seguirán otros países y regímenes?
Vamos a vivir dinámicas de tensión creciente que podrán a prueba a uno y otro bloque. Por lo pronto, las limitaciones energéticas, el exceso de deuda, los desajustes en los abastecimientos, la inflación y la consiguiente subida de tipos empujan a Occidente hacia la recesión. Queda mucho partido por delante, pero el primer set se nos pone cuesta arriba, no podemos confiarnos en absoluto. Hasta hace un siglo, la población mundial se concentraba de manera destacada en el actual envejecido y decreciente Occidente, hoy apenas un reducido porcentaje de la población mundial. Antes, muchos y jóvenes, ahora, menos y viejos. Esta es la realidad con la que nos tocará lidiar en este mundo en el que ya no monopolizamos ni el conocimiento ni la tecnología.
Nótese que utilizo la segunda persona del plural. Y es que, nos gusten más o menos sus valores, historia y principios, conformamos Occidente ante los ojos de los que no lo son. Y ya sabemos aquello de que no somos como nos vemos a nosotros mismos, sino como nos ven los demás. Y mientras antes nos percatemos de que militamos inevitablemente en uno de los bloques en conflicto, antes podremos entender cómo somos y seremos percibidos por ese resto del planeta que hemos dominado durante los últimos siglos, sin que debamos resignarnos a resultar derrotados ni, mucho menos aún, a que nuestros valores resulten sustituidos por los de más allá.
Podemos ganar, perder o quedar en tablas durante un tiempo prolongado, pero difícilmente podremos eludir el conflicto por venir y que pondrá a prueba la resistencia de nuestra economía, instituciones y de la propia sociedad, última sufridora siempre de aprietos y fatigas.
Los siglos de dominio occidental del mundo vinieron siempre acompañados de un esfuerzo moralizante y evangelizador, más allá del puro interés de explotación de los recursos naturales. Desde el siglo XV al XVIII, fue la expansión del cristianismo, para, posteriormente, predicar el esfuerzo civilizador frente a la barbarie y atraso foráneo. Ya en el siglo XX predicamos democracia y libertad y ahora, es la buena nueva de los valores 2030 – igualdad, sostenibilidad, feminismo y demás – la que queremos extender por el resto del mundo. Para ojos terceros, pareciera que una sotana habita bajo todo occidental, siempre dispuesto a predicar sus valores y concepción del mundo. Ayer religión, hoy democracia y valores 2030, en los que creímos y creemos con sincera convicción, sin que necesariamente eso signifique que sean compartidos por el resto del planeta. Atención, por ejemplo, a lo que ocurre en África. La ayuda occidental suele canalizarse a través de ONGs, organizaciones bienintencionadas son sus nobles objetivos predicados. Por el contrario, la influencia china llega a través de acuerdos económicos, sin mezclar valores ni superioridades morales en las rentables, para ambas partes, transacciones. ¿Y quién gana terreno? Pues los chinos, porque muchos países no soportan la prédica “moralizante” que inevitablemente los occidentales realizamos, creyéndonos jueces de lo bueno y de lo malo. Conociéndonos, debemos reconocer que parte de razón llevan, pues debatimos más sobre ideales y valores que sobre intereses, mientras que los de enfrente van a lo suyo, sin inmiscuirse en las costumbres y sistemas de los demás. O, por lo menos, así ha sido hasta ahora, que el futuro siempre está por construir.
Tan imbuidos estamos de nuestros – para nosotros – hermosos valores, que no alcanzamos a imaginar siquiera otros distintos. Pero, ¿y si los valores de las culturas china, árabe, persa o de otras tantas africanas no fueran necesariamente inferiores? ¿Y si fuéramos derrotados por ellos? Bajo los combates económicos y geopolíticos por venir, también latirá la batalla de los valores, ideologías y concepción del mundo. Ojalá seamos capaces de construir un mundo mejor para todos, pero, por lo pronto, dispongámonos a luchar por los nuestros, sin despreciar a los de los demás. Tiempos apasionantes, sin duda alguna, los que nos tocaron vivir.
Acertado comentario porque cuestiona un poco nuestro propio ser. Pero creo que los occidentales con tradiciones democráticas no debemos estar continuamente autocuestionandonos, es obvio que los valores de verdad, libertad, elección, transparencia y responsabilidad son valores superiores, sí. No puedo ni pensar en cómo se vive en una teocracia talibán donde las mujeres son invisibles y están subyugadas, en culturas que ven como una sana tradición la ablación del clítoris o en culturas en un las que por opinar distinto a ambas en una sucia cárcel o en un campo de ‘reeducacion’. Por eso, no debemos azotarnos a nosotros mismos y tolerar las barbaridades de esas sociedades, tenemos una responsabilidad con la humanidad. Y si, tener claro que el estado democrático y de bienestar occidental en más deseable que un estafo regido por el Coran y la Sharia. Es recomendable la lectura del Coran para saber qué es lo que viene. Lo dijo Burguiba (Túnez) en la década de los 70, «serán los vientres de nuestras mujeres los que conquistarán Europa». Un reciente libro del verso suelto que es Michel Houllebecq y que se titula «Insumisión» pone el acento en la política ficción de una posible llegada al poder, de rebote y a través de extraños pactos, de los musulmanes en Francia . Ciencia ficción que asusta. No podemos ser tan tolerantes con quiénes no lo quieren ser con nosotros.