De nuevo nos han robado. Y van no sé cuántas veces. En este caso se trata de unas mesas de madera muy bonitas que teníamos en un bello paraje natural, estábamos tratando de eso que llaman poner en valor recursos naturales. Eran dos mesas, con sus correspondientes bancos y están a un par de kilómetros del pueblo. La semana pasada se llevaron una. Y este fin de semana pasado el resto, probablemente a los cacos no les cabía en el primer viaje de la furgoneta, incluyendo una caseta de madera en la que se guardaban los cubos de basura y un panel informativo. Es penoso, la caseta de la basura puede que sea reciclada en caseta de perro, pero ¿para qué narices quieren un panel informativo? Al comentarle a un compañero el caso y que quizás tendríamos que poner cámaras de vigilancia, con todo sentido común y con toda la razón me ha contestado que sería peor, que también se las llevarían. Cierto.
El Concejal responsable, cuando le hemos dicho que tiene que ir a la Comandancia del Puesto de la Guardia Civil a presentar la correspondiente denuncia, ha exclamado ¿otra vez…?. No queda más remedio, le hemos contestado, y con cara de mal genio se ha encaminado al cuartelillo.
Hay que hacer algunas consideraciones:
Primero. El coste económico de las gamberradas y de los expolios es muy alto, y al fin, lo pagamos entre todos. Y tan sólo hay dos opciones, reponer una y otra vez lo que se rompe o se roba o, segunda opción, pasar del tema y no poner nada, ascetismo en estado puro. Aunque a veces eso no es posible sin tener que inutilizar toda una instalación, como cuando, por ejemplo unos graciosillos montaron una juerga de espuma vaciando los seis extintores a la vista existentes en el Pabellón Polideportivo. O como cuando se hace puntería con una escopeta de perdigones a las farolas municipales del alumbrado público.
Segundo. Todos sabemos que la Benemérita es un eficaz cuerpo policial de estructura y naturaleza militar. Y si el delito es grave, ponen toda la carne en el asador y suelen pillar al malo. Pero, sinceramente, tras muchos años trabajando en el agro español, y tras muchos incidentes delictuosos padecidos, aun tendrá que ser la primera vez que atrapen al caco. Jamás. Yo creo que una vez hecha la denuncia va a parar a un determinado cajón especial del que no sale nunca más. Y es que lo que quiero decir son dos cosas: Una. Que para los delitos graves la G.C. es una eficacísima institución. Dos. Que tienen una patética escasez de medios que probablemente les impide y/o desanima de siquiera intentar esclarecer estos pequeños delitos.
Al presentar la denuncia se nos ha dicho que hay una verdadera ola de robos y se ven impotentes con sus escasos medios para vigilar un territorio demasiado amplio y disperso. O se les pilla sobre la marcha, in fraganti, cosa que apenas ocurre, o nunca más se supo. Total son pequeños hurtos y/o robos cada vez.
Eso dicho de la apropiación de lo ajeno, porque en bastantes ocasiones, el problema es el chandrío, palabra aragonesa que se utiliza para referirse a una fechoría o a algo que ha quedado estropeado, romper algo de valor o hacer algo irreparable.
Cuando se trata de destrozos de lo público en un pueblo pequeño o mediano, muchas veces se sabe quién ha sido el valiente autor. Muchas veces han sido pandillas de chavales adolescentes sin otra cosa útil mejor que hacer. Y se sabe porque otros vecinos les han visto y saben quiénes son. Pero estos testigos, como no quieren líos, negarán que saben algo si se les pregunta oficialmente. A pesar de todo ello, con toda la buena fe del mundo, en ocasiones el Alcalde llamará a los padres a capítulo y éstos negarán sistemáticamente la mayor, la menor y la de en medio. Sí, no hay pruebas. Llegan a decir que es imposible, que su hijo es un santo varón e incluso que a esa hora estaban con ellos. Sí señor, la educación de los infantes, para los benditos maestros. Mal plan.
Pues lo más práctico es que te vayas con una fragoneta el domingo al rastro del parking sur de la Expo, y por 40 ó 50 euros posiblemente puedas recomprar tus mesas. Y -si regateas un poco- te incluirán en el lote el panel informativo y un par de farolas o papeleras públicas. Al fin y al cabo, la abundante policía local que vigila férreamente el mercadillo (con camiones, contenedores y personal auxiliar de limpieza) sólo se ocupa de los pringaos que venden ropa vieja. La salubridad pública, ya se sabe… «son moros». Y si algún moreno trata de buscarse el bocadillo con el top manta, pues triple bonus: la SGAE hace caja, aplaudimos la eficacia municipal y todos contentos. Nadie se extraña -ni pregunta- por la procerdecia esas mesas de parque, ni esas farolas de alumbrado público(¿alguien las usa en su casa?) ni por esos paneles informativos de paraje campestre…
Mal plan.
Efectivamente compañeros, estas situaciones son, como muy poco, caóticas.
Pero todo se desprende del telón carcomido de nuestros muros y pilares, sobre los que la base de social y educativa se asienta.
Acaso en España conocemos algún político que realice el harakiri, cuando es pillado en malversación, o que dimita dignamente, por falsear en documento público.
Da igual la índole o circunscripción del político de turno, lo que importa es el fondo y no la forma.
La frase de «si ese no lo hace, ¿porqué lo voy a hacer yo?», es la nueva etapa sociológica de nuestra querida España.
Mal plan