Tartessos, o Tarteso, según la denominación que los arqueólogos acordaron usar por razones filológicas en el I Congreso Internacional Tartessos, el emporio del metal – Huelva 2011 -, continúa fascinándonos. Con sus más de veinte apariciones en la Biblia, Tartessos siempre se asoció en los textos clásicos con un reino lejano de proverbial riqueza en pesca, agricultura, ganadería y, sobre todo, en metales. Tanto prestigio y fascinación levantó en su época, que los mitos griegos hicieron viajar a su héroe Hércules, en dos ocasiones, hasta suelo tartésico: la primera para robar los bueyes del rey Gerión y, la segunda, para sustraer las manzanas de oro del jardín de las Hespérides. Gracias a estos textos helenos, llegó hasta nosotros el nombre de sus reyes fundadores, Gargoris y Habidis – que titularían la famosa obra del recientemente fallecido Sánchez Dragó -, del príncipe Norax o del longevo rey Argantonio, por citar tan sólo algunos nombres propios. Estos textos permitirían a Schulten titular a Tartessos como la civilización más antigua de occidente y generar un halo mítico de leyenda y misterio.
Tartessos cayó en el olvido, asociado al puro mito. Schulten creyó en su existencia real y, por eso, hace un siglo se empeñó infructuosamente en encontrar su capital bajo las arenas del Coto de Doñana. No en vano, su ídolo, el también alemán Schliemann, había descubierto Troya a pesar de que todos pensaban en aquel entonces que se trataba de un simple mito homérico. Sin embargo, finalmente, Schulten no lograría encontrar la ciudad que buscaba, pero sí que consiguió, gracias a su empeño, situar a Tartessos en el conocimiento público, interés que no ha hecho sino acrecentarse hasta nuestros días.
Una reciente visita a la fundación Ortega-Marañón me tenía reservada una sorpresa. Gran sorpresa, de hecho, que demuestra a todas luces el interés que las investigaciones de Schulten levantaron en la sociedad española de los años veinte del siglo pasado. La fundación se ubica en un palacete de la calle Fortuny, en el madrileño barrio de Chamberí, recientemente – y acertadamente – rehabilitado. Atendidos por su directora, Lucía Sala y por Federico Buyolo, su director de innovación cultural, visitamos la espléndida biblioteca de Ortega y Gasset, así como los espacios expositivos dedicados tanto a la Residencia de Señoritas – cuya modernidad para los años veinte del siglo pasado aún sorprende en nuestros días – como al propio Ortega. Allí, un mural mostraba la portada del primer número de la Revista de Occidente, publicado en julio de 1923, cuyo centenario celebramos. Pues bien, en su sumario de portada, entre otros grandes nombres como el de Pío Baroja o el del propio Ortega, figuraba nuestro conocido Adolfo Schulten, con un artículo titulado Tartessos, la más antigua ciudad de Occidente. Un gran protagonismo, sin duda, para el filólogo-arqueólogo alemán, que demuestra, como decíamos, el interés de sus contemporáneos por sus trabajos sobre Tartessos. En este artículo, Schulten autocita su propia obra al escribir: <<En un libro recientemente publicado con el título de Tartessos. Contribución a la historia antigua de Occidente he querido resucitar el viejo nombre olvidado y estimular al descubrimiento efectivo de la famosa ciudad>>. Pues bien que lo consiguió. Desde entonces no hemos parado de hablar de Tartessos ni de debatir su esencia y realidad. Y, por si poco resultara todo ello, el debate se ha reavivado tras los espectaculares descubrimientos que está proporcionando el yacimiento tartésico de las Casas del Turruñuelo.
He tenido el privilegio de visitar en varias ocasiones junto al equipo de Arqueomanía, las excavaciones que se realizan en el yacimiento de Guareña, Badajoz, sin duda alguna, uno de los más importantes de la protohistoria europea. Un notorio túmulo, ubicado a orillas mismas del Guadiana, destaca en las fértiles llanuras agrícolas irrigadas por el Plan Guadiana. Los arqueólogos Sebastián Celestino y Esther Rodríguez dirigen con rigor y excelencia los trabajos de excavación e investigación, que están arrojando resultados sorprendentes, que enriquecen e iluminan nuestro conocimiento sobre el final de la sociedad tartésica. Estos hallazgos espectaculares han reavivado el viejo debate sobre la propia identidad de Tartessos, sobre el que no entraremos en estas líneas. El caso es haber comprobado como el nombre de Tartessos encabezó la portada del número fundacional de la prestigiosa Revista de Occidente, en 1923, y cómo, un siglo después, sigue abriendo telediarios, portadas de periódicos y convirtiéndose en protagonista de exposiciones exitosas, con un fuerte atractivo para la sociedad digital que conformamos.
Visité esa misma semana – serendipia le dicen – la magnífica exposición Los últimos días de Tarteso, organizada por el Museo Arqueológico y Paleontológico de Alcalá de Henares, el museo regional de la Comunidad de Madrid, dirigido por nuestro admirado Enrique Baquedano. La muestra, francamente recomendable, sitúa al visitante, de manera rigurosa y divulgativa, en el corazón del actual conocimiento arqueológico de la civilización tartésica. Desde sus orígenes en el triángulo Huelva-Sevilla- Cádiz, hasta su final en el valle del Guadiana, donde los yacimientos de Cancho Roano y de Casas del Turruñuelo llegaron para revolucionarlo todo. La exposición está suponiendo un enorme éxito, como decíamos, lo que viene a reafirmar que el vivo interés por lo tartésico que experimenta nuestra sociedad.
Trato de asimilar lo visto en el museo mientras paseo por las calles de Alcalá, esas mismas que en los días gloriosos de su universidad, en pleno Siglo de Oro, recorrieron Antonio de Nebrija, Ambrosio de Morales, Mateo Alemán, Lope de Vega, Quevedo, Calderón de la Barca o Miguel de Cervantes, entre otros genios que moldearon nuestra lengua. Precisamente, Cervantes nació un 29 de septiembre de 1547 en la ciudad del Henares. Hoy en día se puede visitar su casa natal musealizada, con acceso desde la porticada y hermosa calle Mayor.
Pues bien, recuerdo, Cervantes, en su Quijote, escribió dos veces la expresión tartésicos, para referirse a los habitantes del Bajo Guadalquivir. Durante mi paseo, todo parece girar en torno a Tartessos en esta ciudad cuya universidad fue fundada por el cardenal Cisneros en 1499, tras la expresa autorización del Papa Alejandro VI. Mucho ha llovido desde entonces sin que el brillo de Tartessos haya sufrido merma ni deterioro.
Tartessos o Tarteso, como indicábamos al principio, todavía nos ocupará por mucho tiempo. Los descubrimientos continuarán cebando nuestro asombro e iluminando las muchas zonas oscuras que aún nos impiden el conocimiento de esta primera civilización occidental. Y mientras se consigue, no lo dude, visite la fundación Ortega-Marañón y la exposición Los últimos días de Tartessos. Comprobará, una vez más, lo dulce que sabe el manjar de la cultura.
Excelente artículo. ¡Qué sorpresas esconde aún la cuna de nuestra cultura!
Sigo los hallazgos arqueológicos de los Tartessos desde que vi un documental en Doñana , cada día se sabe más y hay más tecnología para averiguar los asentamientos, empezaron con un globo y una cámara,ahora con nuevas tecnologías geo radares ,drones , me apasiona está civilización, gracias por el artículo.