La vieja Mesopotamia y el ciberespacio; el neolítico y lo digital frente a frente.

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Todo cambia, todo muta. Lo de ayer, en muchos casos, ya no nos vale; lo de hoy no tendrá vigencia en ese futuro próximo que ignoramos y que comenzamos a temer. La humanidad, poseedora de una tecnología, ciencia y medicina como jamás conociera, se muestra más temblorosa y amedrentada que nunca. Al modo de un nuevo milenarismo, el futuro, en el que durante siglos siempre creímos, nos asusta e intimida. Y mientras oteamos con temor a lo por venir, nos adentramos de manera acelerada en un universo digital de alcance tan portentoso como incierto.

Acertó quién, hace más de dos décadas ya, bautizó a la dinámica a la que estábamos abocados de manera firme e ineluctable como de verdadera revolución. Revolución tecnológica o digital, que, como un tornado de fuerza siete, ha barrido el plácido mundo de certezas en el que habitábamos.

Pero no es la primera gran revolución que ha experimentado la humanidad. Es cierto que se habla de la revolución humanista del Renacimiento o de la industrial del vapor que comenzó a finales de XVIII y principios del XIX. También de la que posteriormente se produjera con la energía eléctrica. Es cierto, fueron grandes revoluciones, que modificaron a la sociedad, a sus estructuras sociales y políticas, a su economía y a su forma de ver y entender el mundo. Pero la presente revolución digital es aún más intensa, más transformadora, cargada de una colosal fuerza telúrica que modificará de raíz el mundo en el que habitamos hasta ahora. Pero, atención, no es la primera de esta intensidad. Sólo en una ocasión conocimos una revolución de similar fuerza transformadora. ¿Cuál? A ver si la adivina. ¿No? Pues le doy una pista: ocurrió hace la friolera de unos 10.000 años. Ahora sí, ¿verdad?

Pues en efecto, se trata del neolítico, que aconteció en el Creciente Fértil hará 10.000 años y que configuró la sociedad tal y como hoy la conocemos. Por aquel remoto entonces dejamos de ser cazadores-recolectores para asentarnos en poblados y convertirnos en agricultores y ganaderos. De nómadas, nos transformamos en sedentarios, con todos los cambios culturales, políticos y sociales que ello conlleva. Nació entonces la ciudad, las murallas, la policía, el rey, los impuestos, la ley, los alcaldes. O sea, las instituciones que aún hoy en día siguen gobernándonos. Hasta el presente, desde entonces, hemos habitado en un neolítico cada más más tecnificado, pero neolítico, al fin y al cabo, en cuanto a modelo se refiere. Pero, ahora, la revolución digital nos hará saltar desde la ciudad en la que habitamos desde hace 10.000 años hasta el ciberespacio en el que transcurrirá una parte importante de nuestra vida. Hijos del neolítico, nos convertimos en padres del metaverso.

Reflexiono sobre las consecuencias de las dos mayores revoluciones que ha experimentado la humanidad mientras viajo por la Mesopotamia turca en busca del origen de la civilización. Arqueomanía, el programa de divulgación arqueológica de la 2 de TVE, recorrió esa increíble geografía en la que nace el Éufrates y el Tigris tras los pasos primeros del neolítico. La intersección de las fértiles llanuras de la Mesopotamia alta con los altos Montes Taurus, favoreció el florecimiento de la agricultura, el pastoreo y el sedentarismo.

El descubrimiento en la segunda mitad del siglo XX de Catal Hoyuk, una espectacular “ciudad” neolítica de más de ocho mil años de antigüedad revolucionó la historia y la arqueología internacional. Calificada inmediatamente como la ciudad más antigua del mundo, se convirtió en todo un referente del neolítico. Aún hoy, cuando han aparecido incluso ciudades más antiguas, se sigue considerando como el icono del nacimiento de la civilización. Sus casas estaban construidas con muros de ladrillos de adobe, que se enfoscaban con escayola sobre las que se dibujaban frescos con escenas de caza y de pastoreo. Sorprende la vanguardia de su diseño y su elegante acabado, que bien pareciera el de una casa rural tradicional como las que aún podemos encontrar en puntos de la Andalucía de la cal. Los muertos se entreveraban con los vivos, pues eran enterrados bajo el suelo de la misma vivienda. Sus cerámicas y, sobre todo sus esculturas de animales y de la Diosa Madre, son, sencillamente, espectaculares.

Pero en la década de los noventa, el hallazgo de Gobeklitepe vino de nuevo a revolucionar todo el paradigma civilizatorio. El sorprendente santuario, formado por varios recintos circulares, tenía una antigüedad ¡cercana a los 12.000 años! Es decir que, cuando todavía éramos cazadores recolectores, ya fuimos capaces de construir templos de altos pilares tallados con relieves de animales y algunas figuras humanas. Se consideró que Gobeklitepe significaba la transición desde el paleolítico al neolítico. Desde entonces, se han descubierto otros recintos de características similares gracias al proyecto de investigación arqueológica “Colinas de Piedra”. Tuvimos la ocasión de visitar el también espectacular yacimiento de Karahantepe, todavía en excavación, lo que nos confirmó la potencia de la cultura o civilización del paleolítico final que propiciaría el salto al neolítico. Hasta ahora se conocen una veintena de colinas bajo la que se encuentran restos similares. Nuestra visita a la aldea de Sayburc, asentada sobre otro santuario que aún podría superar las dimensiones de Gobeklitepe, nos emocionó y asombró al tiempo. Una familia campesina, al construir un cobertizo, descubrió un espectacular panel de relieves esculpidos, que representaban dos escenas en las que se alternan personas y animales. Asustada, guardó en secreto su descubrimiento durante más de doce años, hasta que, finalmente se lo comunicó a las autoridades que, de inmediato se percataron de la importancia del lugar.

La vieja Mesopotamia turca parió nuestra civilización gracias a la revolución neolítica. También, algunos miles de años después, engendraría al primer Estado, en el que el poder del rey se separaba y prevalecía sobre el del templo. Fue en Arslantepe, una ciudad erigida hace 5.500 años que también tuvimos la fortuna de visitar.

No sabemos aún cuántas sorpresas nos aguardan bajo esa tierra prodigiosa, pero lo que sí sabemos es que, con bastante probabilidad, fue allí donde experimentamos la mayor revolución que como humanidad habíamos conocido hasta que el vendaval digital llegó para cambiarlo todo.

Abandonamos la Mesopotamia, con sus historias y evocaciones para sumergirnos de nuevo en el vértigo cotidiano de ese torrente digital que nos arrastra hasta territorios ignotos. Afrontémoslo con ilusión. Si nuestros antepasados neolíticos supieron adaptarse a los nuevos tiempos, nosotros también lo conseguiremos.

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