El papel que desde el pasado 29 de octubre de 2024 han jugado determinados colectivos de empleados públicos en la gestión de la DANA les ha valido el calificativo unánime de héroes. Policías, bomberos, militares, servicios de emergencias y de protección civil, junto a voluntarios (aunque estos no son funcionarios públicos), han cosechado el reconocimiento de medios de comunicación, instituciones e imaginario colectivo, de la misma manera que durante la emergencia provocada por el COVID-19 lo fueron los sanitarios.

Sin embargo, en los ayuntamientos de los 78 municipios gravemente afectados por la catástrofe climática prestan (prestamos) servicios otros empleados públicos cuyo papel, desde el primer día hasta hoy mismo (y lo que queda) ha resultado esencial, por más que su póster resulte menos vistoso al común de la opinión pública.

Se trata de profesionales que han mantenido en pie las telecomunicaciones; permitido la contratación de personas, obras, servicios y suministros vinculados a la emergencia; ofrecido información y orientación a la ciudadanía; tramitado subvenciones y ayudas. Trabajadores y trabajadoras, también públicos, que han dado todo tipo de soporte social (económico, material y emocional); que han conseguido reponer en tiempo récord infraestructuras vinculadas a servicios esenciales (vías públicas, suministro de agua potable, alumbrado público, depuración de residuales o cementerios). Esos funcionarios municipales, todavía hoy, llegan a casa exhaustos y abatidos ante situaciones que, por lo general, les desbordan: resolver la urgente retirada y eliminación de vehículos abandonados, la gestión de residuos, la desobturación de alcantarillados, la valoración de edificios dañados o el realojamiento de familias. Todo ello siendo (como era y es) que en cientos de casos en sus casas también había barro.

Me cuesta encontrar el reconocimiento del conjunto de la comunidad para con estos empleados, que también son públicos y que así lo sienten. No hablo ya de elevarlos a la categoría de héroes. Simplemente reconocerles su dedicación en pro del interés de todas y todos.

Como funcionario de los de habilitación nacional (concretamente, como Secretario de un municipio de gran población afectado gravemente por la catástrofe de Valencia) estoy ubicado en el vértice de la pirámide de la organización administrativa municipal, en función de bisagra entre el gobierno electo y el conjunto de la planta del empleo público. Una posición que te da una perspectiva privilegiada (aunque altamente trufada de riesgo y responsabilidad) del devenir de los acontecimientos y de la variopinta respuesta humana frente al advenimiento de la crisis.

Desde la mañana del día 29 de octubre (en que participamos en el dictado de un bando alertando de la situación y limitando actividades, dentro de nuestras competencias) hasta hoy, el sobrevenimiento de los hechos y la magnitud y trascendencia en la toma de cada decisión ha sido la nota dominante. La fuerza y la violencia de los sucesos nos sorprendió y dejó atónitos. Las cosas pasaban y lo hacían con inusitada crudeza, siendo que la capacidad de remediarlas era (y sigue siendo) nimia en relación con las dimensiones y el calado de la tragedia. Pero había que tomar decisiones y hacerlo sin ningún tiempo para la reflexión.

Los órganos a los que se les tiene atribuida la responsabilidad de resolver (fundamentalmente, aunque no sólo, la Alcaldía) nos han reclamado un know how, un saber hacer, que en no pocos casos no estábamos seguros de poder ofrecer, pues para todos se trata de gestionar asuntos sin parangón. La falta de referentes ha habido que suplirla con el fondo de armario de cada cual. Un repositorio formado por la experiencia vital, el conocimiento acumulado y el liderazgo personal. La proactividad ha pasado a cotizar al alza y el sentirse necesario para los demás ha terminado por succionar la esencia del servicio público.

Esa proactividad e implicación, indisociables al verdadero sentido de servir a los demás, conllevan el inevitable abandono de la zona de confort. Pronto te das cuenta de lo que estás viviendo y de las consecuencias que ello va a tener (o puede llegar a tener) en tu vida personal y/o profesional. Estrés, insomnio o irascibilidad son tres estados anímicos recurrentes en cualquiera que se haya visto involucrado en la gestión de la emergencia por la DANA. Alalimón de lo personal, pronto se instala en el hipocampo la idea de riesgo que la situación entraña en lo profesional. Me refiero a la asunción de riesgos en relación con la toma de decisiones: contratación de emergencia, prestaciones sociales de emergencia, ejercicio de competencias impropias, otorgamiento de subvenciones directas o resoluciones inminentes en relación con la disciplina urbanística (ruina inminente, desalojos, etc). Y es que lo que ahora es ángel mañana puede ser demonio, y la exigencia de responsabilidades de todo tipo, una vez recuperada la normalidad, no es extraña a este tipo de situaciones, nada ortodoxas.

Todavía no es momento para hacer balance. Seguimos con la emergencia a flor de piel en todos los frentes: el procedimental, el presupuestario, el urbanístico o el social, entre otros muchos. Ya llegará el momento de valorar si hicimos bien en dar un paso adelante, y si acertamos en las decenas de decisiones que se adoptaron. Lo mollar ahora es procurar no dejar nada en el tintero, terminar el partido con la sensación del deber cumplido, de haber hecho lo que se esperaba de nosotros y haber dado el máximo de nuestras capacidades. Incluso, en ocasiones, algo más de lo que la prudencia recomendaba.

Esa sensación es lo que da sentido al empleo público y valor a la res pública. Una suerte de retribución inmaterial que, aun no sirviendo para pagar facturas, no tiene precio. Es el premio único de sentir haber sido útil a la comunidad, de proporcionar ayuda a gente en situación límite, de contribuir al bien común.

Por todo esto, y puesto que seguimos en la brecha, quiero hacer una oda en pro de los funcionarios (empleadas y empleados públicos) de los ayuntamientos pertenecientes a los 78 municipios afectados por la DANA. No sólo reconociendo el difícil papel de secretarios, interventores, tesoreros o secretarios-interventores; también de administrativos, técnicos, psicólogos, trabajadores sociales, operarios, informáticos o jurídicos, por todos los demás. Quiero reconocer a todos esos funcionarios de administración local (con o sin habilitación de carácter nacional) que en momentos como este hayan decido dar un paso adelante, tomar la avanzadilla y, aun a costa de su propio statu quo, hacer lo que tenían que hacer para ayudar a mitigar una situación dramática como la que, todavía hoy, se vive en sus municipios. Por eso, aunque “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto”, para mí también sois héroes.

2 Comentarios

  1. Lo que hay que poner en valor que sea un profesional perteneciente a los cuerpos del estado ( interventores, secretarios..), que trabajan en los ayuntamientos, el que firme un escrito en el que reivindique el importante papel de todos los trabajadores municipales en tragedias como la de la DANA ( Covid, ucranianos..), esenciales ( y además, literalmente, de verdad, reconocidos por el estado ) en las emergencias que puedan surgir y muy olvidados frente a otros colectivos ( médicos, bomberos..) a la hora de reconocer su entrega y dedicación por los demás. Bien por el Sr. Eduardo Balaguer Pallás, toda mi consideración y respeto como compañero secretario municipal.

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