Del tráfico cotidiano

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Del tráfico cotidianoEscribo este comentario cuando, oficialmente, se cierra la “Operación retorno” de Semana Santa, que, por la macabra estadística de víctimas mortales, tan aireada desde la DGT, parece una suerte de “Operación Triunfo” si, a la postre, hemos rebajado el guarismo del año pasado. Ojalá que las cifras escalofriantes de accidentes letales vayan descendiendo de ejercicio en ejercicio y evidencien así que, el nuevo modelo de carné, ha puesto los puntos sobre las íes a los infractores irresponsables, indocumentados, insolidarios o irrigados de alcohol.

 

Pero las salidas y regresos masivos de vacaciones y puentes ocupan una parte insignificante del calendario, por más que las autoridades nos acongojen en los paneles de autopistas y autovías con sus sangrantes recordatorios que –como bien apuntaba un comentarista en esta página- también distraen la atención del conductor.

Cuando nos hablan de los kilómetros de atascos; de las retenciones desesperantes a las entradas de las grandes poblaciones; de lo que ha agravado la situación el mal tiempo… ¿acaso quieren hacernos olvidar que todo eso, más o menos, ocurre a diario a los millones de personas que llegan y atraviesan nuestras ciudades para ir al trabajo o a las aulas?

Es cierto que, en los desplazamientos festivos y estivales, en las vías interurbanas, con velocidades reglamentarias más elevadas, se producen los siniestros más graves; no pocas veces irreparables. Pero no dejan de sorprender los datos que nos recuerdan que, en estos mismos períodos de máxima alerta, los desplazamientos cortos generan números nada irrelevantes de accidentes graves. Y que, como parece obvio, las grandes caravanas provocan estrés, cabreo –caso de pagar peaje por estar horas parado en una autopista- y algún que otro abollón; pero rara vez incidentes mayores. Por tanto, en mi opinión, no se deben meter factores heterogéneos en el mismo saco porque los resultados de tal experimento no pueden ser, científicamente, muy fiables. Aunque sea comprensible que, por evitar cadáveres sobre el asfalto, el fin justifique los medios.

Porque –permítaseme esta reflexión-, ¿cuándo nos van a ofrecer las estadísticas de los accidentes urbanos que tienen registrados todas las policías locales? No hay día que no leamos, veamos o escuchemos que, aquí o allá, un conductor ebrio ha atropellado a no sé cuánta gente o se ha estrellado contra un escaparate o ha sido pillado empotrado en una farola, tras un rally o una apuesta por alguna avenida urbana. Sumemos nuestra nutrida nómina de municipios -¿se anima la FEMP?- y veremos lo que arrojan los doce meses del año, con sus fines de semana, sus botellones y demás lindezas.

En la inseguridad vial, como en la ciudadana, no debe distinguirse entre alta y baja intensidad. Y aunque, en principio, el tema municipal no sea de la incumbencia de la DGT, relegarlo a la venialidad o a la anécdota  es, sin duda, otra irresponsabilidad que pagaremos cara. Si no globalizamos la cuestión –qué más da la calificación jurídica de la vía del siniestro- estamos condenados al fracaso. Huelga decir, por ejemplo, que por cada potencial conductor que se tome una copa en plena carretera, hay diez mil que hacen lo propio en los céntricos bares de nuestras ciudades.  

1 Comentario

  1. Efectivamente, las ciudades son el principal foco de riesgo. En un porcentaje altísimo, los coches que circulan los viernes y sábados por la noche entan conducidos por personas que han tomado alguna copa de más, pero que con la escusa de tratarse de desplazamientos cortos se minimiza la importancia del asunto.
    Yo lo tengo claro, tolerancia Cero

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