¿Cuándo se van a prohibir radicalmente los geles espumosos?

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A buen seguro que el lector, si no lo ha hecho ya, encontrará menciones a jabones y detergentes en normativa europea, básica estatal y adicional autonómica. Pero sesgada, sectorial, limitada y muy poco efectiva.

Por el contrario, encontraremos en la propaganda de hoteles –y de otros establecimientos de no muy buena reputación- el reclamo de baños fantásticos de espuma, de glamurosos jacuzzis, plenos de pompas de jabón que, pese a lo escrito por Machado, no sólo son ingrávidas sino que requieren de mucha agua para eliminarlas del plato de ducha, del lavabo y no digamos de la tina o bañera.

 Es cierto que hay geles dermatológicos que son menos espectaculares a la hora de propiciar espuma y se encaminan al desagüe sin tanto gasto hídrico. Pero son centenares los productos que arman un verdadero espectáculo y que requieren de una buena medida cúbica para dejar la porcelana sin rastro.

Y no todo, es verdad, depende del jabón o detergente. El científico Fernando Gomollón-Bel (CSIC), en su interesante artículo en la Red “¿Por qué el jabón no hace la misma espuma cuando te vas de vacaciones?” (2014), nos aclara que “resulta que el hecho de que un jabón haga más o menos espuma, o limpie más o menos según el agua que utilicemos, es debido a las micelas y a la dureza del agua. La dureza es una medida de la cantidad de cal que tiene disuelta el agua. Así, por ejemplo, el agua de Zaragoza es muy dura (tiene mucha cal) mientras que la de La Coruña es muy blanda (apenas tiene)”. Por ello, en los detergentes, que tanta agua requieren en lavadoras, friegaplatos y demás, “el envase  incluye una tabla en la que se indica la cantidad de jabón recomendada según el tipo de agua de la zona”.

 Pero, en tiempos en los que, con razón, sacralizamos el agua y controlamos su consumo, no es de recibo que, en todos los supermercados, nos encontremos productos que fuerzan a derrocharla. Quizá yo esté influido, desde niño, por mi padre, médico higienista, que, pese a haber nacido en uno de los puertos de montaña más lluviosos del país, estaba en permanente vigilia para que nadie dilapidara tan necesario recurso.

Aunque la sociedad, tan sensible con otras pérdidas naturales y contaminaciones, no acaba de dar la estocada (con perdón de los antitaurinos) a la proliferación doméstica de espumas y sus consecuencias. Es más: espuma es palabra hasta poética, aunque, ciertamente, espumarajo sea todo lo contrario.

 Recordando, hasta tiempos nada lejanos, la cantidad de anuncios publicitarios en los que, sensualmente, se mostraba la foto o dibujo de una dama a la que sólo tapaba la espuma, lo que, a decir verdad, tenía un cierto tufo machista, sólo cabe esperar que, de subsistir alguna de esas propagandas, el movimiento feminista arrumbe con él y, de paso, con esas espumas desmedidas que tanto incrementan el consumo doméstico de agua.

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