Vuelvo, ahora que los cambios en los límites de velocidad parecen inexorables, a abordar un tema de tráfico. Porque los conductores, que somos buena parte de la población, andamos perplejos con tantas variaciones. Y si hace no mucho tuvimos que padecer, supuestamente por razones de ahorro energético, una reducción semestral a 110 kilómetros por hora en autopistas y autovías, ahora parece que, al menos en determinados tramos, los diez mil metros/hora que los unos rebajaron van a ser incrementados por los otros.

Es cierto que hay tramos largos, rectos, no empinados, de perfecta visibilidad y no excesivo tránsito donde el coche se lanza solo como un cohete y donde la velocidad máxima actual parece quedarse corta. Pero también hay autopistas de montaña, trazados sinuosos por más carriles que tengan y orografías frente a las que la ingeniería sólo puede hacer milagros relativos. Ya se nos alerta de que ahí no va a haber cambios, lógicamente. Es más: desde hace algunos años los está habiendo, pues cada vez son más los puntos de nuestra red (o redes si contamos las autonómicas) donde se colocan limitaciones específicas y advertencias de su concentración de accidentes (TCA).

Hasta que con la bendita democracia, ahora puesta en solfa por el colonialismo económico y las reacciones antisistema, España no contó con un mapa de carreteras ambicioso, aunque inacabado, las carreteras convencionales, donde diversamente quiere reducirse el límite de velocidad, eran objeto de medidas restrictivas ad hoc cada vez que había un accidente grave, aunque éste se debiera muchas veces a las imprudencias de los conductores. Pero entre la alarma social y el temor al pago de indemnizaciones por responsabilidad patrimonial, lo que solían hacer las entidades titulares de las vías era poner nueva señalización en la zona, incluida la horizontal, pintando rayas continuas de muy dudosa justificación. Un colega, experto en esta materia, comentaba que entre “el tío de la brocha” y la proliferación por doquier de polígonos industriales abocados al abandono pero que exigían incorporaciones desde ambos sentidos de la carretera, se estaban cargando todas las rectas del país. No le faltaba razón.

También, ahora ya en el presente, sé que existe un debate técnico sobre la generalización de las limitaciones, muchas veces notables, del máximo de velocidad en túneles de autopistas y autovías. He oído a personas duchas decir que no se debiera utilizar un mismo rasero ante supuestos dispares. En un túnel con curvas o sin arcenes la reducción tiene toda su lógica. Pero en pasos rectos, con amplias franjas laterales, bien iluminados y de no excesiva longitud la cuestión es muy discutible. Uniformar situaciones distintas –y ahí debe imponerse el derecho a la ingeniería- es absolutamente contrario a la equidad que debe guiar a los poderes públicos. Pero todos hemos visto cómo, incluso en falsos túneles que tienen más de puente que de otra cosa, nos topamos con señales restrictivas que obligan a pisar el freno, lo que quizá sea más peligroso estadísticamente que un hipotético choque lateral contra el muro o que una avería o un incendio que genere un atasco en el interior de la cavidad vial. En fin, doctores tiene esta peculiar iglesia pero no está de más recordar que lo justo y adecuado es tratar de forma disímil situaciones dispares. E igual las que son iguales: habrán observado que según qué Demarcación de Carreteras –e incluso de manera diversa en la misma provincia o comunidad- la presencia de un ramal de entrada o salida de la autovía conlleva en unos casos limitación de velocidad en el tronco principal, ausencia de toda cautela adicional, o raya continua entre los carriles de la vía. Ahí, en cambio, ¿no convendría tener un mismo criterio? Luego nos hablan de revisar periódicamente nuestros conocimientos teóricos cuando, desde arriba, no sabrían qué contestar a algunas preguntas de los conductores, tinta de calamar y camelos verbales al margen.

Hace años tuve suerte –ya llevo dos “medallas” en estos temas- al poner de manifiesto que en sólo sesenta metros de una carretera general había tres señales contradictorias, posiblemente fruto de obras y actuaciones seguidas en distintos momentos. Retiraron las tres. Pero, en cambio, conozco un caso que pocos automovilistas asturianos de más de treinta años desconocen, que fue un verdadero escándalo: en la antigua N-634, cerca de la fábrica de una multinacional, a la bajada de un badén que cegaba los metros siguientes, aparecía, como un espectro, una limitación repentina a 40 km/h. Huelga decir que la DGT se puso las botas a multas durante más de una década. Pues bien, con el tiempo se reconoció que aquella señal, aunque no llevaba ningún color coyuntural, se había colocado en tiempos lejanos para una obra menor en la calzada y nunca había sido retirada. Pese al escándalo, no pasó nada.

Y hablando de colores, retomo el título del comentario: ¿cuál es el margen de tolerancia entre una recomendación y una prohibición en materia de velocidad? Dispongo de una foto –y seguro que hay muchos más casos- donde casi pegadas aparecen, en una autovía, una señal genérica de prohibido circular a más de 120 y otra, cuadrada y azul, recomendando ir a 70. ¿Cincuenta kilómetros por hora de diferencia, no son una barbaridad?

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