Algo novedoso y muy trascendente está ocurriendo en este verano 2017. Y, en esta ocasión, no se trata de los malditos incendios forestales ni de de las consabidas serpientes veraniegas. No, no es eso, es algo mucho más importante. ¿Qué? Pues que pequeños, por ahora, estremecimientos comienzan a sacudir el suelo que nos sustenta. Por vez primera, en cincuenta años prodigiosos, comenzamos a revelarnos contra el turismo que nos da de comer. Arran, las juventudes de la CUP, atacan autobuses turísticos y pinchan ruedas en Barcelona, al tiempo que sabotean restaurantes y yates en Palma de Mallorca. Un escalofrío, de asombro primero, de miedo cerval después, recorre las espaldas de miles y miles de españoles agradecidos a ese turismo que nos riega de euros y empleo. Ernai, la organización juvenil abertzale de Sortu, realiza pintadas de Tourist go home por el barrio viejo de San Sebastián al tiempo que incita a una serie de sabotajes, leves por hoy, contra restaurantes y hoteles. ¿Qué está pasando? ¿Cómo puede ocurrir esto en el tercer país que más turistas recibe del mundo? Se nos podría argumentar que los incidentes reseñados no son más que gamberradas de unos insensatos, kale borroka de baja intensidad de unos radicales en busca de la notoriedad que ni sus ideas ni sus votos les otorgan. Es cierto. Estos lamentables actos violentos, sin justificación de ningún tipo, condenables y perseguibles, son coherentes con los ideales extremistas y radicales de fuerzas como la CUP. Pero… ¿es sólo eso? ¿Hay algo más detrás? ¿Intentan aprovecharse, de alguna manera, de un malestar latente en la sociedad y que, tarde o temprano, terminaría explotando? No se trata de un tema menor. Condenemos, en primera instancia, esos atentados contra la libertad y la convivencia, para reflexionar, a continuación, sobre lo que está ocurriendo delante de nuestras propias narices antes de que nos explote de forma grave y dañina.

El turismo fue la nota de color del desarrollismo de los sesenta. Spain is diferent, clamó a los cuatro vientos la exitosa campaña promocional que aspiraba a atraer turistas a nuestras costas y playas, con el objetivo de animar nuestra economía y equilibrar con sus divisas nuestra deficitaria balanza de pagos. España, un país exótico para los europeos, económico para sus bolsillos, atractivo por su alegría, hermoso por sus paisajes y patrimonio, se convirtió en una tentación irresistible para las clases medias de la Europa del Bienestar que comenzó a afluir de manera creciente a nuestras playas, primero, y a nuestras ciudades, progresivamente, después. La llegada masiva de turistas condicionó el desarrollo urbanístico de nuestras costas al tiempo que daba aire a una España aún cerrada y autárquica. Su influencia en nuestra cultura y costumbres fue evidente, y el país en su conjunto acogió con calor y agradecimiento a los extranjeros que venían a tostarse bajo nuestro sol, a admirarse ante nuestros monumentos y a bailar y beber en nuestros garitos, que, de todo, afortunadamente, hay bajo la viña del señor. Tanto éxito tuvimos, que nos convertimos en una auténtica potencia turística mundial, con 75,6 millones de visitantes extranjeros en el año 2016, que se quedarán cortos con los que esperamos en el año en curso, en el que se volverá a batir el récord de los récords.

Pasaron los años y el turismo se convirtió en el motor económico de España, nuestra primera fuente de ingresos, al punto de que hoy ya supone más del 11% de nuestro PIB. Millones de puestos de trabajo trabajan para el sector y cientos de miles de empresas, pequeñas, medianas y grandes, dependen de él para su supervivencia. Nuestro atractivo, nuestros precios, la inseguridad de otros países mediterráneos, la gestión de las empresas turísticas, el buen hacer de los trabajadores, han hecho posible el gran éxito turístico del que, en gran medida, vivimos.

Pero no todo el relato es de color de rosa. La vida, ya lo sabemos, tiende a equilibrar y todo, siempre, tiene un coste. Desde hace unos años, muchas voces comenzaron a preguntarse si era sana nuestra excesiva dependencia del turismo, otros a protestar por los excesos del turismo de alcohol y borrachera en algunas ciudades mediterráneas. De repente descubrimos que, en algunos lugares, como Ibiza, la vivienda ya no era un bien alcanzable para los nativos, desplazados por la pujanza de los precios turísticos. Las viviendas turísticas, legales o no, comenzaron a proliferar en los cascos históricos, lo que, de alguna manera, condenará al destierro al extrarradio de los residentes del país. Las riadas que recorren las calles céntricas de Barcelona o Málaga, en los días de atraque de los cruceros, desbordan los espacios públicos, por los que a duras penas se puede transitar. Algunos ayuntamientos anuncian moratorias para nuevos hoteles y persecución implacable contra los pisos turísticos. El empleo que crea el sector, en gran medida, es temporal, lo que levanta las iras de los sindicatos que claman por una estabilidad en el empleo que, en este sector, ni llega ni se le espera. Son ejemplos de que algo grave está pasando. ¿El qué? Pues que parte de la ciudadanía comienza a resentirse, sobre todo en su calidad de vida, ante un turismo que consideran desbordado. Justo o injusto, responsable o irresponsable, acertada o errónea, es una realidad ante la que no podemos cerrar los ojos, más allá de la barbarie lamentable de unos radicales minoritarios. El difícil debate está servido. ¿Hay demasiado turismo? ¿Se ha sobrepasado algún tipo de límite? ¿Qué hacemos? Si penalizamos el turismo, podemos matar a la gallina de los huevos de oro, siempre frágil y huidiza. Hoy está aquí y mañana, quién sabe dónde. Pero si el turismo continúa creciendo, serían muchas más las voces que se alzarían contra él. ¿Qué hacer entonces?

Comienzo por el final y aporto mi particular punto de vista. El turismo, en su balance global, es extraordinariamente positivo para nosotros, por lo que, bajo ningún concepto, podríamos hacer algo en su contra. Otra cosa es cómo lo gestionemos y encaucemos. Francia aún recibe más turistas que España y París muchísimos más que Barcelona y Madrid juntos. ¿Se revelan ellos contra ese turismo benefactor? No, no lo hacen. Llevan años gestionándolo para no morir de éxito, aprendamos nosotros de su experiencia. El debate de turismo o no es maniqueo y el cuestionar qué tipo de turismo, es, en gran parte, clasista, como veremos. En verdad, lo que debemos debatir son los modelos de gestión, cómo podemos seguir recibiendo hospitalariamente turistas al tiempo que resolvemos las tiranteces que necesariamente se producen. Es difícil, lo sabemos, pero, ¿quién dijo que las decisiones públicas fueran fáciles? Es la gestión, estúpido, deberían repetir los responsables de la cosa.

Aunque el debate de fondo es necesario, las salvajadas de la CUP no suponen solución alguna. ¿Qué plantean? ¿Eliminar puestos de trabajo cuando claman contra el paro? ¿Restringir la oferta turística? A menos oferta, las leyes del mercado reaccionarían con subidas de precio, lo que limitaría la posibilidad de turismo tan sólo para las personas con mayor poder adquisitivo. O sea, que castigarían a las clases trabajadoras que hoy, afortunadamente, pueden viajar a costes razonable. Atención, que advertimos desde hace tiempo el deseo de algunos poderes públicos de castigar al turismo económico que nos visita. No debemos hacerlo. Ojalá vengan turistas ricos, pero no a costa de clasear a nuestros visitantes. España siempre fue un país abierto y debe continuar siéndolo. Que vengan millonarios, sí, sin duda, pero también clases medias y trabajadoras, estudiantes y jóvenes. Respondamos a los retos con inteligente gestión y no con injusta restricción. No se trata de menos turistas, se trata gestionar adecuadamente los que vienen y anticipar, también, el aumento deseable.

Con las cosas de comer no se juega, nos decían nuestros mayores. Pues eso. El turismo es vital para nosotros, cuidémosle con mimo, al tiempo que aprendemos a conjugar cantidad con calidad. Estamos ante una crisis de crecimiento, en términos empresariales, no ante una invasión que amenace un bienestar, que, todo lo contrario, nos proporcionan. Francia supo resolver las tiranteces del crecimiento, hagámoslo también nosotros. El éxito del mañana no será el menos turistas, sino el más turistas felices y más españoles satisfechos al tiempo. ¡Pues a eso!

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