Un dirigente político (no recuerdo quién) reiteraba a menudo, ante posibilidades de pactos pre y post electorales, eso de «programa, programa, programa». Cierto que era palabrerío. Otro dirigente de los principios de la transición, hizo famosa la frase de que «los programas están para no cumplirlos» (éste sí que me acuerdo quién era, pero prefiero correr un tupido velo).
He de decir que, en un ejercicio de responsabilidad, trato de votar de forma científica. El resultado es inesperado, a veces sorprendente. Así, leo con atención los programas de los cuatro o cinco partidos más importantes. El método es muy perfectible, lo reconozco, pero puedo decir que suelo hacer una asignación de puntos por apartados:
1. Problemas en cuanto a diagnóstico. Ver si el diagnóstico me convence o si coincide con el mío.
2. Soluciones que propone cada cual; valorar si creo que son las más adecuadas.
3. Grado de realismo en las propuestas que se sugieren.
Todo esto tiene que ser corregido por un factor de credibilidad, es decir, hay que valorar quién puede que engañe menos. A todos estos factores les asigno puntos, a unos temas más que a otros, claro, y el que mayor puntuación obtiene, es el partido a votar.
Sin embargo, hete aquí que, en este momento, el principal problema que se me plantea ahora, es que, a 27 de junio, no encuentro los programas electorales en las webs oficiales de los partidos. La llamada inesperada a las urnas de nuestro Presiden ha pillado al parecer, incluido al propio partido del Gobierno, en paños menores. He buceado en las webs de los partidos y no encuentro los programas. O no están, o si están, desde luego no son muy accesibles. Sólo blablablás en todos y cada uno. Es decir, en definitiva, dentro de menos de un mes vamos a ir a votar presuntamente caras bonitas, sonrisas impostadas, gente más o menos simpática, discursos mediáticos, diatribas grandilocuentes, promesas imposibles hechas en cualquier calentón de algún mitin dominical y descalificaciones más o menos graves de unos a otros. Y me causa una irritación que no puedo describir. Parece que hay tan poco respeto hacia el elector que vamos a tener que ir a votar a ojo.
En un post de 2007 en este mismo Blog que titulé “Contrato electoral” ponía el acento en la necesidad y la responsabilidad (en el sentido no tan obvio a veces de “responder de”) de que el político contrae una obligación sinalagmática con el electorado, que le mandataba para hacer una serie de cosas, haciendo luego otras sin que pasase nada. Ha llovido, pero nada ha cambiado. O ha cambiado a peor; como no hay programa, no se puede chequear si se ha cumplido. ¡La cosa va mejorando! (https://www.administracionpublica.com/contrato-electoral/)
Desde mi punto de vista, votamos en clave de retroceso. Es decir que votamos por lo que han hecho y no por lo que harán. Desde esa perspectiva las elecciones son retrospectivamente democráticas pero prospectivamente poco democráticas. Piense que el mandato representativo permite el incumplimiento de esas promesas que llenan la boca 15 días y, en algunos casos, son irrealizables