Los Malos de la Película

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Los Malos de la Película Las sociedades humanas, así como las políticas que las gobiernan, precisan de un enemigo frente al que posicionarse. El miedo al “malo” une la sociedad, permite políticas integradoras internas y, sobre todo, refuerza el papel de protectores de los mandamases. Si no existiera un enemigo peligroso tendríamos que crearlo, repiten con cínica sabiduría los más viejos paseantes de Cortes. Y así funcionamos desde los albores de la humanidad. No hay más reconfortante que sentirse el “bueno” frente al “malo” exterior. Nosotros defendemos la justicia frente a los que quieren abusar de ella.

Este simple esquema ha funcionado para todas las civilizaciones y todos los tiempos, y, en Occidente, no íbamos a ser una excepción. Desde el Renacimiento para acá hemos tenido la sacrosanta misión de llevar el progreso, la civilización y la Fe a los pueblos bárbaros, esto es a todos los demás menos a nosotros. Las Guerras Mundiales crearon malos sucesivos. Primeros los nazis, a continuación los japoneses y después los pérfidos soviéticos. Estos malos tenían su inmediato reflejo en el cine y la literatura. Derrotada la URSS, teníamos que crear un nuevo enemigo frente al que protegernos. Y entonces fue cuando descubrimos lo “malo-malísimo” que era el Islam. Y desde aquella bendita iluminación, caña al mono, facilitada por la barbarie de los alqaedianos y su secuela de fanáticos terroristas. Pero claro, los años pasan, y comenzamos a ver que el Islam no tiene fuerza como para ostentar el papel de villano de la película por más tiempo. Y entonces, ¿a quién escogemos ahora? Precisábamos con toda urgencia a un enemigo poderoso que de verdad nos hiciera sudar la camiseta.

 No nos asustemos ante el horror vacui  de un enemigo ausente. Ya lo tenemos ante nuestras narices, creciendo a un ritmo descomunal, consumiendo materias primas en cantidades colosales, ahorrando divisas con las que están comprando medio mundo, acumulando producción industrial en base a mano de obra y una divisa barata y ejerciendo una creciente influencia internacional. ¿A qué ya sabe quién será el nuevo malo de la película? Pues sí, ha acertado. Los chinos. Su poder emergente ya nos está tocando las narices. Nuestros cerebros geoestratégicos llevaban mucho tiempo perdiendo el tiempo con el ogro musulmán y no se dieron cuenta de que era el dragón chino el que le terminaría quitando el sueño a nuestros niños. Comprobamos en la prensa de estos días que las mayores empresas por capitalización bursátil ya son amarillas, y esto no ha hecho sino comenzar. Pues nada, ya tenemos al nuevo malo, ¡a posicionarnos frente a él! ¡Cámara, acción! Los comunistas chinos sojuzgan al Tíbet, reprimen en Tianamen, matan a musulmanes como moscas. ¡Son terribles! ¡Más cámara, más acción! ¡El mundo entero debe enterarse el peligro que suponen! Los guiones están listos, póngase cómodo en sillón. Las pelis de moros malos ya están obsoletas, ahora nos llegarán las nuevas del terror amarillo. Prepárese, ¡están sí que dan miedo de verdad!

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