Me parece que ya está empezando a ser un poco reiterativo tanto hablar de los trasquilones, pero me resisto a abandonar el tema sin tocar antes un aspecto muy curioso de los sentimientos asimétricos que tenemos los inversores ante el riesgo y especialmente, cuando las cosas salen mal: que el desastre lo pague otro o, siguiendo con la nueva línea de peluquería aplicada a las finanzas, que el trasquilón se lo den a otro. Como he señalado en los dos artículos anteriores, toda esta reflexión surge de la pregunta ¿quién soporta los costes del rescate de tantas inversiones como se han visto afectada por la crisis, especialmente la deuda pública de los países europeos periféricos?; es decir, ¿quién soporta lo que los técnicos denominan “haircut”?
La última idea que apunté es que todos hemos sido parte del problema (gobiernos, bancos centrales, entidades financieras, grandes empresas, compañías de seguros, e inversores particulares), y me reafirmo en ella, así que todos debemos cargar con parte del coste del rescate en nuestra faceta de inversores, o contribuyentes, en la proporción que nos corresponda, aunque no nos guste.
Recientemente se ha producido un hecho que ilustra bastante bien, en mi opinión, la asimetría de sentimientos que nos produce el devenir de la economía. Me estoy refiriendo a las dificultades que atraviesa un importante grupo industrial español por las tensiones de liquidez que provoca la caída del consumo y otras contrariedades derivadas de la crisis; el grupo en cuestión es conocido por la impactante campaña publicitaria que aderezó su estrategia de captación de recursos entre los inversores particulares el año pasado.
Posiblemente, muchos recordamos las elevadas rentabilidades que los pagarés en cuestión ofrecían a quienes creyesen en el proyecto empresarial de ese grupo; rentabilidades que eran superiores a las del resto de activos financieros alternativos y obedecían, sin duda, al mayor riesgo que comportaban: desde el punto de vista del emisor, se veía obligado a ofrecer altos tipos de interés a quienes le prestasen sus recursos para seguir financiando su actividad, y desde el punto de vista del inversor, precisamente ese mayor riesgo debía conllevar una rentabilidad teórica más alta.
Hasta aquí, todo responde al comportamiento normal de las inversiones. El problema y la analogía con la deuda pública surge cuando el grupo empresarial en cuestión anuncia que tiene problemas serios de pago y que está estudiando diferentes medidas legales para superar la crisis, sin descartar el concurso de acreedores de algunas de las principales empresas del grupo. En ese momento, es cuando alguno de los 5.000 inversores particulares que aportaron 140 millones de euros a la operación se preguntan qué puede pasar con su inversión y, posiblemente lamenten su decisión; es decir, puede que se estén preguntando quién pagará el necesario ajuste y deseando que alguien les eche un salvavidas.
Dejando a un lado el sentimiento que nos produzcan las dificultades económicas de los grandes grupos, supongo que quienes no formamos parte de esto 5.000 inversores pensaremos que el ajuste deben pagarlo los propietarios, sus proveedores, los empleados y los inversores, cada uno en la proporción que corresponda. Es decir, no creo que nos hiciera mucha gracia escuchar algún día que el gobierno ha decidido crear un fondo de determinada cuantía, pongamos 200 M €, con cargo al Presupuesto General del Estado para rescatar esas empresas, garantizando que los inversores particulares recuperasen toda su inversión llegado el vencimiento. Sí, ya sé, es una hipótesis casi imposible dadas las circunstancias políticas e históricas de los actores, empresa y gobierno, pero como hipótesis hay que plantearla.
O sea, parece razonable suponer que ante esa situación muchos, la mayoría, pensaremos que es una pena lo que ha pasado, que es lamentable para el empleo y los propietarios, que es una lástima que los inversores pierdan parte de sus fondos… pero que no vamos a pagar nosotros el ajuste, ¡faltaría más!: si la inversión sale bien, el inversor recibe una rentabilidad elevada, pero si falla, clama porque todos los demás le ayudemos; ésa es la asimetría de sentimientos que me causa perplejidad
Pues algo parecido es lo que tarde o temprano deberá pasar en el ajuste de los problemas de la deuda pública de los países periféricos europeos: quienes se han beneficiado en los buenos tiempos, serán los que tarde o temprano pagarán el ajuste; o sea, siguiendo la analogía: los gobiernos que han malgastado más de lo que ingresaban para ganar votos y mantenerse en el poder; las entidades que han invertido en activos con excesivo riesgo los fondos que captaban del Banco Central Europeo, para beneficiarse de la diferencia entre el coste (muy bajo para salir de la crisis) y la rentabilidad (muy alta, por el riesgo); los depositantes que han llevado su dinero a entidades con perfil de riesgo alto (porque con diferentes productos novedosos, obtenían más rentabilidad que en otras entidades más prudentes); etc.
Es lo que dije el otro día, que se va a poner de moda el corte de pelo con trasquilones entre personas del más variado estilo, no sólo las tribus urbanas más extravagantes.
Ya le vale a algunos. Trasquilones quizá no, por que ni pelo les queda, pero puntapié en el trasero a más de uno le han dado, pese a que ahora se permitan comentar que la «crisis» la deben pagar todos, empleados y trabajadores incluídos. Es una forma de «socializar» las pérdidas cuando los beneficios están a buen recaudo en muy pocos bolsillos más o menos limpios y siguen obteniendo provecho de sus desmanes.
No hay que olvidar el diferente poder de cada empresa o institución. Seguramente Nueva Rumasa no tendrá capacidad para endosar a los fondos públicos sus pérdidas patrimoniales, pero no sucede lo mismo con las grandes entidades financieras. Ahí hay que estar muy atentos a ver si es verdad que lo pagan ellas o lo acabamos pagando todos.