¿Tendrá solución el gélido invierno demográfico que nos aguarda?

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¿Tendrá solución el gélido invierno demográfico que nos aguarda?

Tic, tac, las elecciones generales se acercan con estruendo de debates, encuestas, mítines y nervios. Está bien que se confronten ideas y estilos, está bien que votemos a la opción que consideremos más adecuadas. Pero aún estaría mejor si entre los compromisos de los respectivos programas electorales se incluyera la materia demográfica, auténtico talón de Aquiles de nuestra sociedad y economía.

Me encuentro en México en el momento de escribir estas líneas y acabo de finalizar la lectura del libro clarividente de Peter Zeihan, El fin del mundo es sólo el comienzo (Almuzara). Su tesis de arranque es la de que se acaba la fiesta: gran parte del mundo desarrollado, en especial Europa, Rusia y China no podrán mantener su crecimiento ni su nivel de vida. Las causas, sus pesadas deudas y, sobre todo, una demografía suicida que los condena a la caída de población. Y no hay crecimiento que aguante cuando mengua la gente que lo crea. Zeihan se muestra categórico en algunas de sus frases de arranque: “Desde el punto de vista histórico, vivimos en una bochornosa situación de riqueza y paz: un momento perfecto… que está llegando a su fin. El mundo de las últimas décadas ha sido el mejor que habrá en nuestras vidas. Porque el mundo – nuestro mundo – se está desmoronando”. Así de duro, así de claro. En efecto, aquellos países en los que su población decrezca están sentenciados a dolorosas crisis existenciales, cuando, no, de pura subsistencia. Es la población, estúpido, deberían repetirse los cerebros de los programas electorales… que parecen, sin embargo, estar a otras cosas.

Aunque el envejecimiento afecta a la mayoría de países europeos, los datos proporcionados por el Banco Mundial apuntan a que España sufrirá la mayor caída de población activa durante la próxima década. Y esto no es sólo una amenaza futura, sino que ya supone un doloroso presente, como demuestra el hecho de que el peso de los activos entre 25 y 55 años haya caído siete puntos durante los últimos diez años. Las cartas están marcadas y el futuro vendrá en gran medida escrito por nuestra dinámica demográfica. El Registro Civil determina nuestro destino y, visto lo visto, pintan bastos si nada hacemos para enmendar nuestro severo déficit demográfico.      

            Nos hacen faltas personas y la demanda irá en aumento. Un país que envejece con rapidez y decrece poblacionalmente es por completo inviable tanto económica como geoestratégicamente. Y, por abordar tan sólo una de las facetas afectadas, la laboral, precisaremos trabajadores en todos los niveles, tanto para las tareas más manuales como para la más cualificadas. De hecho, ya lo comprobamos por la demanda sin cubrir de determinadas posiciones de trabajo. Aunque suene extraño y paradójico escucharlo en el seno de un país con tres millones de desempleados, la escasez de mano de obra será el factor más limitante que sufrirá nuestra economía en estos próximos años. Aunque el sistema ya ha reaccionado extendiendo la vida laboral hasta los 67 años, este mayor periodo laboral de los babyboomers, la cohorte más numerosa, no significará más que un parche para el hondo agujero demográfico que sufriremos.

            Las preguntas están servidas. ¿Qué debemos hacer, entonces? ¿Nada? O, por el contrario, ¿impulsamos medidas natalistas, de apoyo a las familias y a la conciliación de la vida laboral y familiar? ¿optimizamos la gestión inmigratoria? ¿Atraemos talento joven? ¿Todo ello? Sin duda alguna, lo único que no podemos hacer es quedarnos con los brazos cruzados, cuando el cierto y gélido invierno demográfico amenaza con congelarnos como sociedad.

            Sucintamente, repasamos los tres ejes apuntados en las preguntas que lanzamos al aire. Las políticas que apoyen a la natalidad y a la conciliación, sin duda alguna, deben ser bienvenidas, aunque sean de efecto limitado, visto lo que ocurre en el resto de países avanzados. Algunos, no obstante, como Francia y Suecia, algo han conseguido al respecto. Pero, aunque la natalidad algo mejorara, el número de nacimientos no sería capaz de cubrir al de defunciones, por lo que tendríamos que abordar de manera decidida la atracción de la población joven que precisamos.

Precisamos trabajadores y de cohortes jóvenes que tendrán que proceder de fuera en un alto porcentaje. Según los últimos datos disponibles, el número de extranjeros residentes en España asciende a 6,2 millones de personas. Si a estas sumáramos los nacionalizados de origen extranjero y sus descendientes recientes a buen seguro que rondaríamos los nueve millones, es decir, aproximadamente un 20% de nuestra población total de 48 millones de españoles. La inmigración es y será crecientemente necesaria en un país que envejece a una velocidad inusitada. Por eso, en vez de cerrar los ojos ante esta realidad necesaria e imprescindible, lo mejor sería alcanzar grandes acuerdos para gestionarlo de la manera más sensata y mayor garantía para todas las partes.

            Es necesario ir mentalizándonos. Para mantener población y actividad, serán precisos grandes ingentes de inmigrantes durante las próximas décadas. ¿Estamos preparados para ello? No, no lo estamos. De ahí el enorme reto colectivo que tenemos por delante. La inmigración es necesaria y positiva, aunque también genera conflictos y tensiones. De ahí la extraordinaria importancia de gestionar adecuadamente el fenómeno inmigratorio, tanto en lo referente a la regulación de flujos como en las políticas efectivas de integración social y laboral. Los recientes y graves altercados en Francia nos inquietan. ¿Es el futuro que nos espera en España? No necesariamente si gestionamos de manera adecuada el complejo fenómeno inmigratorio. 

            España posee un gran atractivo para las sociedades americanas como lugar para formarse, trabajar y vivir. Debemos potenciar estos lazos que nos otorgan una gran ventaja estratégica en la lucha por población joven que libraremos con el conjunto de países desarrollados y envejecidos. España pertenece a la gran comunidad hispanohablante, un tesoro enorme que debemos potenciar y pulir. Nuestros lazos históricos, culturales y lingüísticos conforman un amplio y variado espacio humano que se extiende por gran parte del continente americano, EEUU incluido. El español nos une – también con Guinea y el norte de Marruecos – y debemos cuidarlo y potenciarlo, también en el seno de nuestro propio país, donde se lucha, por parte de algunos radicales, por erradicarlo. La economía española se beneficia de un significativo contingente de trabajadores e inversores de origen hispano, que deben ser potenciados. Nuestras universidades y escuelas de negocios ya reciben decenas de miles de estudiantes latinoamericanos. Ojalá parte de este talento decida quedarse para desarrollar su carrera profesional con nosotros.

            Hagamos de la necesidad virtud.  Aprovechemos nuestras ventajas estratégicas, posicionémonos en la lucha por la atracción de población joven, tanto cualificada como sin cualificar. Potenciemos los lazos hispanos. Y, aprendiendo de exitosos países como Irlanda o los bálticos, impulsemos el sector tecnológico como motor de desarrollo. España, en esas circunstancias, experimentaría el gran impulso que precisamos. En nuestras manos y en nuestros votos está la solución. Ojalá acertemos, el error estratégico de la inacción podría significar a medio plazo una auténtica catástrofe. Luchemos porque las generaciones de nuestros hijos y nietos puedan vivir, al menos, como nosotros lo hicimos.

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