Se ha convertido en una propuesta clásica la de la elección directa del Alcalde, que por economía procesal (más bien economía electoral) se ha traducido en proclamación como Alcalde del candidato que encabece la lista más votada. En estos tiempos de endeudamiento de Ayuntamientos no vamos a reflexionar ni criticar la propuesta economizadora, por lo que, sin ánimo de admitir pulpo como animal de compañía, no nos vamos a centrar en las dudas que plantea este último sistema frente al original de elección separada del Alcalde.
El sistema actual español ha optado por un modelo moderadamente presidencialista. Es presidencialista en tanto en cuanto dota al Alcalde–Presidente de importantes competencias propias, suficientes para la gestión del municipio en numerosas cuestiones, que le otorgan autonomía suficiente, siempre que no quiera “modificar las reglas de juego”. Así, puede otorgar licencias, pero no modificar el planeamiento, puede aprobar gastos hasta el 5 por 100 de presupuesto, pero no por encima ni modificar el presupuesto, puede nombrar personal, pero no modificar la plantilla…
Y lo es moderadamente, en tanto en cuanto el Pleno puede imponerle “reglas de juego” y, sobre todo, puede cambiar de Alcalde mediante la moción de censura.
Frente a nuestro sistema de elección de segundo grado del Alcalde (lo eligen los Concejales, quienes son elegidos por los vecinos), se oyen numerosas voces propugnando la elección directa. Pero no todas en el mismo sentido.
Alguna gente se muestra partidaria de la segunda vuelta, en la que, si ninguna lista ha resultado con mayoría absoluta, son los electores quienes deciden al candidato que ha de gobernar entre los dos cabezas de lista más votados. Supone un perfeccionamiento democrático para la elección de Alcalde, pero conllevaría un importante incremento del gasto electoral, ya que obligaría a celebrar votaciones en dos jornadas diferentes, con los gastos de apertura de colegios, montaje y desmontaje, papeletas, sobres, presidentes y vocales, permisos, etc. Por otra parte puede llevar a la perversión de que las alianzas y apoyos anti sigan impidiendo gobernar a la opción más votada. Así sucede últimamente en Francia, en la que los ultraderechistas de Le Pen obtienen el primer puesto en la primera vuelta y pierden la segunda con el candidato que queda segundo.
Otra propuesta que se ha defendido es la proclamación automática como Alcalde de quien encabece la lista más votada. Esta solución podría haber sido la mejor en la época del bipartidismo predominante que hemos vivido, pero todo parece aventurar que de momento en España el bipartidismo está en horas bajas, lo que puede llevar a que en poblaciones en que una inmensa mayoría elija opciones moderadas, pero divididas en 4 o 5 listas, se vean abocadas a ser gobernadas por quienes aglutinen el voto minoritario radical.
Pero creemos que hay una tercera vía más sencilla, ya que bastaría con pedir al elector seleccionar dos papeletas, una con la opción elegida para conformar la lista de Concejales y otra para seleccionar el candidato que a su juicio sería el Alcalde ideal. Sabemos que en muchos casos coincidirá la elección en ambas papeletas, pero seguramente podrá haber más de una sorpresa.
Por otra parte no quiero dejar pasar la ocasión para reivindicar la urgente necesidad de cambiar el sistema de listas cerradas y bloqueadas. La libre elección de los candidatos por el elector sería la mayor muestra de regeneración democrática. Mientras dicho objetivo no se consiga, dada la dificultad que entraña pues supondría un harakiri para los Partidos Políticos que perderían el poder de decisión sobre quien ostenta representación, nos conformaríamos con la simple acción de desbloquear las listas, permitiendo al elector eliminar de la lista a dos o tres candidatos. Esa simple bocanada de aire fresco permitiría a los votantes cumplir un viejo sueño, aunque unos cuantos candidatos sobrados de prepotencia podrían llevarse una ingrata sorpresa. Por el contrario los Partidos podrían ver quienes de verdad son apreciados por su clientela política.