A todos nos suscita envidia contemplar los pueblecitos de tantos países europeos, de Francia, de Austria, de Alemania, de Holanda … y advertir lo cuidado de sus paisajes, el mimo con que se conservan sus edificios singulares o sus plazas, sus callejas, sus fuentes y, en general, la conservación del conjunto urbanístico y arquitectónico. Es entonces, al trasladar nuestra imaginación al medio hispano, cuando advertimos la destrucción sistemática, “planificada” (ya que de urbanismo hablamos) de tantos de nuestros pueblos, de tantas de nuestras costas. Es verdad que hay ejemplos españoles admirables pero desgraciadamente hay más razones para echar una lágrima que un brindis de satisfacción.
Austria por ejemplo es un país que tiene un rico patrimonio en montañas y en lagos. Las caricias que las autoridades y los ciudadanos administran a estos espacios son conocidas por cualquiera que haya viajado por ese país o simplemente haya visto unas fotos. Nosotros tenemos exactamente lo mismo con las costas. ¿Es necesario subrayar las diferencias? ¿es necesario realzar lo que se ha hecho en tantas zonas del Mediterráneo o de la costa cantábrica? ¿O con algunas esbeltas montañas o lagos del norte?
El problema viene de largo y, a la hora de crearlo, se han unido en infame connubio la indiferencia de buena parte de los ciudadanos con la insensibilidad de tantas y tantas autoridades. Pondré un ejemplo: en la carretera desde Burgos hacia Vitoria, cuando se enfila Pancorbo, bellísimo paraje, se encuentra el viajero con un enorme silo público (construido por el Estado) que tapona la visión del desfiladero. Pues bien, en una ocasión, viajando con una alta autoridad en su coche oficial, al hacerle observar el dislate, recibí la siguiente respuesta: “fíjate que llevo años pasando por aquí y no me había dado cuenta”.
Esa es la actitud que nos ha llevado al lugar en el que estamos.
Sin embargo, las leyes se han ocupado desde siempre de realzar el paisaje y protegerlo de las agresiones. La del Suelo de 1956 incluyó esta perspectiva entre lo que se llaman “normas de directa aplicación”, es decir, aquellas que viven al margen de las previsiones y los avatares urbanísticos. Los resultados no son empero muy alentadores.
Ahora, un libro de buena factura, se ocupa de analizar con rigor jurídico “la protección de la estética en el derecho urbanístico” y lo firma un joven estudioso: Antonio José Sánchez Sáez, que forma parte de la fecunda escuela de administrativistas de la Facultad de Sevilla. Sánchez explica y desmenuza el principio de “adaptación al ambiente”, su acogida en las leyes urbanísticas de las Comunidades autónomas y en muchas Ordenanzas municipales, en los planes especiales, en los catálogos, en fin, su reflejo en la jurisprudencia de los tribunales.
Una especial atención merece la normativa de protección del patrimonio histórico-artístico pues la declaración de bienes en la órbita de esa legislación constituye un “supuesto agravado de protección de la estética urbana”.
No falta nada en la investigación de Sánchez: desde los bolardos o las papeleras hasta las catedrales y sus entornos. Por supuesto, las licencias y su régimen jurídico, su impugnación, sus relaciones con derechos fundamentales como los de propiedad y libre residencia etc.
Hay un enorme número de sentencias cuya ejecución dormita bajo el polvo de otros legajos más urgentes o más rentables pero también hay afirmaciones valientes de los jueces y actuaciones arrojadas de algunos alcaldes o consejeros autonómicos que merecen ser subrayadas. De todo ello se da cuenta en este libro, infrecuente en el panorama de la muy amplia bibliografía urbanística española.
Cuidar nuestros pueblos, el entorno de nuestros edificios históricos, de tantos y tantos lugares que son testimonios de nuestro pasado es como cuidar una planta hermosa de nuestro jardín e impedir que el descuido o la incuria la bese a traición y la marchite.
Hace unos años en unas jornadas en Cataluña un geógrafo del lugar impartió una magnifica conferencia, con amplio apoyo gráfico, en el que superponía ortofotos de diversas épocas sobre los mismos lugares y lanzaba una pregunta: ¿no es imposible creer que el resultado es el producto de procesos de planificación? Era tremendo…
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