No es la informática, ¡caramba!

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Una de las principales rémoras para propiciar una buena gestión de la información es confundirla con las labores y tareas instrumentales vinculadas a la informática. Quizás esta sea la constatación más evidente que las Administraciones públicas todavía operan con una lógica analógica y no digital. Es curioso como a muchos operadores públicos (entre los que me incluyo) por una cuestión generacional asocien la gestión de la información con la informática. Es asombroso que después de más de tres décadas de informatización intensiva de las administraciones públicas todavía percibamos la informática como una novedad y como el instrumento clave de la modernización de la gestión pública. Contemplamos a los profesionales de la informática entre la admiración y el recelo como su fueran los chamanes de la Administración moderna, con una aurea misteriosa al ser crípticos en sus argumentos técnicos y algo ariscos a nivel laboral. Los grandes retos de la Administración  «se han intentado solucionar con remedios estrictamente informáticos sin tener en cuenta los flujos informacionales ni los fines o la misión y los valores de la organización. La inexistencia de unas prácticas tendentes a mostrar el acceso a la información como una parte natural del sistema administrativo y, como consecuencia, la falta también de accesibilidad. Dicha inadecuación entre información e informática puede ser motivo real del éxito o fracaso en la implementación de sistemas de información en las organizaciones» (Cruz, 2015). La informática es un instrumento muy necesario en las organizaciones desde hace tres décadas y tenía todo su sentido que durante los primeros años de informatización se confundiera al instrumento como un fin. La informatización de las organizaciones y de todo tipo de actividad, sea ésta profesional, doméstica o personal,  supuso un salto cualitativo a nivel de eficacia y eficiencia de la mayor parte de nuestras actividades y necesidades. Pero este proceso de informatización fue muy rápido y al cabo de solo diez años (hace, por tanto, unos 20 años) con el gran catalizador que supuso internet entró en la agenda institucional las denominadas nuevas tecnologías de la información. A partir de este momento ya no había ningún argumento para confundir la informática como un fin en si mismo ya que quedaba diáfano que el fin era la información y la informática un instrumento, central y potente, pero uno más entre diversas herramientas para lograr el fin de la gestión de la información. En este momento era ya la ocasión oportuna para diferenciar la informática de la modernización de la Administración y abrir las puertas de la gestión de la información a otro tipo de profesionales extramuros de la informática llámense estos documentalistas, archivistas o bibliotecarios en lo que a nivel formal se vincula con los estudios universitarios de documentación y biblioteconomía. Pero como las tecnologías emergentes vinculadas a la información viven un momento de esplendor en los últimos veinte años ha seguido diluviando novedades como la necesidad de gestionar el big data, plantearse la gestión de los metadatos, etc. Y recientemente la inteligencia artificial y la robótica está suponiendo otra vuelta de tuerca conceptual a esta transformación exponencial de la importancia de la información en la gestión pública. La gestión de la información ya no es solo informática e incluso ya no es solo documentación y biblioteconomía sino que es un nuevo campo que hay que abordar de manera multidisciplinar y, por tanto, renovar los cimientos conceptuales que logren integrar las actuales tecnologías emergentes vinculadas a la gestión de la información y las nuevas tecnologías que seguramente van a aflorar durante los próximos años.

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