Justificación por la fe

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Justificación por la fe

 

En el siglo XVI Lutero y Calvino emprendieron la Reforma llamada protestante, que iba a cambiar la visión de las cosas en el mundo; entre otras cosas concluyeron que el hombre no se justificaba por sus obras sino por la Gracia Divina que era la que gratuitamente era concedida por el Padre a sus hijos, los hombres, no porque hiciesen algo para merecer ese amor, sino porque Dios ama inmensamente a todas sus criaturas; sólo se trata pues de tener fe. Esta semana hemos tenido en muchas corporaciones locales, como es habitual que pasar por el confesionario (o garito), porque había algunas subvenciones sin justificar.

Uno empieza con cierta desgana, pero con el necesario (o imprescindible) entusiasmo, pero poco a poco, ese mismo uno se va alterando internamente y ve cómo se enrojece el rostro cuando empieza a preparar los mismos papeles de siempre en los modelos oficiales de siempre para cobrare la escasa cuantía de siempre (a veces tan escasa que en ocasiones se llega a plantear si no sería mejor renunciar). Esos modelos, que uno suponía que servían de garantía de cumplimiento de la norma pero también como forma de hacer más fáciles las cosas pero que, contrariamente, sirven para poner pegas allí donde posiblemente no debían existir. Eso sí, ahora lo hacemos con el ordenador rellenando PDFs cuyo modelo podemos guardar, no así los datos. Las mismas frases de siempre y siempre algún añadido nuevo. Y es que cada vez que me veo ante esos papeles que hay que enviar para que efectivamente nos paguen una subvención, recuerdo que desgraciadamente no ha llegado la Reforma a la Administración Local, aun nos vemos abocados a soportar los efectos del Aparato de la Inquisición, dirigido por Dª Burocracia Desconfiada que permanece instalada en la más pura ortodoxia apostólica y romana. Muchos soñamos porque llegue la Reforma y que las Instituciones Subvencionantes se fíen de los Entes Subvencionados, justificación por la fe. Sería tan sencillo como otorgar ayudas incondicionadas, eso supondría probablemente un inequívoco síntoma de madurez democrática. Un pequeño Ayuntamiento es Administración Territorial; se presume autónomo; se presume que va a prestar servicios a sus ciudadanos porque se le han encomendado desde el sistema; y se presume que tiene dinero. Dios mío, cuánta presunción. En este país todo se presume (¿es la presunción iuris tantum de legalidad?). Pero hete aquí que ese Ayuntamiento es más pobre que un maestro de escuela de la posguerra. Lo cual lleva, al electo Alcalde que por la gracia de los votos en las urnas tiene el honor de representar a sus vecinos durante cuatro años, a iniciar una posible y seguramente penosa travesía por diferentes organismos, entidades, sociedades, dependencias, despachos etc. para pedir financiación (perricas, dirían en muchos sitios). Y es que ese Alcalde ha tenido la imprudencia de habérsele ocurrido pavimentar un par de calles, quizás hacer una piscina o comprar una furgoneta o, sin ir tan lejos, comprar dos ordenadores.

Correrá mejor o peor suerte, aun no se ha escrito demasiado sobre la sociología del Alcalde Mendicante. Aquélla, dependerá de factores tales como enterarse que existe una línea de financiación (la variedad es inmensa), tener buenas relaciones en el propio partido y si es del partido del gobierno de la institución que concede la ayuda mejor, ser más o menos simpático o tener más o menos don de gentes, cundir mucho por actos oficiales y reuniones para ser conocido, llamar muchas veces por teléfono a muchas personas, o, finalmente ser un pesado, una obligación que va con el cargo, porque se ha demostrado que en ocasiones el dadivoso político otorgante de las ayudas, le concede una al Ayuntamiento de ese pesao no por nada, sino para 'quitárselo de encima' una temporada. El que la sigue, la consigue. Popularmente se entiende que el mejor Alcalde es aquél que sabe conseguir buena financiación externa. La cantidad de tiempo y energía que se consume tanto por los Alcaldes como por los Técnicos y FHE en buscar, preparar, solicitar, presentar, aclarar, precisar, y finalmente justificar y subsanar subvenciones es tal, que si no fuera por eso, quizás sobrarían/mos (?) un importante número de empleados públicos, personal de confianza, asesores y por supuesto, políticos. Así que parece que estamos ante un sistema que se autoorganiza para, como fin básico y fundamental probablemente, sobrevivir a sí mismo. Estamos ante lo que tantas veces hemos comentado: la endémica insuficiencia de las finanzas locales sobre lo que tanto se ha escrito y sin duda se escribirá. Aun no he oído a los líderes de los partidos en sus mítines electorales a pocos días de las elecciones clamar por un radical cambio en la financiación para los Ayuntamientos; probablemente no tardarán mucho en hacerlo aunque ahora no toca; toca más en las locales. Al fin ¿no es la institución más cercana a los ciudadanos? La pregunta del millón es: ¿realmente este problema es algo que se quiera solucionar? Algo me dice que no. En un brevísimo análisis de las causas de esa insuficiencia apuntaremos las siguientes aunque sólo sea para abrir la discusión:

1. Los Ayuntamientos entran en muchas más materias que las que le corresponden. El sistema no tiene implementados mecanismos de financiación para ello. Es la reclamación que se hace desde la FEMP: se prestan servicios que no se deberían prestar porque corresponden a la Administración Central y Autonómica (aunque desde éstas se les podría decir, por qué se meten Vds. donde no les llaman, a lo que les contestaría el buen Alcalde que porque lo demandan los vecinos y quiero lo mejor para mi pueblo y además, porque como está visto que Vd. no lo hace que es quien debería, lo tengo que hacer yo. Por ese camino, desembocaremos algún día en esa historia que se han inventado las autonomías para recabar ingresos extras del Estado: la deuda histórica en otro sentido, no en merma de tributos sino en prestación de servicios no financiados por quien debe hacerlo. Y le pondremos muchos ceros. Solución preventiva: no meterse en camisa de once varas o hacerlo con menor alegría, esto no es Jauja y la cosa no llega para tanto.

2. Los Ayuntamientos en ocasiones (ya lo dijimos en otra ocasión) no quieren a veces apretar fiscalmente a sus ciudadanos-contribuyentes lo suficiente pero sí que quieren hacer muchas obras y prestar muchos servicios. Y así, vemos clamorosos ejemplos de una muy baja fiscalidad local en una misma zona y en todo caso una muy desigual fiscalidad. Y se da el caso de que en ocasiones el que menos aprieta con los impuestos y tasas a sus vecinos hace más obras y paga más servicios porque sabe obtener mejor financiación externa, mientras otro de al lado, hace muchas menos y le salen mucho más caras porque quizás no vea un euro. Solución preventiva: pida más dinero a sus ciudadanos y cuando no le llegue, solicite financiación externa. Y el que tenga que dar ayudas, que examine el esfuerzo fiscal por habitante con una buena fórmula que extrapole factores como tener una gran industria (en cuyo caso le vienen ingresos adicionales por IBI, IAE y FNCM).

3. A las instituciones que cortan el bacalao, o lo que es lo mismo, las que tienen la posibilidad de ayudar, socorrer, conceder, otorgar o facilitar medios en realidad les gusta hacerlo, tanto por razones políticas como psicológicas. Bueno, a las instituciones no, porque éstas son una abstracción en realidad. En realidad a las personas que controlan las mismas y que con su superior criterio, y en base a ambiguos criterios del tipo reordenar el territorio, favorecer la igualdad, facilitar el acceso de los ciudadanos a… etcétera, conceden o deniegan ayudas. Es un sistema que se retroalimenta. Solución: no hay, porque el cambio debería venir desde el propio sistema y no es previsible que, a corto plazo, nadie vaya a echar piedras sobre su propio tejado.

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