Como señala Fernando Savater (“Política para Amador”, Ed. Ariel, pág.120 y ss) “el racismo es sin duda la peor de las abominaciones colectivas. Establece que el color de la piel, la forma de la nariz o cualquier otro rasgo caprichoso determinan que una persona deba tener tales o cuales rasgos de carácter, morales o intelectuales. Desde el punto de vista científico todas las doctrinas raciales son meras fantasías arbitrarias… ¿Es más importante el color de la piel, porque se ve a simple vista, que nuestro grupo sanguíneo? Cuando nos van a hacer una transfusión, suele ser más prudente verificar el grupo sanguíneo del donante que el color de su piel…” Añade Savater que “en la mayoría de los casos, la gente no es racista sino xenófoba: detesta a los extranjeros, a los diferentes, a los que hablan otra lengua o se comportan de manera distinta. Los detestan porque se sienten incómodos ante ellos …. quieren que todos piensen y vivan como ellos para sentirse acogedoramente confirmados.”
Y es que a propósito del fenómeno de la inmigración, del encuentro (¿o choque?) de culturas, es importante reflexionar y creo que deberíamos ver el tema desde varias perspectivas:
a) Perspectiva económica, psicológica y antropológica.
Tratando de buscar explicaciones al problema del racismo y la xenofobia (como ha dicho el autor tratar de comprender las razones no quiere decir que necesariamente se compartan las mismas), creo que un aspecto que frecuentemente se descuida para estudiarlo es el enfoque económico desde dos puntos de vista, del emigrante y del ciudadano del territorio receptor.
Por una parte resulta evidente que el emigrante no deja su país, con todo lo que ello implica, si no es para mejorar unas condiciones de vida que casi en el cien por cien de los casos es precario; por lo tanto existe una razón económica de mucho peso. Se trata de lanzarse a una aventura muchas veces peligrosa para el que emigra, puesto que no sabe adónde va, cómo se va a ganar la vida o si va a ser aceptado en el lugar al que va.
Pero junto al aspecto señalado está el aspecto económico del ciudadano del país receptor. Si por una parte en una sociedad en continuo desarrollo económico las empresas necesitan nueva mano de obra, resulta comúnmente admitido que ello supone una riqueza para el país. Pero lo macroeconómico muchas veces se conjuga mal como la economía familiar. Probablemente el ciudadano del país que recibe al emigrante siente recelo frente a la masiva llegada de grupos del exterior que sin duda amenazan su estatus laboral, pueden hacer bajar los salarios, pueden precarizar el empleo y pueden, en definitiva, amenazar la misma existencia de empleo. Ante esta situación, podrían desarrollarse sentimientos xenófobos (en un primer momento en un nivel interiorizado y posteriormente se agrava expresándolo en público) reclamando que el trabajo en primer lugar es para los nacionales del país y después para los recién llegados. Probablemente el sector de población que tenga ese sentimiento es el menos preparado o el que se siente más amenazado, en el fondo con un planteamiento de inseguridad personal ante un mundo y una economía cada vez más globalizada.
La cuestión se centra pues en saber cuánta población inmigrante puede absorber una comunidad sin que a la población autóctona se le llegue a plantear esa inseguridad personal por la probable pérdida de recursos o por la precarización de su medio de vida.
Creo que mientras exista cierta bonanza económica, en forma de crecimiento económico adecuado y suficiente para absorber a la población que llega, el problema no surgirá. Sin embargo, si entramos en un período de recesión económica y aumenta significativamente el paro, se planteará un grave problema, es decir, cuando los recursos disponibles provenientes del trabajo no sean suficientes para todos. El planteamiento que fácilmente se puede intuir es:
“Pertenezco a esta comunidad social (Estado) y esta comunidad tiene la obligación solidaria de ayudar en primer lugar a los que pertenecen a la misma. Éstos que vienen de fuera no son de nuestra comunidad, por lo tanto si no hay para todos, estoy por delante”. Antropológicamente –Marvin Harris lo explicó muy bien- cuando hay escasez de recursos y exceso de población, surge el conflicto o la lucha por los recursos y por el territorio donde éstos se encuentran.
Por lo tanto el problema es muy complejo, ya que se mezclan factores económicos y psicológicos, éstos como consecuencia de aquéllos. El ser humano siente su pertenencia a una comunidad y en la actual situación que ofrece el estado del bienestar, reclama a sus conciudadanos y autoridades que le socorran cuando entre en un estado de necesidad. Ante la perspectiva de que el Estado (en su sentido amplio) no le pueda prestar asistencia o medios de vida dignos, sentirá inseguridad y miedo ante la amenaza, que desembocará casi necesariamente en los sectores afectados, en una de las formas de respuesta ante las amenazas que describen los psicólogos: huida o enfrentamiento. Ante la huida el sentimiento quedará interiorizado (lo cual puede no ser un problema social mientras no se manifieste). La otra opción es el enfrentamiento, es decir, la exteriorización del odio hacia “el otro”. Ocurre que verdaderamente se olvida que “el otro” no deja de ser una persona como él, que pertenece a la misma especie y que sus anhelos y miedos son los mismos que los de todos los demás. Por lo tanto, la xenofobia (odio al extranjero) y el racismo (exclusión por la diferencia étnica) se explican mucho más por razones económicas –pobreza, miedo a la exclusión del grupo- que por razones de mera diferencia. A nadie le importaría que en su comunidad de propietarios o en su calle viviera en el piso de abajo Michael Jordan, Naomí Campbell o Colin Powell. Quizás sí le importaría que viviese un grupo de magrebíes o subsaharianos recién llegados.
Desde otro punto de vista, deberíamos buscar también razones antropológicas que –cómo no- se hallan entremezcladas con las económicas y psicológicas, en el sentido de la necesidad de cada “tribu” de mantener su espacio vital, que no es otro que su espacio económico. Determinadas tribus (los yanomamis en la selva amazónica por ejemplo) repiten cíclicamente guerras tribales contra otras tribus que en el fondo no hacen sino preservar espacios con recursos alimenticios limitados, tal y como describió Harris en libros como “Caníbales y Reyes” o “Antropología cultural” (ambos de Alianza Editorial). Dichos comportamientos los han convertido en pautas culturales socialmente aceptadas.
b) Cuestiones culturales
Realmente es problemático llegar a un acuerdo de qué sea cultura. Pero, concebida la cultura como el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial de una época y grupo social, aquellas manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo o el acerbo de conocimientos y experiencias que un individuo posee en cuanto a sus formas de comportamiento, es evidente que existe un choque intercultural cuando se produce la mezcla de etnias o razas. Y si por una parte es deseable respetar la cultura del que viene puesto que es tan respetable como la propia, no es menos cierto que habrá que establecer mecanismos adecuados para que el que viene se adapte cuanto antes también a las costumbres del país receptor. Resulta claro que ese respeto no puede llegar a suponer establecer compartimentos estancos aislamiento de grupos o lo que es lo mismo, guetos. Por lo tanto el respeto hacia la cultura del otro deberá ser en todo caso limitada a lo esencial y será exigible (sin que por ello se deba tachar a nadie de antidemocrático) que el que llega trate de adaptarse a la sociedad nueva para él, para lo cual ésta deberá ayudarle. En este sentido los servicios sociales municipales y la educación tanto reglada como no reglada que se promueven por los Ayuntamientos (el caso más significativo son las clases de español) tendrán un papel determinante.
En cualquier caso surge sin duda la pregunta de dónde establecer los límites del respeto a la cultura del que llega. Dicho de otro modo, ¿sería admisible en España la ablación del clítoris o permitir que las mujeres lleven burka o velo incluso en la Escuela (polémica recientemente resuelta negativamente en Francia)? Evidentemente, no todas las costumbres podrán ser respetables en nuestra sociedad. Por lo tanto, la necesaria integración cultural será un esfuerzo que deberán hacer todas las partes implicadas, los autóctonos respetando aquellas costumbres de los llegados que sean subsumibles en esta sociedad libre y respetuosa, y los inmigrantes, tratando de asimilar las costumbres del país de acogida.
Estos días hemos oído que España se ha convertido en el segundo país del mundo en número de inmigrantes tras los Estados Unidos y que la población extranjera alcanza ya más el diez por ciento de la población. El periódico ABC publicaba: “España es el segundo país del mundo que más inmigrantes recibe. ‘España se ha convertido en el país más multiétnico de la Unión Europea". Así de rotundos se manifiestan los responsables del II Anuario de la Comunicación del Inmigrante en España, que subrayan que solamente Estados Unidos presenta en la actualidad un índice de recepción de inmigrantes superior al de nuestro país.’ El informe, presentado hoy en Madrid, vaticina que el 70 por ciento de los inmigrantes que viene a España se queda de forma definitiva, y las previsiones para el año 2025 es que en nuestro país se asienten más de 8 millones de nuevos residentes. Además, el anuario destaca que el 9,9 por ciento de las personas que viven en nuestro país es extranjera. En estos momentos, ya estamos por encima de naciones como Francia (9,6%), Alemania (8,9%) o Reino unido (8,1%). Tras desbancar a Francia en esta clasificación, "España se ha convertido en el país más multiétnico de la Unión Europea, ya que es el primer receptor de inmigrantes del mundo, sólo por detrás de Estados Unidos", recalcó la directora de Etnia Comunicación, Ana Calderón, citando datos de un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).” Alemania no ha aumentado en los últimos diez años. El Reino Unido, en el mismo lapso, ha pasado del 3,7 al 8,1; Francia del 6 al 9,6. Lo preocupante es que valorar el hecho de si seremos capaces de asimilar a tal número de personas en tan poco tiempo sin mayores problemas. El fenómeno migratorio como país receptor pues, es un fenómeno relativamente reciente. Hace tan sólo diez años España era uno de los países europeos con menor número de inmigrantes (en 1997 el porcentaje era del 1,5 %, el menor de la UE). Puede que ese lapso sea excesivamente breve como para poder asimilar la situación sin problemas. Si recordamos los relativamente recientes incidentes de la banlieu de París, podemos aplicar aquello que decía el refrán de que “cuando las barbas de tu vecino veas pelar…” Estos días se han producido graves incidentes en el desmantelamiento de un poblado chabolista de Madrid (Cañada Real Galiana que linda con Rivas-Vaciamadrid, véase El País de 8/10/07), y algunos medios han calificado el fenómeno de intifada. “Intifada en la Cañada Real” titulaba El Mundo), lugar ocupado por inmigrantes.
Deberemos pues con urgencia implementar todas aquellas medidas que sean necesarias para acomodar los servicios a la nueva situación, sobre todo los sanitarios, los educativos y los sociales. Y establecer una eficaz política de inmigración para que se establezcan en España todos aquellos que hayan sido autorizados y no todos los que consiguen llegar de un modo u otro.
Como conclusión apresurada, está claro que el fenómeno está ahí y que debemos afrontarlo del mejor modo posible haciendo todos (bidireccionalmente, tanto el ciudadano receptor como el ciudadano que llega) un esfuerzo de comprensión, empatía, solidaridad e integración. Pero, de todos modos, habrá que establecer mecanismos realistas; en primer lugar, ética y socialmente aceptables, en segundo lugar, jurídicamente adecuados y en tercer lugar, materialmente ejecutables, para establecer un sistema ordenado de llegada de personas que sin duda deberá limitarse tras haber hecho un estudio serio a corto, medio y largo plazo, de las posibilidades de trabajo, asistencia e integración. De otro modo, a medio plazo, puede que se cree un serio problema social en el momento en que se produzca una coyuntura de recesión económica seria.
Los Ayuntamientos, como administraciones cercanas o inmediatas prestadoras de servicios, tendrán que prestar a los ciudadanos extranjeros que llegan una especial atención e indudablemente habrá que allegar los medios económicos y humanos precisos en todo caso, para poder prestar esos servicios adecuadamente. Éstos deberían financiarse por quien tiene la responsabilidad de la política migratoria, el Estado.
La política en materia de inmigración de los últimos 8 años ha sido manifiestamente irresponsable, ha obedecido exclusivamente a criterios economicistas, de beneficio empresarial y de superávit presupuestario.
La explicación del milagro español obedece al incremento del consumo interno, generado por el brutal incremento de población, y a la igualmente irresponsable; bajo mi punto de vista; potenciación y tratamiento del sector inmobiliario.
El coste derivado de estos; insisto bajo mi punto de vista; errores está todavía por verse, pero de alguna forma comienza a manifestarse en los últimos días y creo que en los próximos meses va a dar la cara con toda su crudeza.
Las encuestas del CIS recogen desde hace más de 2 años la inmigración como uno de los principales motivos de preocupación de los españoles, habiendo estado varios meses; concretamente hasta el atentado de la T4 de Barajas; como primer causa de preocupación, y todo ello considerando que la inmigración afecta levemente a un 20% de la población.
Mi abuela decía «el que no arregla gotera arregla casa entera».
Me identifico con el comentario anterior. Ya veremos qué pasa en los próximos años ante un escenario más desfavorable. Es un tema muy delicado en el que se ocultan muchos aspectos por ser políticamente incorrectos. Os recomiendo el Informe Vestrynge sobre la Inmigración. Ha salido hace poco
Más que preocuparos por la inmigración, deberíais preocuparos por las barbaridades que hace la gente, con independencia de su color, nivel de riqueza, religión o lugar de residencia o nacimiento.Cuando la población española se otorgue leyes justas, las cumpla y se comporte civilizada y éticamente (comenzando por los «políticos»),tendremos todo el derecho a exigir a cualquiera que venga que haga lo mismo y el número de los que vengan no será un problema, si somos inteligentes, buenos y sabios.