Estando ya muy cerca ya dos procesos electorales, me gustaría hacer alguna consideración sobre el sistema electoral, asunto que en modo alguno ha querido abordar ninguno de los partidos mayoritarios.
Estamos ante una situación que, debido a muchos factores, se ha alejado del tradicional bipartidismo. Quizás el factor más importante para el surgimiento de nuevas fuerzas es el descrédito y la corrupción de esos grandes partidos; se empezó hace tiempo a votar “en contra de”, recordemos al dueño del imperio de la abeja y al orondo preboste de un señalado equipo de fútbol que se presentaron a las elecciones y obtuvieron resultados sorprendentes. Ya se sabe, mucho poder mucho tiempo equivale a corrupción casi segura, aunque para salvar un poco los muebles y a la mayoría de las gentes honradas que se dedican a la cosa pública prefiero llamarlo corrupcioncillas. Está en la naturaleza humana y es algo casi consustancial al ser, reflejo sin duda de la sociedad en la que vivimos. Quien critica no es probablemente mejor éticamente. Cuando en las encuestas se pregunta cuáles son los principales problemas del país, el problema (sic) “Los políticos en general, los partidos políticos y la política”, es considerado nada menos que por un 29.4 % en el CIS de febrero de este año. Alucina, vecina. Se supone que los partidos, la política, deberían ser la solución, no el problema.
Así las cosas y partiendo de que en general los políticos dicen una cosa y hacen luego otra (ya se sabe, ellos mismos dicen que a veces deben tragar sapos y culebras para obtener la solución menos mala, posibilismo lo llaman), propondría cambiar el sistema. En el momento actual hay cinco partidos que se van a repartir los escaños y para mí, el problema fundamental es que vote a quien vote no sé qué narices se va a hacer con mi voto. Obviamente será difícil que cualquiera de ellos alcance una mayoría absoluta, lo que indefectiblemente llevará a la necesidad de pactar, pese a que ahora niegan firmemente que no. Y aquí es donde surge un problema por ahora irresoluble. Porque puedo querer votar a un partido, pero nunca votaría a ese partido si supiese que va a pactar con equis o con y griega. Y eso ocurre en un espectro muy amplio. Los partidos de izquierdas y derechas llamémosles “moderados” es obvio que pactarán por los extremos en las dos acepciones: la ideológica –extrema izquierda o extrema derecha- y la territorial – partidos nacionalistas. Malo, pésimo negocio.
Flaca memoria tendríamos si no recordásemos los malditos pactos que hasta ahora nos envuelven en situaciones rocambolescas. Pactos entre partidos que siempre aseguraron que nunca pactarían entre sí. Pactos de izquierda moderada con izquierda radical. Pactos de centro y derecha con extrema derecha. Pacto de derribos Arias entre izquierdas, extrema izquierda, nacionalistas periféricos de izquierda y nacionalistas periféricos de derecha, cambio de cromos deplorables para poder soportar y justificar argumentalmente estos comportamientos. ¿Pero esto que es? Sí, una tomadura de pelo total.
Ya hablamos en otra ocasión en este mismo foro de lo que podríamos llamar el “contrato electoral” (se puede repasar en https://www.administracionpublica.com/contrato-electoral/ ). Establecer algún mecanismo de responsabilidad para caso de flagrante incumplimiento de promesas. En derecho civil o en cualquier ámbito normativo, cuando alguien no cumple lo que ha pactado se le puede obligar a cumplir a través de los tribunales, pacta sunt servanda. Pero los partidos cuentan con carta blanca y pasan del tema. Prometo y engaño y no pasa nada. Y se dictan normas para sí mismos al margen del resto de los mortales, como la excepción de interdicción de obtención de datos de carácter personal bajo una peregrina justificación de la comunicación democrática, cuando hoy en día los medios audiovisuales y redes sociales lo son casi todo.
Así que hay que hacer algo y no hay más solución que cambiar el sistema electoral, hacer un sistema de formación de gobiernos viable: sistema mayoritario o sistema de doble vuelta. Y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. El primero, el mayoritario, con circunscripción más bien pequeña, deja fuera a la segunda y restantes fuerzas políticas. En el segundo, sistema más apropiado seguramente, es el ciudadano quien decide en última instancia ante la falta de mayorías. Quizás sea más costoso materialmente este sistema al necesitarse dos procesos en quince días, pero obviamente es el que asegura la gobernabilidad, dando previamente la voz a los ciudadanos. No se podrá poner en cuestión que esta pueda ser una práctica menos democrática que la actual, salvo que aseveremos convencidos que Reino Unido o Francia son países poco democráticos. Quiero pactar yo, basta de cambalaches.
La propuesta parace bastante razonable.
¿Quién va a cambiar el sistema? ¿Los mismos que se benefician de como está ahora? Esos son los que por estructura (partidos) y medios deberían abanderar cambios y regeneración, pero no están por la labor. Dicen una cosa para ganar las elecciones y luego, llegados al sillón o al escaño, hacen cualquier otra menos transparencia y actuaciones honradas.