El sueño del celta, la última novela de Mario Vargas Llosa, ha gozado de la mejor promoción que los siglos vieran. La merecida – pero inesperada – concesión del premio nobel de literatura disparará, sin duda, las ventas ya por sí altas de su autor. Sus seguidores llevábamos años esperando el reconocimiento de la Academia sueca, y hemos celebrado el acto de justicia artística que supone el galardón. La editorial tuvo que cambiar su portada a última hora para estampar en ella el sueño del nobel por el que cualquier escritor suspira.
Compré la novela y la leí de un tirón. Por supuesto que disfruté de su lectura, aunque creo que el fondo está por encima de la forma. Se trata de una excelente crónica de investigación histórica y un lúcido ensayo sobre el alma humana escrita con exquisita pulcritud, pero sin alcanzar el nivel estético ni emocional de otras obras del maestro. ¿Y qué viene a contar la novela? Pues creo que presenta dos ejes principales. El primero, la denuncia de los abusos de los fuertes sobre los débiles, y el segundo, el análisis de la evolución de un sueño. Roger Casement, el irlandés protagonista, que pasa de ser condecorado por el Imperio Británico a luchar contra él. A medida que idealizaba su identidad irlandesa, se rebelaba contra la ocupación de los ingleses a los que servía con eficacia y reconocimiento.
Roger Casement vivió dos décadas en el Congo colonizado por los belgas de Leopoldo II. Horrorizado por las atrocidades de los europeos, elaboró un preciso informe de los abusos, que terminó cobrando fama internacional. Poco después repetiría misión, esta vez en las selvas peruanas del Putumayo, donde denunció la infinita crueldad de los caucheros sobre los indios que explotaban. Cuando finalicé el libro, volví a leer El corazón de las tinieblas de Josep Conrad, compañero de viaje de Casement. Me pareció más literario que el de Vargas Llosa, pero con idéntica carga de fondo. Ambos ponen delante de nuestras narices el salvaje que anida en nuestro interior, presto a emerger en cuanto se dan las circunstancias adecuadas. El mundo no ha cambiado tanto, al fin y al cabo. Podemos comprobarlo a diario. Hace unas semanas saltó el escándalo de los abusos cometidos en Iraq y Afganistán por los soldados americanos e ingleses. Estas torturas, abusos y humillaciones, totalmente injustificadas y condenables, son una constante en toda relación de poder sobre los pueblos rendidos o indefensos. La actualidad nos recuerda el principio darwiniano de la supervivencia de los más adaptados. O meriendas o te meriendan. Ya nos lo advirtió el bueno de Ibn Jaldún: los imperios están condenados a la relajación de las costumbres y a la decadencia, hasta que el ímpetu de un pueblo bárbaro logra arrancarle el testigo del poder. La historia se repite, y por eso es bueno aprender de ella. Necesariamente habrá vencedores y vencidos, por más que nos esforcemos en luchar por la paz y la concordia.
El mundo cambia, vaya que si cambia. Pero modifica sus circunstancias, que no su esencia. China e India emergen con un ímpetu espectacular, reflejado en el reajuste de sus respectivos pesos específicos en el seno del FMI y en la procedencia de la mayoría de electrodomésticos, muebles, ropas o juguetes que consumimos en nuestras casas. Estos movimientos telúricos de grandes masas continentales ocasionarán fallas y fricciones necesarias. Ya somos testigos de algunas de ellas, como las guerras de las divisas, o la lucha por las materias primas, por ejemplo, y de otras muchas que veremos en el futuro. Los nuevos, los conquistadores, querrán más balón del que ahora les dejamos, y eso, no lo olvidemos, nunca será del todo pacífico.
Tendremos que esforzarnos por dominar la fiera que late en nuestro corazón. Me temo que tendremos que transcurrir por caminos que la excitarán. Por eso es bueno leer a Llosa y a Conrad, porque nos ponen un espejo en el que podemos reflejarnos sin los afeites de la convención. Mantengamos la utopía, pero tengamos controlado al lobo de nuestras entrañas.
Estoy en parte de acuerdo con su observación, que corroborada con la opinión de otra persona a la que también sigo con interés ([url]http://periodismohumano.com/culturas/entrevista-a-sampedro-tv3.html[/url]), me convence de los naturales «traspasos de poder» como norma evolutiva. Pero ¿y si ahora esta lucha nos lleva al fin de todo (desastre nuclear [ej. Corea o Irán], calentamiento global, fin del petroleo, …)?. En esta guerra sin fin, no solo corremos el riesgo de acabar con el enemigo, sino de destruir también el campo de batalla. No se puede crecer infinitamente. [url]http://www.youtube.com/watch?v=5EEon9rnaes&feature=player_embedded[/url]