¿La muerte del turismo de masas?

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¿La muerte del turismo de masas?

Los días, lentamente, se acortan. El verano se agota para dar paso al estío, esa palabra dorada y hermosa, olvidada por el lenguaje común.  Atrás quedará el vértigo de los restaurantes y hoteles llenos, la ansiedad de los aeropuertos a rebosar, las colas ante las taquillas de monumentos y atracciones, símbolos inequívocos de la buena marcha de la campaña turística. Bulla, que diríamos en el sur. Pues recuérdela bien, porque quizás estemos asistiendo a una de las últimas temporadas del turismo de masas, o, al menos, del turismo de masas tal y como hasta ahora lo hemos conocido.

Amado por unos, denostado por otros y practicado por todos, el turismo de masas ha permitido el placer de viajar a amplias capas de la sociedad. Los paquetes económicos y las tarifas low cost, abrieron las puertas del mundo a muchas familias que, sin esas fórmulas, jamás habrían podido viajar.  Sin duda alguna, es la cara luminosa del turismo de masas, muy a tener en cuenta, desde luego. Viajar, además de su aspecto placentero y de cierta aventura, es conocer. “Viajar resulta fatal para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de miras”, escribió en 1869 Mark Twain en su Guía para viajeros inocentes. Y bien que tenía razón, el maestro. Pues algo habremos aprendido las masas viajeras durante estas últimas décadas, decimos, por más que nos empeñemos en que no se nos note demasiado, visto lo visto.

Aunque las actuales dinámicas del turismo comenzaron a mediados del siglo XIX, como después mostraremos, es a partir de los años sesenta del pasado siglo cuando adquiere una gran dimensión, espoleada desde inicios de este siglo por la globalización, las compras digitales y los paquetes low cost. La palabra turista nació en Inglaterra derivada del concepto tour. Desde finales del XVIII, los aristócratas e industriales enriquecidos británicos se lanzaron a hacer el Grand Tour por Francia, Italia y Grecia, como principales destinos. En 1800, un libro británico utiliza por vez primera la expresión turista: “a traveller is nowadays called a tourist”, “Un viajero, actualmente es llamado turista”. Desde aquellos primeros turistas a los actuales, mucho ha cambiado, pero no la esencia, que continúa siendo la misma. Gente que sale de sus casas y rutinas para conocer lugares, culturas y experiencias nuevas. Algo, sin duda, recomendable y motivador.

Y de aquellos pocos turistas del XIX hasta el colosal turismo de masas, que alcanza ya tal grado de popularidad que puede morir de éxito. Las hordas de turistas anegaron monumentos, playa y naturaleza al punto del colapso, expulsando a los vecinos tradicionales de los centros históricos, que quedaron convertidos en decorados pintorescos para que los turistas desbocados pudieran fotografiarse para su Instagram. Y claro, esta desmesura generó anticuerpos y rechazo. Algunas ciudades, como Venecia, quisieron limitar – y por tanto encarecer – el turismo, y son otras muchas las que se lo están pensando. El turismo de masas nos muestra, también, una cara oscura que intimida y preocupa.

Así fue hasta ahora, días aciagos en los que las circunstancias están cambiando. Los antaños precios baratos se encarecen, y las libertades se limitan. La subida de los combustibles, las restricciones pandémicas y geopolíticas, las medidas de sostenibilidad y de emisiones, entre otros factores, confabulan en su conjunto contra la masificación de la movilidad, lo que tendrá, a corto plazo, un resultado cierto: menos viajes y más caros. Si a ello unimos el periodo de vacas flacas hacia el que nos encaminamos, es posible, como afirmábamos al comienzo, que estemos asistiendo al fin del modelo de turismo de masas que durante varias generaciones nos permitió disfrutar- también sufrir – a una inmensa parte de la población.

El turismo conlleva movimiento. Fue la expansión del ferrocarril a mediados del XIX el que permitió cimentar los fundamentos de lo que, algo más de un siglo después, llegaría a convertirse en el turismo de masas. Así, la primera agencia de viajes nació en 1845. Thomas Cook&Son comenzó organizando viajes en tren de un día para asistir a sermones contra el alcohol hasta que dio el gran salto en 1851, cuando vendió 165.000 billetes de ida y vuelta en el día para la Great Exhibition de Londres. ¿El secreto? Obtener bueno precios por la compra en volumen y el fletar trenes propios. Llegó a publicar la primera revista de viajes de la historia, con el afortunado nombre de The excursionist. Thomas Cook hizo historia hasta quebrar en 2019, dejando a casi 600.000 turistas desperdigados por todos los rincones del mundo. El Reino Unido tuvo que poner en marcha la mayor operación de repatriación de su historia desde la II Guerra Mundial. Hoy ya no existe, pero fue la compañía pionera en un concepto que crearía toda una industria, la del turismo organizado y masificado.

            La gente quería – y quiere – conocer. Y para ello necesita quién se lo enseñe. Cómo no todo el mundo podía permitirse un guía particular, pronto nacieron las guías de viaje, que condicionarían en gran medida lo que el gran público veía y, sobre todo, el cómo lo hacía. Resultó muy llamativo el éxito de la guía Murray, que indicaba todo lo que el buen viajero debía ver, comer y conocer. El editor John Murray III publicó su primera guía de viaje en 1836, A Handbook for travellers on the Continent. Visto su éxito, amplió las guías a distintas zonas geográficas. Las primeras les escribió él personalmente, pero pronto tuvo que contratar escritores que se especializaron en viajes. El sagaz editor alemán Baedeker le siguió de inmediato con la publicación de exitosas guías de viaje en alemán, muchas de ellas traducciones de las precursoras de Murray. La actual Lonely Planet y demás guías de hoy son dignas herederas de aquellas pioneras Murray.

            Tal fue el éxito de estas guías, que escritores y poetas no tardaron en ridiculizar aquellos turistas que guía en mano, se afanaban en ver todo lo que Murray les decía que tenían que ver, obviando el resto y no manteniendo ninguna otra relación con la población local a la que veía con los estereotipos descritos por su profeta Murray.

            El ferrocarril abrió las puertas del mundo. El interés por recorrer mundo hizo florecer un nuevo género literario, los libros de viaje, algunos de gran calidad literaria como Mémoires d´un touriste de Stendhal., u otras obras, por ejemplo, de Flaubert o Dostoievski. El gusto por la buena literatura de viajes, que mezclan experiencias, historia, descripciones y emociones sigue vigente en nuestros días, como lo demuestran, por ejemplo, los libros del desgraciadamente ya fallecido Javier Reverte, maestro, a mi parecer del género, aunque seguido de cerca por Antonio Penadés con su Tras las huellas de Herodoto (Almuzara).

            Y de aquellos inicios románticos, a la masificación que hemos conocido, gozado y sufrido. Turismo de masas en estado puro, que, por las razones económicas, sociológicas, políticas y ambientales que hemos expuesto, podría estar llegando a su fin. Son muchas las voces que se alzan contra el turismo masificado, denunciando los efectos perjudiciales de sus abusos, que existir, sin duda alguna, existen. Pero también debemos reconocer los muchos beneficios que ha generado. El primero, y más importante, que ha permitido que las clases populares puedan viajar y conocer mundo, lo que, hasta hace unas décadas, les estaba vedado. Limitar y encarecer el turismo, tal y como nos disponemos a hacer, tendrá como consecuencia directa el que tan sólo los poderosos y ricos podrán viajar. O sea, volver al comienzo en el que los turistas eran aristócratas e industriales enriquecidos. Además de la democratización del viaje, el boom turístico ha supuesto un auténtico maná económico y de empleo para muchos países, entre ellos España, con una economía muy dependiente de las grandes campañas turísticas. Sin turismo, de hecho, las pasarías canutas, así que estemos atentos a las repercusiones de la seguras dinámicas restrictivas por ver.

            Sea como fuere, con sus luces y sus sombras, parece que el modelo de turismo masificado ya no da más de sí y tendrá que ser revisado según los requerimientos y posibilidades de la actual sociedad y, al modo de Ortega y Gasset, de sus circunstancias. Cupos, limitaciones, permisos, precios más altos y demás conceptos limitativos nos aguardan a la vuelta de la esquina. Y ninguno de ellos suena bien, la verdad sea dicha. ¿Cuál será el nuevo modelo que se impondrá? ¿Turismo de cercanía, como algunos proponen? ¿Explotar las posibilidades de metaverso para conjugar las experiencias físicas con las reales, como plantean los más visionarios? ¿Asignar un cupo de CO2 por persona, como pretenden los más radicales? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el turismo masivo que conocimos va a cambiar y que, en todo caso, resultará mucho más caro. Son muchas las voces que se alzan contra el turismo de masas. Pero seríamos injustos si no reconocemos que, pese a todo, su balance ha sido positivo. Yo, al menos, lo recordaré con cariño, depositaré flores rojas sobre su tumba blanca y limpiaré el epitafio que alguien, con acierto, le dedicó: Fue bonito mientras duró.

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