Estamos en campaña

Nuestra ya veterana Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General que muchos tratamos de refrescar estos días por necesidad y que conocemos por la horrible palabreja acrónima de LOREG, tiene  ya casi veintidós años. Regula en uno de sus apartados el tema de la propaganda electoral, concretamente en los artículos 53 y siguientes. Normas que en su momento pudieron tener cierta operatividad pero que hoy nos puede parecer que traslucen cierta ingenuidad. Nuestra Academia define ”propaganda” en su primera acepción como “acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores”. Bien, estamos en campaña. Los partidos están tratando de en el mejor de los casos,  convertirnos en adeptos (echemos mano de nuevo de la Academia ahora que es tan fácil accediendo en Internet). “Adepto”: 1. Partidario de alguna persona o idea.2. Iniciado en los arcanos de la alquimia. 3. Afiliado en alguna secta o asociación, especialmente si es clandestina. Bueno, en otro caso, o en el mismo en realidad, puede que estén tratando de vendernos algo. ¿El qué? Una idea, un compromiso de que son los mejores, los más honrados, los más eficientes y qué se yo qué más. Esto es una transacción. Nos venden esa idea y nosotros les pagamos con un voto, todo basado en los principios de la buena contractual. Y nos atiborran de eslóganes pretendidamente ingeniosos, paridos por las creativas mentes estrujadas de publicistas,  en carteles, cartas personalizadas con datos obtenidos del censo que incluyen las papeletas, vallas, banderolas, folletos, anuncios en prensa, radio y televisión etc. Buena tarta comercial para las compañías publicitarias. Los partidos renuevan sus webs oficiales, los candidatos elaboran sus propias webs personales y muchos de ellos se organizan blogs.

Al final los ciudadanos normales (también los hay masoquistas) acabamos más que hartos del bombardeo de napalm electoral y estamos deseando que por favor, pase de una vez de nosotros este cáliz y termine la campaña y todo retorne a la normalidad: cada uno a sus ocupaciones de nuevo pensando que ha cumplido con su obligación ciudadana, los políticos que han perdido diciendo que han ganado (siempre todos han ganado, ¡muy bien por la mentalidad positiva de nuestro candidato estándar!), los políticos que han ganado las elecciones a sus correspondientes puestos de poder, olvidando en muchos casos lo que dijeron en sus borracheras electorales cuando se rodearon de sus correligionarios en los mítines, en medio de esa especie de entusiasmo adolescente y mitómano. Y los pajarillos volviendo a cantar al amanecer. Todo habrá pasado. Porque ya lo dijo con sorna Tierno Galván, histórico de la izquierda y Alcalde de Madrid, el Viejo Profesor,  Las promesas en elecciones se hacen para no cumplirse”. Desafortunada frase siguen pensando y pensarán muchos, dicha por un respetado y gran intelectual y quizás regular gestor municipal, que podía permitirse el lujo, a sus años y con su prestigio, de decir lo que le daba la gana desde su atalaya.

Ingenuamente, uno (por ejemplo yo), se pregunta para qué sirve tanta parafernalia electoral. En los mítines electorales no creo que se convenza a nadie: sólo suelen ir los del propio partido para aclamar, corear y reír las gracias del líder. Su única utilidad actual es tratar de que salga en los  telediarios (el parte dirían los antiguos) ese fragmento o ingeniosa frase pronunciada en la que dice algo chocante o impactante o en el que se mete con el contrincante. Una frase que haga levantar la vista del plato mientras el potencial votante engulle con cierto aburrimiento la cena. Detrás del candidato ahora siempre hay gente. El candidato ya no se coloca delante del público, se coloca en medio, puede que eso dé la impresión de cosa más compacta o cohesionada como dirían ellos mismos. Generalmente las juventudes del partido se colocan justamente detrás del candidato, o sea, de frente a las cámaras. Luego, después de la diatriba o de la gracia proferida, las cámaras enfocan a los asistentes que agitan espasmódicamente las banderas en un delirio colectivo, todas compactas y todas igualitas, formando un bello tapiz, mientras suena de fondo el himno del partido. Un minuto de tele. Objetivo cumplido, mañana será otro día.

Está claro que los partidos no pagan esas campañas (artículos 121 y siguientes de la LOREG). Prodigiosa la amplitud de lo que se considera gasto electoral el del art. 130. Esos gastos los pagamos todos con nuestros impuestos. No me parece mal facilitar a los partidos que puedan dar a conocer su mensaje, su programa, es necesario en democracia, pero creo que quizás no debería ser esta sociedad tan generosa y algo más debería costarle a ellos mismos. Desconozco por otra parte si esos gastos se fiscalizan y se controlan; supongo que el Tribunal de Cuentas algo hará en este sentido en el ejercicio de su potestad. Pero haga o no haga algo, la impresión que me queda es pensar qué cantidad tan ingente de dinero gastamos (hablo en este caso en primera persona del plural porque este es un problema social y yo formo parte de esa sociedad y, además, para ser  más condescendiente). Si alguien ha puesto un anuncio de tamaño mediano en un periódico de tirada media, sabe lo que cuesta, un ojo de la cara. Y si se multiplica, la cantidad produce mareo.

 Por cierto, ¿alguien se ha parado a pensar las maravillas que se pueden hacer con el Photoshop?.  Mi abuela no se podía quitar años y arrugas con esa facilidad. Ni mi hermana ponerse años para parecer más mayor cuando le interesaba. ¡O tempora, o mores!.

1 Comentario

  1. Muy bien. El análisis de que la publicidad la pagamos los contribuyentes y que la campaña en el fondo es un juego de suma nula, es acertada. La cuestión, a mi juicio, es que hay que empezar a cuestionar una ley electoral que fue pensada para la transición política y que ahora simplemente protege a los políticos inútiles, por el sistema de listas cerradas y bloqueadas y la ley D’Hont. El representante político es seleccionado por la ejecutiva de su partido, y no por su gestión, por eso no responde ante los votantes, sino ante el partido, y es ahí donde debe estar bien situado para repetir. Hay que ir a un sistema de listas abiertas y con un componente mayoritario. Como decía un cartel en la Zaragoza de la transición política: «Compañeros, hay que moverse que esto no cambia. Ciudadanos, hay que moverse. En democracia lo que no hagas tú lo harán otros por tí.

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