Si quieres innovar, no te mires el ombligo: Notas sobre la membrana organizacional

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Estoy escribiendo estas líneas y tú las estás leyendo, gracias, entre otras cosas, al papel que han tenido las membranas en el desarrollo evolutivo que ha llevado a la vida consciente que experimentamos los seres humanos. La membrana constituye una característica universal de la vida celular. Ha sido la base de la identidad celular. Y, desde allí, el impulso del desarrollo de la vida. Ese perímetro que diferencia el ser de su entorno y de los otros seres vivientes. Las membranas en el mundo biológico son estructuras dúctiles y activas que se dejan permear constantemente para permitir la entrada de materia y energía. La membrana controla el equilibro de las reacciones metabólicas en la célula, para que no decaiga. Otra actividad fundamental de la membrana es bombear los residuos para garantizar la efectividad de las actividades metabólicas. Todas estas acciones contribuyen al mantenimiento de la célula como una entidad diferenciada y le otorga protección de las posibles influencias dañinas del entorno.

¿Cultivan las organizaciones públicas su membrana, ese borde que las separa y, a la vez, las conecta con su ecosistema? En general, poco, quizás, bien poco. O, más propiamente, en forma muy parcial. Se conectan “periscópicamente”: allí donde su atención se focaliza y su lente les constriñe. Más allá de ese límite, todo es Marte. Y solo hay barreras que sortear para ampliar la visión y la experiencia.  Pero existen un puñado de organizaciones adaptativas que son exploradoras por definición, que tienen la innovación en su código genético. En estas, las barreras, lejos de ser dificultades, son el estímulo para saltar las vallas, para ir más allá y ampliar el posible adyacente (Stuart Kauffman) y descubrir los futuros borrosos (Bart Kosko). Jakob Von Uexküll, etólogo estonio-alemán, nos recuerda en su libro “Mundos Circundantes” que para cada especie hay un único y singular entorno. Es el nicho ecosistémico en el que evoluciona y prospera. Los Sapiens-Sapiens actuales tienen un sentido de la exploración que va más allá del automatismo genético. La evolución cultural no se da en forma espontánea. El paradigma mecanicista fue muy castrador de la pulsión exploradora. Por el contrario, motivó la acción inversa: mirarse el ombligo. El mundo relativamente estático pergeñado desde esta visión fue más bien percibido como amenazante, por lo que la “membrana” se convirtió en fortín. Mirar un poco más allá del muro, solamente, y dejar entrar a cuentagotas lo que venía se convirtió en una pequeña osadía. Lo estocástico y variable se disimuló con la falsa creencia de dominio de lo predictible y causal. Así, el mecanicismo perdió de vista los colores de la realidad. Su mirada fue solo binaria. La identidad organizacional se definía a partir de la diferencia y no desde el valor aportado al ecosistema. La identidad devenía en un concepto inmóvil, sin aperturas para su co-evolución con el entorno.

La membrana en tiempos de complejidad

¿Puede la membrana organizacional seguir siendo un instrumento solo defensivo y endogámico como ocurre en muchas entidades públicas? Claramente, no. Hoy las organizaciones públicas, muy especialmente, deben jugar juegos infinitos (Simon Sinek), no discretos. Ello supone estar abiertos a sus ecosistemas, dejar entrar toda aquella información que les permita evolucionar generando valor continuamente y reconfigurándose cuando los estresores que vienen del entorno así lo exigen. La membrana en ese contexto cumple un rol esencial para la sobrevivencia de la organización. Para hacerlo de manera cuidadosa y efectiva es necesario que las organizaciones públicas desarrollen capacidades que apunten a lo siguiente:

  • Desarrollar y entrenar el talento humano para gestionarla. Se debe diseñar y disciplinar ese músculo. Sin ese talento, la frontera será un puente de tránsito sin filtros. La tecnología ayuda, pero no es suficiente. Hemos de apostar por la inteligencia aumentada, como dice Xavier Marcet, lo humano imbricado con la tecnología
  • Su textura debe ser permeable. Maximizar los intercambios inteligentes. Permitir las conexiones de valor. Más densidad, mejor. Sin ecosistemas activos, las organizaciones públicas devienen en irrelevantes.
  • Cambiar la percepción. El ecosistema no es una amenaza, es la red de abastecimiento de la organización. De allí viene la materia, energía e información desde la que se genera la propuesta de valor y, sobretodo, las innovaciones. Esta percepción abre nuevos focos de atención y acción para las organizaciones.
  • Potenciar los habitantes de la frontera. Catalizadores que activen la organización. Los knowledge dealers, proveedores de conocimiento y conexiones que están en la avanzada de la exploración del futuro borroso.
  • Vista camaleónica. Una suerte de ambidiestrismo ocular. La visión interna y externa se mueven con independencia una de la otra, sintetizando la información recogida. Atender el día a día, esa rutina que tanto encorseta a las organizaciones públicas, y a la vez imaginando arquitecturas de futuro donde explorar el nuevo valor público a generar.
  • Ante la complejidad (esa mayor variabilidad de información) que aprieta, la mejor respuesta es más diversidad interna, haciendo emerger continuamente nuevos órdenes internos en la organización. Es un craso error pensar que la complejidad externa se “combate” con más simplificación. Muy por el contrario: a más complejidad externa cabe más complejidad interna, un salto cualitativo a nivel organizacional.
  • Conectar la membrana con núcleos auto-organizados dentro de la organización, trascendiendo los viejos trajes compartimentados. Ahora todo es conexión: dentro y fuera. Este es el origen dinámico del desarrollo, aprendizaje y de la evolución organizacional. Edgar Morin lo escribía maravillosamente hace unos días en El País a propósito de la guerra en Ucrania: “Estamos ante la escalada de la falta de humanidad y el hundimiento de la humanidad, la escalada del simplismo y el hundimiento de la complejidad”.
  • Generar nuevas formas (creatividad) a partir de la captación de información en el ecosistema. Más señales, menos ruido. Adaptación para persistir y anticipación para innovar.

La creatividad evolutiva se ha expresado en nuestra naturaleza por medio de tres vías:

  • La mutación aleatoria de genes.
  • El intercambio de genes (información).
  • Y, la simbiogénesis (asociatividad)

Esta última nos conecta irremediablemente con la necesidad de crear ecosistemas dentro y fuera de las organizaciones, para lo cual las “membranas” cumplirán el rol de conector y filtro. Cultivarlas y mejorarlas es uno de los grandes retos organizacionales públicas de las sociedades complejas. ¿Cuán inteligente es la membrana de tu organización?.

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