Supe que una autora de la editorial que dirijo había quedado en el paro tras no ser renovado el contrato que mantenía con una universidad. En vez de deprimirse, se puso inmediatamente a idear fórmulas para ganarse la vida hasta que, además de diversas colaboraciones, encontró una actividad que le satisfacía y que le permitía ganar el dinero que precisaba para ir tirando. Retiraba muebles abandonados, los restauraba con gusto y los vendía a través de internet. Le va razonablemente bien. Otra mujer, familiar cercana, que jamás había trabajado para la calle, complementaba la pensión de su divorcio diseñando y cosiendo trajes de flamenca. Cualquiera que viaje con frecuencia podrá comprobar la cantidad de pequeños huertos familiares que están surgiendo como por ensalmo. Podría poner otros muchos ejemplos de nuestra cotidianidad cercana. Algo está cambiando y muchas personas están retomando oficios artesanales prácticamente abandonados, ayudados por las posibilidades que conceden las nuevas tecnologías. ¿Cómo interpretar esto? ¿Se tratan de simples chapuzas para aguantar el tirón o estamos ante el nacimiento de un nuevo tejido productivo, débil pero extenso? ¿Una simple muestra de la economía informal típica de los países en vías de desarrollo o un cambio de la sociedad hacia actitudes más activas? ¿Una evidencia del fracaso social o de la nueva energía que terminará por hacernos remontar?
Estamos desconcertados. La crisis, al igual que los feroces jinetes mongoles de Gengis Khan, cabalga desbocada sobre las estepas de nuestro desconsuelo. Hoy golpea aquí, mañana allí. Cuando no es la prima, es la deuda y cuando no, el crédito. Europa, nuestra tabla de salvación, cada día nos parece más lejana y sorda. Siempre parece existir una víctima propiciatoria para ser sacrificada a la furia secular de esta crisis milenaria. Los ciudadanos observamos con los ojos muy abiertos de asombro y temor los avances de un enemigo al que nuestros generales no logran detener. Seguimos con pasión las noticias de macroeconomía que antes ignorábamos. ¿Quién sabía lo que era la prima de riesgo hace un año? Ahora está invitada a comer en casa todos los días. La horda aplasta haciendas y países, con su secuela de dolor, ruina y desempleo, sin que ninguna de las estrategias probadas para detenerla haya conseguido otra cosa que envalentonarla y enfurecerla. Las personas desempleadas encuentran dificultades crecientes para recolocarse… ¿Qué pueden hacer?
Y ante este panorama desolador existen dos tipos de personas. Las que creen que la solución corresponde a los de arriba, ya sean los políticos, los financieros, los mercados o la virgen de Lourdes frente a aquellas otras que son conscientes de que la solución comienza por ellas mismas y que no pueden resignarse a la pasividad. Hasta ahora, eran mayoría los primeros. Pensaban que la crisis se trataría de un mal pasajero y que nuestras instituciones lograrían derrotarla con las políticas tradicionales. Sin embargo, por convicción o por obligación, cada día son más los que se percatan de que un nuevo ecosistema está naciendo y que ha venido para quedarse durante una larga temporada y que conllevará un esfuerzo de adaptación generalizado. Se sale de esta trabajando más e inventando, y no quedándonos en casa culpando al resto de la humanidad – jamás a nosotros mismos, por supuesto – de todos los males que nos afligen.
Muchos tendremos que reinventarnos. Encontrar por nosotros mismos el oficio o la ocupación que nos puede salvar y que nadie nos dará. ¿Por qué alguien habría de hacerlo cuando un altísimo porcentaje de los empresarios están arruinados? Y con la mente abierta nace la creatividad, que unida al tesón y a la voluntad puede abrirnos puertas al futuro y, quién sabe, semillas de empresas para el día de mañana. Estamos asistiendo al inicio de un tejido – muy débil e incipiente – de oficios y actividades artesanales, algunos nuevos, otros muy tradicionales. Costura, remiendos, bordados, encuadernaciones, reparación de muebles, reciclado de materiales, reparaciones varias, representaciones comerciales personalizadas, pequeñas distribuciones, cultivo de frutas y hortalizas… Observe a su alrededor y encontrará ejemplos de personas que antes se encontraban cómodas en el sistema de trabajo por cuenta ajena, con su nómina, su cotización y sus derechos, y que, una vez expulsadas de ese paraíso, han decidido comenzar una actividad por su cuenta. Sin duda alguna, se trata de un grito de rebeldía contra esa epidemia de zombificación que nos invade. El mejor antídoto contra el muerto viviente en el que podemos convertirnos es apostar por la actividad que puede significar el inicio de una profesión o de una actividad empresarial para nuestro futuro. Este cambio de actitud, forzado sin duda por las circunstancias, muestra la energía creadora que alberga nuestra sociedad en su seno. No nos resignaremos y el futuro se construye trabajando, creando, inventado. Y quizás un oficio para el que tengamos talento puede ser el primer paso para la salvación.
Nos empobrecemos como país. Pero por vez primera advierto la energía telúrica que comienza a aparecer desde la base. Los españoles siempre nos hemos crecido ante las adversidades. Nuestro sistema intenta narcotizarnos con aquello de los derechos adquiridos. La historia nos enseña que no existen otros derechos más que los que individual y colectivamente nos ganamos con nuestro esfuerzo y creatividad. Estos modestos oficios artesanales que retornan suponen un paso pequeño de un pueblo con corazón de gigante. Y si no, al tiempo.