Un día sí y otro también escuchamos con resignación aquello de que el libro digital, el conocido como e-book, terminará enterrando al tradicional libro de papel. Si así ocurriera… ¿qué futuro tendríamos los editores?
Anticipo mi opinión. El libro papel convivirá mucho tiempo con el digital y no sólo por cuestiones románticas, de costumbre o educación, sino por una simple y determinante cuestión neurológica. Nuestra mente no funciona igual al leer sobre el papel que sobre la pantalla. Los circuitos neuronales le van a echar el salvavidas definitivo a los libros que algunos agoreros dieron por muertos.Nicholas Carr defiende esta tesis en su recomendable libro Superficiales, ¿qué está haciendo internet con nuestra mente? en el que anticipa que el hábito de internet hará que nos cueste mucho más la lectura prolongada o el pensamiento que precise de razonamientos densos y para ello acuña una ingeniosa frase: “Intente leer un libro mientras resuelve un crucigrama: tal es el entorno intelectual de internet”. Estamos siendo moldeados por nuestro entorno informativo, que nos empujará a la obsesión por la conectividad constante. La aparición de internet ha obligado a los periódicos tradicionales a adaptarse a nuevos formatos más visuales, más fragmentarios, menos densos, supuestamente más atractivos.
“La Web es una tecnología del olvido”. Internet nos fuerza a pensar como la red lo hace. La memoria es una capacidad que podemos externalizar, depositarla en la “nube” y rescatarla cuando nos haga falta. ¿Para qué ejercitarla? Internet ha venido para quedarse y para forzarnos a modificar nuestra forma de trabajar, de ocio, de relaciones personales, de consumo y hasta de nuestra propia mente. Así, el cerebro de un lector funcionará de distinta manera ante una pantalla – aunque sea de tinta electrónica como la de los e-books – que ante un libro. En el primer caso será una lectura distraída, mientras que la segunda puede profundizar.
Los editores tendremos que estar atento a las nuevas tecnologías y diseñar o impulsar productos específicos para ellas, pero no darse por muertos. El libro aún tiene mucha vida por delante. Los vientos digitales y globales cambiarán en algo las reglas de navegación editorial y quizás, también, los tipos de buques que nos tocará patronear, pero la energía precisa para su impulsión continuará siendo la misma: el amor al libro, a la libertad, a las ideas, al arte y al conocimiento. Lo repetiremos una vez más: los tiempos pasados no tienen por qué ser mejores. Es más, la filosofía propia del aventurero-viajante que siempre late bajo nuestra alma de editor nos impulsa a caminar más y más lejos, confiados en que el paisaje más hermoso aparecerá al trasponer la siguiente cuesta. A lo mejor no es así, pero el porvenir siempre fue de los que creyeron en él. La editorial es, pues, una actividad de futuro, por más que los profetas de la catástrofe vaticinen su final. El libro ha muerto, proclaman. ¡Viva el libro!, replicamos nosotros. Seguiremos siendo necesarios. Buscaremos y descubriremos autores, anticiparemos tendencias, levantaremos debates y polémicas, enriqueceremos el panorama cultural, regaremos los corazones de los enamorados con lágrimas arrancadas de nuestros textos, llevaremos conocimientos a los labios siempre sedientos de sabios y estudiosos. Nos devanaremos los sesos buscando vías para que nuestros libros y contenidos lleguen hasta el lector, procurando que nuestros ingresos superen a los gastos. No será fácil. Las nuevas tendencias parecen parir gigantes, y desde nuestro pequeñismo tendremos que aprender a sobrevivir. Nuestro instinto de supervivencia nos impulsará a descubrir nuevas posibilidades para seguir traficando con ensueños y melancolías. No podemos tenerle miedo a la sociedad en la que nos tocó vivir. Los tiempos no son ni buenos ni malos, simplemente son. Y los editores seguiremos siendo imprescindibles para que cada generación conozca a las anteriores y, lo que es aún más importante, se reconozca a sí misma.
Seguiremos teniendo alma de poeta. Y para tocar suelo y sobrevolar economías, precisaremos de técnicas y contabilidad. Porque si nuestra esencia es cultural, nuestro cuerpo es de empresa. El principal recurso natural de la editorial del mañana será la creatividad y el criterio editorial, pero se deberá desplegar a través de la gestión de personas, la distribución, los canales de comercialización, los diversos soportes, la promoción, los medios de comunicación, el comercio de derechos, las nuevas tecnologías y a través, en fin, de tantas otras artes e industrias de las que tan prolijamente hemos hablado. La historia nunca se detiene para nadie, tampoco para los editores, pero no necesariamente cualquier tiempo pasado tuvo por qué ser mejor.
El error viene de considerar editor al que edita en papel y libro al libro de papel. El editor sobrevivirá, como ha ocurrido siempre, en la medida en que sepa adaptar su negocio y deje de considerar al ebook como un subproducto del libro, y al lector de ebooks como una subcategoría de lector (además de un posible pirata).
Estoy de acuerdo en que ambos formatos, papel y electrónico, podrán convivir, sin atormentarse el uno al otro. En todo caso, a la larga no serán los editores quienes decidan, serán los lectores.
En mi opinión el editor seguirá editando, y su rol, creo yo, es incuestionable, lo haga en papel o en tablillas de arcilla. Otra cuestión son los otros personajes que actualmente tienen voz y voto en el mercado editorial: el jefe de compras de la gran superficie, el distribuidor… ¿Sobrevivirán ellos?
He leído que está comprado científicamente que nuestra memoria retiene mejor la información impresa que la que puede leer en una pantalla. Un argumento más, aparte del componente romántico o de hábito, para defender la convivencia del libro en papel con el e-book en un futuro, y para que lo editores continúen trabajando en el formato tradicional a la vez que exploran el digital a través de proyectos novedosos.
Discrepo.
Mi opinión:
Se lee perfectamente igual en pantalla que en libro cuando la pantalla no tiene luz (E-Readers, no tablets). En los e-readers se leen libros y se toman notas sobre ellos, no se navega por la red. Y si el editor tiene un papel en este futuro que ya está aquí, es el de editor: EDITANDO. (Editing, acompañando, corrigiendo y asesorando a los autores) Y muy poco más; a no ser que se ponga las pilas con los temas del marketing digital y ofrezca valor añadido además de ese editing. Por ejemplo un buen conocimiento del mercado LECTOR digital y sus consecuentes nichos.
Cuando he leído este párrafo se me ha caído el alma a los pies: «Internet ha venido para quedarse y para forzarnos a modificar nuestra forma de trabajar, de ocio, de relaciones personales, de consumo y hasta de nuestra propia mente. Así, el cerebro de un lector funcionará de distinta manera ante una pantalla – aunque sea de tinta electrónica como la de los e-books – que ante un libro. En el primer caso será una lectura distraída, mientras que la segunda puede profundizar».
Siento decírtelo, Manuel, pero mezclas churras con merinas. En ningún caso puedes poner al mismo nivel las tablets (lo que tú llamas Internet), con los e-readers (que no e-books), donde la experiencia de lectura es igual o mejor si cabe que la del papel. De hecho, hablo de mi gusto particular, disfruto más de la lectura en uno de estos dispositivos de tinta electrónica, donde me permite hacer anotaciones, mirar en un diccionario, al instante, el significado de palabras que desconozco (aunque estén escritas en otro idioma), hacer búsquedas rápidas y cambiar el tamaño de la fuente, que en ese papel que tanto os gusta a los románticos. Eso por no hablar del peso y de las dimensiones, donde el libro de papel vuelve a salir derrotado. En los e-readers, el acceso a Internet está pensado para poder comprar contenido de manera sencilla, de forma que en pocos segundos tengamos el e-book descargado y listo para leer.
Sinceramente, les auguro muy poco futuro a los editores que piensen como tú.