Para triunfar (también hoy) hay que leer, sentenció Warren Buffet

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             2020, además del año en el que perdimos la inocencia epidemiológica, ha sido el ejercicio en el que nos abrazamos incondicionalmente a la digitalización omnipresente. Desde entonces, hemos comenzado a ser masivamente digitales y, visto lo visto, no cejaremos hasta conseguirlo por completo. Internet y las videollamadas nos conectaron al mundo en los meses largos de confinamiento, en los que abrazamos sin pestañear el teletrabajo, compramos por internet y pedimos la comida a domicilio a través de plataformas de delivery.  Y así, suma y sigue, paso a paso, en la senda que nos adentra en el continente digital inexplorado, un territorio sin mapa que nos reta desde nuestras pantallas multicolor. Aunque desde finales del siglo XX ya sabíamos lo que venía, es ahora cuando la inmensa mayoría de la población ha tomado conciencia de su dependencia, para lo bueno y lo malo, de la maquinaria digital que todo lo ocupa y que todo parece modificar: hábitos, procesos, empresas, empleos, administraciones.

            No somos capaces de intuir el futuro. Sólo sabemos que el mundo que conocimos cambiará en gran medida. Y, ¿qué pasará con nuestros empleos? ¿Serán todos digitales? Y los que no sabemos de sistemas ni de marketing digital, ¿tenemos futuro o estamos condenados a languidecer, orillados en la melancolía irredenta de los descolgados?

            Pues, en principio y se trata de una buena noticia, todos podemos tomar el tren digital, independientemente de nuestra titulación y talentos. Es evidente que la sociedad digital precisará de muchos técnicos con formación STEM – ciencias, tecnología ingeniería y matemáticas – que, en principio, tendrán más posibilidades de acceder a buenos y bien retribuidos empleos. Pero, una vez dicho esto, igual de cierto resulta que las humanidades continuarán siendo del todo necesarias, tal como postula Scott Hartley en su libro “Menos Tech y más Platón” (LID editorial). Al preguntarse si el futuro será necesariamente de los “techies” – los de las carreras STEM – en detrimento de los “fuzzies” – los de letras, humanidades y ciencias sociales – responde y argumenta que todas las capacidades son precisas y necesarias. De hecho, expone infinidad de ejemplos en los que los impulsores de importantísimas empresas tecnológicas provienen de las humanidades. ¿Por qué? Pues porque tanto fuzzies como techies hacen faltan en las empresas, organizaciones y sociedades digitales. Si unos ponen la tecnología, otros ponen la amplitud de miras. Si unos tienen el foco en el algoritmo, los otros lo ponen en la persona, sus necesidades y demandas. Si unos en la eficacia y eficiencia, otros en la ética o el diseño. Si los primeros en el artefacto, los segundos en su finalidad. Habilidades distintas pero complementarias para las empresas en este entorno digital que todo lo ocupa.

Y así estamos. Para avanzar, harán falta los tecnólogos, sin duda alguna, pero también aquellos que desde una perspectiva más amplia sepan leer las demandas, las necesidades de las personas y de las sociedades que se otean en el horizonte, porque, como afirma Hartley, “Los mayores problemas humanos requieren que combinemos el aprecio por la tecnología con un respeto continuo por aquellos que estudian nuestra condición humana, ya que son estos quienes nos muestran cómo aplicar dicha tecnología y con qué propósito”. La visión, el propósito, la misión, la mirada trascendente, otorgan sentido a las organizaciones. Podemos ir más deprisa, mucho más deprisa, pero… ¿hacia dónde? Tenemos poderosísimas herramientas y sistemas digitales, pero, ¿para qué? Preguntas que la técnica, por sí sola, no podrá responder.

Las grandes tecnológicas y consultoras predican con el ejemplo al fichar talentos techies y fuzzies. Cuestiones de ética, de lógica, de lingüística, de semántica, del alma humana, de sus motivaciones y comportamientos, de los propios fines, precisan de una visión humanística. Los proyectos complejos precisan de la combinación de talentos tecnológicos y humanísticos, engrasados todos ellos por las habilidades blandas sociales y comunicativas. El Proyecto Aristóteles, impulsado por Google, investigó el porqué unos equipos de trabajo funcionaban mejor que otros. El resultado no dejó lugar a dudas, las habilidades sociales no cognitivas poseen un valor extraordinario para la empresa, ya que las “soft skills”, capacidades blandas, mejoran los equipos de tecnología duros.

            El propio Warren Buffet, que lleva años dominando las rentabilidades financieras desde su famoso fondo Berkshire Hathaway, pontificó en una reunión de estudiantes de la Universidad de Nebraska-Lincoln celebrada el pasado 19 de diciembre sobre la importancia de las humanidades. Cuando le preguntaron qué consejo daría a los jóvenes que querían triunfar en el actual y competitivo entorno digital, sorprendió a la audiencia al responder que lo que veía más necesario y urgente era que leyesen mucho y que perfeccionaran sus habilidades comunicativas. «Tenéis que ser capaces de escribir y hablar bien. Tenéis simplemente que llenar vuestras cabezas. Es un momento maravilloso en la vida para que todos los días terminen sabiendo muchas cosas que no sabías el día anterior «. No lo dice un profesor de filosofía, ni un pensador aislado en la montaña, lo afirma la quintaesencia del financiero sagaz, seguido por millones de personas como oráculo de Omaha. «No hay nada mejor que leer. Tenéis que desarrollar una mente inquisitiva”. Aquí queda dicho, amén. O sea, nunca se olvide del arma más poderosa, el libro, cargada siempre de futuro. Lea y se encontrará mejor preparado para navegar en las aguas azarosas del océano digital que ya inundó, para siempre, nuestras playas doradas y luminosas de antaño. Pero no miremos atrás, porque el futuro siempre estará para habitarlo. Pero con un libro, mejor. Y no lo digo yo, lo dice Buffet, el genio que siempre acertó en sus apuestas a largo plazo.

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