En el mundo globalizado es una evidencia que los actores emergentes que competirán globalmente a nivel económico, por el conocimiento e innovación y por el bienestar son las áreas metropolitanas. Hay cierta unanimidad entre los especialistas que los Estados-nación y las regiones van a perder protagonismo a favor de asociaciones estatales de carácter regional (tipo la Unión Europea) y de las grandes áreas metropolitanas. Las áreas metropolitanas van a ser los motores de crecimiento e innovación de los países y su misión va a ser tanto competir a nivel global como irradiar su dinamismo y competitividad a todo el territorio nacional.
Un país, por tanto, debe tener una gran área metropolitana para competir a nivel global. Los denominados modelos unicéntricos (París, Londres, etc.). En cambio, otros países operan con modelos policéntricos (Alemania, Italia, etc.). También un país necesita áreas metropolitanas intermedias bien distribuidas por el territorio. Finalmente, se requieren pequeñas áreas metropolitanas que conecten las grandes e intermedias con la mayor parte del territorio nacional.
En España poseemos dos grandes áreas metropolitanas que ejercen de tractores globales del país: Madrid y Barcelona. Por población son por poco la tercera y cuarta área metropolitana de mayores dimensiones de Europa (por detrás de Londres y París). Por tanto, España responde a un modelo policéntrico. Luego existen un buen número de áreas metropolitanas intermedias: Valencia, Sevilla, Málaga, Bilbao, Oviedo-Gijón, Zaragoza, Alicante-Elche, Murcia, Bahía de Cádiz-Jerez, Vigo-Pontevedra, Palma de Mallorca, Las Palmas y Granada. No está mal poseer 13 áreas metropolitanas con más de medio millón de habitantes. Y le siguen cinco más que podrían incluirse en este grupo y que poseen alrededor de cuatrocientos mil habitantes o algo más: Santa Cruz de Tenerife-La Laguna, La Coruña, San Sebastián, Valladolid y Reus-Tarragona. Estas 18 áreas metropolitanas las podríamos considerar como intermedias. El resto serían pequeñas áreas metropolitanas que oscilan entre unos trescientos cincuenta mil y ciento cincuenta mil: hay 23 desde, por tamaño, Pamplona hasta Badajoz. Todas estas 53 áreas metropolitanas cubren la mayor parte del territorio español de manera relativamente equilibrada salvo el caso de Castilla-La Mancha que representa un extenso territorio subrepresentado (solo Albacete) y Extremadura (solo Badajoz).
Por tanto, la buena noticia es que España es un país bien equilibrado a nivel de áreas metropolitanas que poseen la función desde competir a nivel global y también para irradiar las externalidades positivas de este potencial dinamismo hasta el último rincón del país (la famosa España Vacía).
La mala noticia es que muy pocas de estas áreas metropolitanas poseen instituciones metropolitanas: Barcelona, Valencia (2), Vigo, Bahía de Cádiz-Jerez y los proyectos en desarrollo pero todavía non natos de La Coruña y de Oviedo-Gijón. Esta ausencia de entidades metropolitanas es un enorme desatino ya que no hay manera de impulsar políticas públicas serias en materia de transportes (aunque es el ámbito más desarrollado), de vivienda, de medioambiente, etc. En este país tenemos un exceso de núcleos homogéneos en población y territorio que carecen de una visión transversal y holística y se intentan resolver los problemas comunes de manera fragmentada y localista.
Pero la peor noticia es que las escasas administraciones metropolitanas que tenemos no responden a la lógica de gestión metropolitana tal y como se entiende en las áreas metropolitanas más dinámicas del mundo. Nuestras administraciones metropolitanas de limitan a gestionar algunas escasas competencias de manera común pero no alcanzan el nivel de integración necesario para poder ejercer de motores globales (Madrid y Barcelona) y motores intermedios (el resto) a nivel económico, social y de competencia por el conocimiento e innovación. Algunas incluso no alcanzan ni a cubrir lo que es su área metropolitana real (caso de Barcelona). En España domina una lógica parroquial que impide el desarrollo de auténticas políticas metropolitanas.
Solo hay un caso que se salva y, además, por pura casualidad. Madrid sin saberlo posee su institución metropolitana (la Comunidad de Madrid) que más que una identidad y una lógica autonomista debería asumir una identidad y una dinámica propia de una institución metropolitana. En este sentido, la competencia entre Madrid y Barcelona sale beneficiada por casualidad Madrid y damnificada Barcelona por una falta de visión unitaria e integrada tanto a nivel local como global.
Considero que se trata de un tema crucial que deberíamos reflexionar como país tanto a nivel global como local. El Estado debería alentar la creación de áreas metropolitanas reales que operen con una lógica integral. Los estímulos podrían ser variados: financiación extraordinaria por proyectos y políticas, reconocimiento de las áreas metropolitanas como un nuevo nivel de Administración exento de las perversas rigideces asociadas a la tutela Estatal y autonómica sobre la Administración local. La vía de las Cartas Municipales que otorgan a una entidad local competencias extraordinarias (caso de los ayuntamientos de Madrid y Barcelona) debería extenderse a estas nuevas áreas metropolitanas en el caso de que sean serias y ambiciosas.